l 26 de abril se cumplirán 85 años de las razias fascistas que acabaron con la patrimonial Gernika y su vecindario. Durante años, el tirano Franco hizo uso de mano esclava republicana, así como de presos comunes, para reconstruir la villa foral y poner en marcha la línea ferroviaria Bermeo-Sukarrieta.

La transmisión oral mantenía que un batallón de trabajadores, es decir, esclavos franquistas, fueron quienes volvieron a erigir el municipio vasco dado a conocer al mundo por el pintor Picasso. Investigadores no cesaron en el empeño de dar con el número de aquel batallón, hasta que ahora se sabe que no existió como tal. La conjunción de diversos factores aportó pistas hasta que apareció un documento con el nombre concreto y correcto: “Destacamento penal adscrito administrativamente al centro penitenciario de Larrinaga”. La mayoría de sus integrantes eran de fuera de Euskadi sin casi presencia de vascos, ya que estos habían sido dispersados al sur del Estado español.

Estos serán algunos de los detalles en los que el historiador gernikarra José Ángel Etxaniz Ortúñez Txato ahondará el próximo jueves en una conferencia bajo el título Esclavitud para redimir. Se celebrará en Elai Alai Aretoa de la localidad vizcaína a partir de las 19.00 horas.

“Resulta -sonríe Etxaniz- que nos pasamos años buscando en archivos de Ávila, Salamanca, Guadalajara... y el documento estaba en el Archivo Histórico Provincial de Bizkaia, con fichas de presos adscritos a Larrinaga, pero trabajando en Gernika y en la línea Bermeo-Sukarrieta”. El primer dato lo aporta el director del Museo Vasco del Ferrocarril de Azpeitia, Juanjo Olaizola, así como la agrupación Pipergorri y la de Todos los nombres, de Andalucía, y en estudio compartido por todos ellos junto a la UPV-EHU, Gogora y Gernikazarra. “Toda esta investigación la pone ahora en valor la Asociación Vasca de Estudiantes de Criminología y hay que agradecérselo”, resalta Etxaniz, quien lleva trabajando en esta temática más de veinte años.

“Por eso me gusta diferenciar entre la memoria y la historia. La memoria es frágil y se transmiten datos que no son verdad. Es necesario tirar de la historia. Un caso es este de Gernika. Es fundamental. Todos nos decían que había habido un batallón de trabajadores que nunca existió. Fue un destacamento penal”, diferencia y va más allá: “fueron presos olvidados, libertos, porque les daban la libertad provisional, nunca la total”. De hecho, algunas familias en la década de los 70, con Franco aún en vida, solicitaron al ministerio correspondiente que sus padres aparecieran ya en los documentos como personas libres. “En 1974 aún había quien se tenía que presentar una vez al mes en el cuartel de la Guardia Civil porque no tenían la libertad plena. Es decir, treinta años después”.

Las excelsas fotografías que se conservan del Marqués de Santa María del Villar dan muestra de las arduas labores que ejecutaban presos como Ildefonso Herrera, Liborio González, Josep Pelejá, Ángel García, Eduardo Corral o “el anarquista, Díaz”. De entre estos pocos que se quedaron a vivir en la zona, podemos recordar también al padre del reconocido literato de Mundaka, Edorta Jiménez. Antonio Jiménez Navarro Remolín era natural de Villagordo, Jaén. Él mismo narraba que no sabía cuándo había dejado de ser preso y pasado a ser legal. “¡El universo penitenciario fascista es de locos!”, recalca Etxaniz.

De una docena de nombres que trabajaban en una lista primigenia, a día de hoy son más de 180. “Es curioso que nos dimos cuenta que esas personas no pudieron reconstruir con piedra todo lo que hicieron. Y comprobamos que es piedra falsa. Utilizaban moldes con arena de playa, cal, y piedras de Oka y Gorozika. De hecho, en algunos lugares, sudan salitre”, detalla el cofundador de Gernikazarra. Aquellos jienenses, conquenses, catalanes... son aún recordados porque llegaban descalzos y con neumáticos se hacían una especia de abarcas con tacos, por debajo, de madera. “La del pueblo que era niños entonces recuerdan el ruido que hacían al andar: cloc, cloc, cloc”. Los esclavos de Franco hacían canicas que cambiaban a los más pequeños de la villa a cambio de chuscos de pan.

Un día de ellos consistía en levantarse a las siete de la mañana para formación, recuento y cantos como Cara al sol. Contaban que nunca les dieron un café para desayunar. Con un trozo de pan a los trabajos forzados. Los domingos, limpieza, y a misa con clases patrióticas fascistas con el objeto de “convertir a los de izquierdas”. Iban custodiados siempre por la policía, los grises. También les llevaban a ver partidos de fútbol del Gernika en Aldape.

Los investigadores estiman que hubo alrededor de 400 libertos entre 1940 y 1956. Era gente condenada a muerte con la pena conmutada. “En muchos pueblos no les querían, no les dejaban volver. Les decían que no pasaran por su casa. Entre 12 y 14 se establecieron por aquí”.

Las condiciones penitenciarias que sufrían era durísimas. Así, se suponía que tenían reducción de trabajo: “Si trabajaban un día, redimían otro. Y les pagaban a 2 pesetas el día, pero les descontaban 1,50. Y dicen que se enviaba cuatro pesetas a su familia, dato que nadie ha recordado”.