El de Kuartango es el valle más septentrional de Álava. Sus casi 85 kilómetros cuadrados pertenecen a la Cuadrilla de Añana, y su población apenas si llega a 400 habitantes. Quiere esto decir que es un terreno de pocos vecinos. O mejor, donde todos los vecinos se conocen y se aprecian. Hay grata convivencia, que dirían muchos, pero sobre todo, paz y tranquilidad. "A veces demasiada", apunta una nativa tras el cordial saludo.
Cuesta creer que antaño un lugar como Kuartango fuera refugio o lugar de espera entre batalla y batalla de las legiones romanas en su afán de conquista, y sin embargo hay indicios de que la historia discurrió así. La bruma que frecuentemente suele cubrir este valle alavés escondiendo los viejos edificios, algunos reformados o en fase de reforma, no ha sido suficiente para ocultar el paso por el lugar de ejércitos de los césares en su camino hacia la toma de la costa cantábrica.
Hablar de guerras en estas tierras suena a desfase total, ya que, como digo, parece que aquí nunca ha pasado nada. ¿Quién hubiera sospechado esas movidas entre aquellas familias que venían al balneario de Zuhatzu? Llegaban para poner sus cuerpos en orden, porque las aguas que bajaban de las montañas tenían, y siguen teniendo, grandes propiedades terapéuticas.
Claro que hay veces en las que este tipo de negocios presentan mil problemas y no siempre se encuentra la solución ideal. O tal vez sí, porque aquel balneario ha acabado convirtiéndose en una sidrería con elaboración propia en la que confluyen las familias de los alrededores. Una especie de centro social donde se dirimen los pequeños problemas vecinales, muy lejos de aquellas conversaciones de pose de quienes venían de la capital no a beber la Sidra de Fuego de Kuartango, como se hace ahora, sino simplemente agua.
Restos arqueológicos
Restos arqueológicos
La presencia de los romanos en esta zona está documentada y justificada. En su avance conquistador por la Península llegaron a este punto de nuestra geografía descubriendo la existencia de un elemento de gran importancia para ellos: la sal. La sal les era fundamental, sobre todo para la conservación de alimentos en las grandes campañas.
Los manantiales salinos de Añana ya eran conocidos desde la época Neolítica. Los romanos ordenaron el yacimiento para conseguir su optimización de cara a una explotación masiva. Y lograron su propósito, si tenemos en cuenta que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía están en activo.
El desarrollo histórico de Salinas originó un interesante crecimiento urbano que culminaría con la iglesia de Nuestra Señora de Villacones y el convento de San Juan de Acre, relacionado con la orden de Malta.
A orillas del río Bayas se han encontrado monedas, anillos, imperdibles, lanzas y hasta calzado de legionarios romanos que nos hablan en silencio de aquellos asentamientos y de episodios históricos pocas veces considerados, pero no por ello exentos de interés.
Todo empezó cuando, en 1997, se realizaron unas obras para la traída de aguas a la zona y empezaron a aflorar restos de un pasado muy pasado. "¿Romanos por aquí?", se preguntaron muchos lugareños. "Pues con aquellas falditas que llevaban como uniforme se helarían en los inviernos de estas tierras", decían los más osados.
En el Museo Arqueológico de Vitoria existen más de un millar de piezas en fase de restauración encontradas en el yacimiento del Valle de Kuartango. Los expertos aseguran que se trata de un hallazgo importante, principalmente por tratarse de abundante material militar: dardos de catapulta, lanzas y un centenar de piezas de plomo que se lanzaban con hondas.
¿Quién iba a decir que en estas tranquilas tierras se preparaban las legiones de los césares para asaltar poblaciones de los alrededores? Si hoy lo planteas a los escasos habitantes de las aldeas de la Cuadrilla de Añana, como Jokano o la misma Anda, pertenecientes todas al municipio de Kuartango, se quedan de piedra, porque la tranquilidad y el buen rollo que hay entre los vecinos no se corresponde con esa terminología.
Las excavaciones y estudios llevados a cabo hasta el momento indican que, en la década de los años 30 antes de Cristo, se libró una batalla entre la población local y los romanos en el campamento de Andagoia. Aseguran los historiadores que en este lugar se sitúa el vestigio romano más antiguo de Euskadi, con una considerable importancia histórica.
El resultado final de estos estudios puede exigir probablemente la modificación de algunos textos de la Historia y retocar los mapas de la conquista de Hispania por Roma.
Jokano, arte rural
Jokano, arte ruralJokano es el lugar donde lo rural cobra protagonismo. Sus habitantes, que no superan la veintena, viven inmersos en una tranquilidad y confianza impensables en comunidades de mayor población. Consiguieron reparar la iglesia de San Martín, con recio campanario que estaba en ruinas, y hoy se presenta al visitante como un atractivo edificio de arquitectura semi-modernista.
El acceso principal al templo se realiza a través de una puerta arqueada de notable relieve, destinándose el atrio a punto de encuentro de los vecinos, mesa camilla incluida y dos más en el exterior para la época de verano. Adjunto al templo estaba la vivienda del cura del pueblo, que aún conserva en su fachada letreros indicativos de antaño, como aquel de Teléfonos, que era común a muchas aldeas de nuestra geografía.
La gran riqueza patrimonial de Jokano la constituye su arquitectura popular, con construcciones cargadas de siglos y de gran atractivo, la mayor parte de las cuales fueron levantadas para darles un uso agrario. Hay casonas realizadas en piedra y madera que embellecen sus fachadas con arcos de acceso, ventanas medievales, balcones y corredores.
Uno de los edificios de mayor interés es el llamado Palacio de los Jócanos, una casa rural que data de la primera mitad del siglo XVI y sorprende por su construcción, a pesar del punto de ruina que tiene en la actualidad.
La variedad de elementos que presenta, todos ellos contemporáneos a su construcción, le confieren una singular apariencia. La portada en arco apuntado, compuesto por once dovelas, guarda algunas características bélicas, como las mirillas sesgadas de sus flancos.
La puerta, capaz de resistir acometidas violentas, es de tablones de roble cosidos con gruesos clavos de forja. Me llaman poderosamente la atención los adornos o protégemes que hay en ella: una placa metálica a la que el tiempo ha borrado de contenidos y debajo otra más pequeña en la que se distingue el relieve de un santo encapuchado. Ambas están flanqueadas por las patas momificadas de un ave rapaz, tal vez un águila, que posiblemente forme parte de alguna antigua superstición.
El caserón posee asimismo un gran ventanal de original traza que está repartido en cuatro sectores, los inferiores rematados por un antepecho y los superiores por un dintel con un doble rebaje en arcos festoneados. Son detalles estos que recuerdan mucho los arcos gemelos de las torres y palacios medievales.
En la planta baja se puede ver una ventana totalmente asimétrica protegida por una reja renacentista de las llamadas tipo jaula, decorada con tallos que rematan en una cruz cuyos contornos nos recuerdan a la Flor de Lis. A ojos de los expertos, esta reja es una de las obras maestras de forja llevadas a cabo en el Valle de Kuartango. Sobre ella luce el escudo de los Jócanos.
Jokano mantiene su pureza original a través de sus construcciones rurales. Un enorme caserón de 1769, reformado y ampliado, se alza junto a la casa de la familia González de Betolaza, que luce una amplia portada en arco y una gran galería superior.
A la otra parte de la carretera encuentro un edificio, señalado con el número 8, que me llama la atención. En una de sus fachadas de piedra tallada y sobre su portalón de madera con clavos de forja, localizo un pequeño detalle: la presencia de un eguzkilore o flor del sol. La presencia de este cardo en una puerta obedece a la creencia, según viejas leyendas vascas, de que ahuyenta a los malos espíritus.