Congreso del PP: Ayuso da aire a Feijóo... por ahora
Los 'populares' afrontan su cónclave adelantado con la tranquilidad de que la presidenta madrileña ha renunciado momentáneamente a dar la batalla
EL Partido Popular celebra este fin de semana su congreso nacional en un clima de aparente unidad, pero bajo una superficie donde se cruzan tensiones no resueltas, cálculos a medio plazo y pugnas soterradas por el alma del partido. Con el PSOE en horas bajas, acosado por los escándalos de corrupción y sin un relato que reenganche al electorado, el PP llega a su cita interna como la alternativa natural de gobierno. Pero no lo hace exento de dilemas.
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Isabel Díaz Ayuso, la dirigente más influyente del PP tras Alberto Núñez Feijóo, amagó hace unas semanas con sacudir el tablero. Lanzó la idea de unas primarias para elegir al candidato a la Moncloa –una propuesta tan rompedora como inasumible para la actual dirección nacional–, lo que alimentó todo tipo de especulaciones sobre sus intenciones reales.
Sin embargo, la presidenta madrileña ha optado por replegarse. Retiró discretamente la propuesta, enfrió el tono y ha elegido no hacer del congreso un campo de batalla. No porque haya renunciado a su ambición, sino porque ha entendido que este no es aún su momento. La jugada es clara: no arriesgar ahora lo que puede conquistar más adelante.
Una unidad de papel
Desde Génova se insiste en que el cónclave será una exhibición de cohesión interna. En parte lo será. Pero es una unidad tejida con hilo fino. Ayuso no desafiará abiertamente a Feijóo, pero tampoco dejará de marcar perfil. Su simple presencia será suficiente para recordar que hay un poder alternativo dentro del partido, uno que no necesita levantar la voz para que se note. Lo importante es que ha elegido no dar la batalla ahora. Ni por el liderazgo ni por el relato. El mensaje implícito es: de momento, Feijóo puede seguir.
El gallego, por su parte, se prepara para un congreso que refuerce su figura como líder moderado, fiable, y capaz de aglutinar un voto transversal. Pero también sabe que la tensión entre las distintas almas del partido –a institucional, que representa Juanma Moreno, y la ideológica, encarnada por Ayuso– no desaparece por mucho que se la silencie. Feijóo juega a no incomodar a ninguna. Su reto es seguir siendo el punto de encuentro entre quienes quieren gobernar desde la centralidad y quienes prefieren un discurso más combativo, más reconocible frente a Vox y más movilizador para las bases.
Moreno vs Ayuso: dos modelos en tensión
Aunque no lo verbalicen, en el PP hay dos modelos en disputa. Juanma Moreno, presidente andaluz, simboliza la vía pragmática, de gestión, sin estridencias, pensada para crecer por el centro. Ayuso, en cambio, es la encarnación de una derecha que no se acompleja, que confronta, que polariza si es necesario. En la España de bloques, su estilo tiene rédito electoral, al menos en Madrid. Y también dentro del partido, donde una parte de la militancia y de los cargos intermedios la ven como la figura más clara para liderar una alternativa cultural y política frente a la izquierda.
Feijóo no puede permitirse romper con ninguno de los dos polos. Necesita el respeto institucional que le presta Moreno, pero también la energía de Ayuso. Y más aún, necesita retener al electorado que en los últimos años se ha marchado a Vox, pero sin asumir el coste de parecer su sombra. De ahí su difícil equilibrio: ofrecer firmeza sin estridencias, crítica sin ruido, oposición sin ruido de sables. En ese equilibrio, el papel de Ayuso es decisivo. Su renuncia a dar batalla interna en este congreso es, en el fondo, una concesión táctica para no poner a prueba ahora ese equilibrio.
La amenaza de Vox y la oportunidad de la debilidad socialista
La relación con Vox sigue siendo uno de los puntos más delicados de la estrategia popular. En muchas instituciones gobiernan en coalición o con su apoyo externo, como el caso claro de Baleares o la Comunidad valenciana, donde Mazón sobrevive gracias a los de Abascal. Pero a nivel nacional, Feijóo intenta marcar distancia. El objetivo es evitar que el PP aparezca como dependiente de la ultraderecha, sin perder el voto que aún seduce ese espacio. Ayuso, en cambio, ha competido directamente con Vox en Madrid y ha salido fortalecida. No los necesita ni en votos ni en gobernabilidad, y eso le permite ser más dura en su discurso sin parecer subordinada. La dirección nacional observa ese modelo con tanto interés como recelo.
En cualquier caso, el congreso se celebra en un contexto en el que el PSOE atraviesa su momento más crítico desde que Sánchez volvió al poder. Las investigaciones judiciales que afectan al entorno del presidente —incluida su propia esposa—, el caso Koldo, y la sensación de desgaste generalizado están haciendo mella en el electorado socialista.
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Feijóo lo sabe y por eso quiere proyectar una imagen de gobierno en espera, preparado, sin sobresaltos. Cualquier tensión interna empañaría ese mensaje.
De ahí quela renuncia de Ayuso a presentar batalla sea vista en Génova casi como un regalo. No solo porque facilita un congreso tranquilo, sino porque aplaza una conversación inevitable: quién representará al PP cuando se vuelva a abrir el ciclo electoral. Feijóo, de momento, se mantiene como único referente. Pero sabe que el liderazgo solo se consolida cuando los posibles rivales deciden no mover ficha. Esta vez, Ayuso no lo hará. Pero no ha renunciado. Solo espera.
Tiempo muerto, no rendición
La clave de este congreso no está en los discursos oficiales, sino en los silencios, en las ausencias y en los gestos. Ayuso llegará sin estridencias, pero con su aura intacta. No pondrá en duda la autoridad de Feijóo, pero tampoco se someterá. Su retirada de la propuesta de primarias ha sido leída como un gesto de contención, pero también como una advertencia: no es el momento, no significa que no lo será.
Mientras, el líder gallego necesita salir del congreso con algo más que fotos conjuntas: necesita reafirmar su perfil propio, no como administrador de equilibrios, sino como alternativa real de gobierno. Para eso, debe convencer tanto al votante de centro como al militante que aún mira con simpatía a Vox. Un desafío que exige claridad, pero también cintura.
En el PP nadie lo dice abiertamente, pero muchos lo piensan: este congreso no decide nada, pero lo anticipa todo. Ayuso ha optado por no alterar los tiempos. Y eso, en política, puede ser tanto un gesto de prudencia como el preludio de una estrategia más ambiciosa. Feijóo gana oxígeno. Pero sabe que, en su partido, nadie guarda silencio por cortesía. Solo por cálculo.
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