Uno de los efectos más notorios de la crisis climática es el incremento de olas de calor, tanto en frecuencia como en intensidad. Las temperaturas extremas y la mortalidad, además, guardan una relación ampliamente estudiada y analizada por la comunidad científica.
España, junto al resto de países de la cuenca Mediterránea, es uno de los territorios donde más afectará el calentamiento global; por lo que es posible asumir un escenario futuro de olas de calor más fuertes y frecuentes, con más fallecidos como consecuencia de estas si no existe una planificación que mitigue las temperaturas extremas.
En este sentido se expresa Cristina Linares, científica titular del Departamento de Epidemiología y Bioestadística de la Escuela Nacional de Sanidad, del Instituto de Salud Carlos III (ENS-ISCIII). La investigadora es coautora de dos publicaciones recientes que estudian la relación entre los episodios de calor extremo en nuestro país y el impacto en la mortalidad de la población.
La pobreza energética en España siempre se ha asociado a la incapacidad económica de las familias de mantener una temperatura adecuada en sus viviendas durante los meses de mayor consumo, que coinciden con los de más frío. La científica considera, en conversación con SINC, que la pobreza energética ligada al calor extremo es “una faceta poco explorada pero potencialmente relevante” para realizar estudios sobre qué factores socioeconómicos hacen a unas poblaciones más vulnerables que otras.
Madrid y Sevilla, cada vez más acostumbradas al calor
La temperatura mínima necesaria para que el calor tenga incidencia sobre la mortalidad de las provincias de Madrid y Sevilla es cada vez más alta, según el estudio de Cristina Linares y Julio Díaz que analiza cómo ha variado esta Temperatura de Mínima Mortalidad (TMM) de 1983 a 2018.
El trabajo concluye que esta TMM ha aumentado a un ritmo de 0,57 ºC por década en la capital del país, mientras que en Sevilla ha sido de 1,12 ºC por década. Julio Díaz explica que estos indicadores pueden reflejar que existen “mejoras económicas con un mayor acceso al aire acondicionado” y la existencia de planes de prevención ante el calor dirigidas a grupos vulnerables.
La TMM, según detalla Cristina Linares, es un indicador específico de cada ciudad que representa el comportamiento de la mortalidad de una población en una zona climática concreta. Así, Madrid es un buen ejemplo de provincia a la hora de evaluar la influencia de las olas de calor “ya que representa el comportamiento de una gran ciudad”, mientras que Sevilla es una de las capitales de provincias del país más afectadas por el calor extremo.
Otro dato observado en este trabajo es que existe una TMM mayor en los hombres que en las mujeres, “lo cual indicaría una mayor vulnerabilidad al impacto del calor en las mujeres”, indica la investigadora.
“Existen diferencias fisiológicas en la función termorreguladora entre sexos que pueden explicar este mayor impacto: el tamaño corporal, la condición física, la medicación habitual y el estado de aclimatación”, responde. A esto se le suma el papel que tienen las hormonas sexuales en los mecanismos termorreguladores y que uno de los grupos de edad clave para estudiar los efectos del calor son las mujeres ancianas —con mayor esperanza de vida que los hombres— que viven solas y en malas condiciones socioeconómicas que no permiten una buena aclimatación de la vivienda.