El Rebelión de la sal fue un batallón nacionalista vasco del Ejército de Euzkadi en la guerra de 1936. La unidad del PNV integró la VI Brigada y participó en la defensa del Cinturón de Bilbao, sufriendo tantas bajas que, tras la jornada del 13 de junio de 1937, contaba tan solo con una veintena de hombres aptos para la lucha, incluido el comandante. 

La lápida de San Antón descubierta de forma clandestina

El nombre del batallón llamó la atención de la ciudadanía de la época. ¿Por qué Rebelión de la sal? El líder jeltzale Sabino Arana fue una de las personas que en su día escribió sobre aquellos hechos que también fueron conocidos como El estanco de la sal. Lo hizo en la publicación Baserritarra del 22 de mayo de 1897. Editó un relato de todo lo acontecido en rededor del hecho histórico que supusiera la inmolación de seis vizcaínos, tildados de cabecillas de la resistencia de la República a los desafueros que tanto el monarca de aquella época, Felipe III, como sus más allegados lugartenientes, estaban cometiendo.

Es decir, fue una revuelta o motín de subsistencias que se produjo en Bizkaia entre 1631 y 1634, a raíz de un conflicto económico sobre el precio y la propiedad de la sal almacenada en el Señorío de Vizcaya.

El origen de la rebelión fue la Real Orden del 3 de enero de 1631, por la que se elevaba el precio de la sal hasta un 44%, al tiempo que se ordenaba la requisa de toda la sal almacenada, que a partir de ese momento sólo podría ser vendida por la Real Hacienda. El motivo de esta medida, que contravenía los privilegios forales del Señorío y su exención fiscal, se debió a la necesidad de la Corona de los Austrias de mantener el costoso ejército en las guerras del norte de Europa.

Ante esta medida, que se unía a otras aprobadas con anterioridad como la aplicación de tasas al comercio de la lana o los paños, los campesinos y los burgueses reaccionaron contra los representantes de la autoridad real, llegando a asesinar al procurador de la Audiencia del Corregidor en octubre de 1632.

La revuelta llegó también a impedir la reunión de las Juntas Generales de Vizcaya de 1633, reclamando que se revocasen todos los impuestos abusivos, a juicio de los marineros y campesinos, y se volviese a la exención fiscal recogida en los Fueros. En este punto, el embargo y el precio de la sal había quedado ya prácticamente olvidado.

La rebelión, que duró con intermitencias más de tres años, fue definitivamente sofocada en la primavera de 1634, cuando los principales cabecillas fueron detenidos y ejecutados. Con el fin de aplacar los ánimos, el rey optó por perdonar al resto de los rebeldes y suspender la orden original referente al precio de la sal.

En los alborotos, los amotinados solo mataron a Domingo de Castañeda, que era el procurador de la audiencia del Corregidor. Este acontecimiento se recuerda en una placa adosada a una fachada de la iglesia de San Antón de Bilbao.

El abogado y músico bilbaíno Sandalio de Tejada, miembro de Comunión Nacionalista Vasca y director del semanario abertzale Kendu, también llevó a la actualidad de la guerra de 1936 el nombre de aquel batallón antifascista y recordó a las víctimas de los sucesos del siglo XVII. “Pertenecían a todas las clases sociales: escribanos, comerciantes, herreros. Sus nombres: Agustín de Morga y Sarabia, Juan de la Puente y Urtusaustegi, Martín Otxoa de Ajorabide, Juan de Larranaster, Juan de Bizkaigana y su hermano Domingo de Bizkaigana. Y además se señala como decapitado también un sacerdote apellidado Armona”, apostilla Tejada, quien se exilió en Venezuela tras ser cónsul de España en Santiago de Cuba.

El Ayuntamiento de Bilbao, a propuesta de la minoría nacional vasca, consensuó colocar una lápida de bronce en el lugar en que fueron ejecutados algunos de ellos. Es decir, en la Plaza Vieja, sobre el muro de la Iglesia de San Antón, viejo testigo de la historia de Bilbao.

Homenaje a los mártires

La placa se dispuso, pero pasaba el tiempo y no se inauguraba. Además, el escenario político se complicaba. “Los totalitarios de izquierda española de la villa apaleaban a nuestras emakumes, encarcelaban a nuestras juventudes, intentaban asaltos a mano armada a Juventud Vasca y al diario Euzkadi, y nadie se acordaba del acto inaugural”, escribía Tejada en un artículo titulado Oldargi y el Estanco de la sal.

“¡Pero la lápida se descubrió!”, recalcaba el cronista en su texto dedicado a la memoria de Enrique de Orueta, que solía escribir con el seudónimo de Joseba Jabier de Legia. La junta directiva de la Asociación de Txistularis –en la que Tejada participaba– celebró su junta semanal el 22 de noviembre de 1933 y después de la reunión hicieron una fiesta de Santa Cecilia, patrona de los músicos, “en la afamada taberna de Teodoro de Armendaritz”. Momentos antes de este acto, bajo la arcada de la iglesia de San Antón, se obtuvo la fotografía de los directivos, a pocos metros de la lápida. Durante la cena se decidió descubrir la lápida.

“Doblando las doce de la noche nos congregamos ante ella. Iñaki de Lekube subió sobre los corpulentos hombros de Mateo de Altxurra y arrancó la harpillera que tapaba la placa. Los demás vigilábamos los contornos para avisar la proximidad de cualquier txinel”, escribió.

Realizado el acto principal, se reunieron todos y tocaron con sus txistus Agur, jaunak, y en los últimos compases allá por Artekalea, apareció un sereno, a quien Manolo de Landaluze frenó a distancia con un estentóreo “¡vivan los serenos de Bilbao!” y se retiraron sin problemas. “Así se descubrió la lápida que recordaba a los mártires del motín por el Estanco de la sal. La iniciativa de Enrique Ortueta –miembro del Bizkai Buru Batzar del PNV– quedó satisfecha”.