“No sé por qué me tengo que ir. No he hecho nada”. De la resistencia a la resignación. Pablo Casado prepara las maletas y apura sus últimas horas como presidente del PP después de perder el respaldo de incluso quienes le defendían a capa y espada. Cuando decidió cambiar de sede hace un año seguro que no esperaría vivir una jornada tan tensa como la que se respiró ayer en Génova 13, donde dirigentes del partido fueron anunciando en cascada su dimisión y firmando el epitafio político de su hasta ahora líder, que perdió hasta el apoyo de su grupo parlamentario. La antesala de su adiós llegó con la renuncia de su mano derecha, Teodoro García Egea, que sucumbió a su petición, así como a la presión interna y mediática tras ser la primera cabeza que exigieron los barones al estallar la guerra civil en la formación conservadora. En paralelo, Casado trasladaba a sus colaboradores que le prepararan una “salida digna, lo menos dolorosa posible” mientras convocaba la Junta Directiva Nacional para el próximo martes 1 de marzo, donde se fijará la celebración de un congreso extraordinario sin esclarecer, eso sí, si se presentará al cónclave.
La salida del secretario general, tapón que bloqueaba la resolución del conflicto, solo le concede tiempo. Acorralado y solo, las figuras de peso en el partido instaban a constituir una gestora o un comité organizador del próximo cónclave, al tiempo que señalaban a Alberto Núñez Feijóo como el sucesor. Los detalles se discutirán, en principio, hoy a las ocho de la tarde con los barones en una reunión que Casado fijó en la mañana de ayer y de la que descartó a Isabel Díaz Ayuso. Para entonces, contrarios y fieles ya le habían abandonado. Hasta el presidente de Murcia, Fernando López Miras, afín a Egea, viró y reclamaba ya un congreso para solventar una situación “insostenible”, al igual que la mayoría de sus vicesecretarios y también los portavoces parlamentarios en el Congreso, el Senado y el Parlamento Europeo. De los 17 presidentes regionales solamente le secunda la navarra Ana Beltrán y, entre quienes le rodean, apenas le queda el aliento de Pablo Montesinos y Antonio González Terol. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, compareció para dejar el cargo como portavoz nacional, evitando criticar a Casado, pero a quien tampoco avaló pese a ser interpelado por su posición hasta en tres ocasiones.
También demandaron explícitamente una convención de ese cariz desde la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha, Canarias y Cantabria. Y el PP de la CAV. Un día después de que Carlos Iturgaiz aguardara al movimiento de los peones para hacerse una composición de lugar, ayer despertó solicitando una solución urgente mediante un congreso “con una única candidatura de unidad, que devuelva la ilusión a todos los militantes y votantes del PP”. Asimismo, se filtraba que la apuesta del presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, pasa por Feijóo, por un congreso “por la vía rápida, en un mes”, y por un proyecto a largo plazo que no suponga solo una solución transitoria o interina a la actual crisis que vive el partido.
En paralelo, el castillo de naipes saltaba por los aires en la Cámara Baja. Casado vio cómo se desmarcaba de su estrategia hasta su portavoz parlamentaria, Cuca Gamarra, y quienes eran hasta entonces los más próximos al presidente del PP emitían un comunicado en el que pedían un cónclave extraordinario y la “destitución inmediata” de Egea. Entre los firmantes figuran Adolfo Suárez Illana, que siempre ha hecho gala de profesar cercanía a su líder; el exjefe de gabinete, Pablo Hispán; o Guillermo Mariscal, secretario general del grupo parlamentario que, como Belén Hoyo, que dimitió como presidenta del Comité Electoral del PP, formaron parte de su equipo en el congreso en el que Casado se alzó con el triunfo para relevar a Mariano Rajoy.
La puntilla la puso Andrea Levy, presidenta del Comité de Derechos y Garantías, que renunció para pedir en público la fijación inmediata de una fecha para el congreso. “¿A qué se está esperando? Lamento con mucho dolor y tristeza el espectáculo dado estos días. No lo merecen nuestros afiliados ni nuestro país”, afirmó. Palabras que compartía Ana Vázquez, responsable del PP en el Exterior; el vicesecretario de Participación, Jaime de Olano; así como el portavoz en el Senado, Javier Maroto: “Lo necesita el PP y lo necesita España”, escribió éste último mientras en los pasillos del Congreso otros diputados como el portavoz adjunto del grupo, Mario Garcés, arremetía contra Egea por el “secuestro emocional” a su líder. Por otra parte, fuentes cercanas a la presidenta de Nuevas Generaciones del PP, la vizcaína Bea Fanjul, incidían en que “no era necesario este escarnio público”. Todo un alud de deserciones sin parangón.
Lo que muchos se cuestionan es en qué favorece a Casado la búsqueda desesperada de resquicios reglamentarios en los estatutos del partido para demorar su salida. Su presente estaba cantado desde que denunció a la presidenta madrileña de prácticas irregulares sin pruebas claras, aunque después intentó salvar los muebles retirándole el expediente que se le abrió tras acusar ala cúpula de urdir una trama para “destruirla”. La calle estaba del lado de Ayuso, y Casado, a tenor de los acontecimiento, ni siquiera tenía a recaudo el apoyo de quienes le hacían seguidismo. Solo le queda recoger las cosas del despacho.
¿Irá a la sesión de control? La duda hasta última hora de ayer se centraba en si Pablo Casado acudirá hoy al Congreso, donde le toca formular su pregunta semanal al presidente Pedro Sánchez, en esta ocasión referida a las “cesiones” que, a su juicio, hace el Gobierno de coalición a sus socios independentistas para poder continuar en Moncloa. Una imagen que daría munición al bloque de la investidura y al propio líder del PSOE, y que diputados populares se afanaban ayer en evitar.