n el cuaderno de Miquel Iceta se ha abierto una página para la prórroga del 14-F. El ministro sacrificado para mayor gloria del PSC en las urnas de la pandemia cree que todavía hay vida para poner un pie en la Generalitat. La izquierda ha plantado cara al independentismo. En La Moncloa, aún son mucho más optimistas. En su primer análisis de urgencia, entre maquiavelista y utópico, contemplan que los dos principales partidos independentistas no se van a poner de acuerdo para la formación del futuro gobierno. Dan por hecho que Oriol Junqueras ya no quiere seguir soportando las exigencias unilaterales de Carles Puigdemont, ahora en versión del verbo radicalizado de Laura Borràs. En cambio, unos y otros seguían compartiendo anoche las ansias de referéndum y de amnistía para que nadie se llame a engaño tan pronto.
Es en ese escenario de euforia por el diálogo es donde Salvador Illa espera su turno de entrar en liza. Lo hará, primero, presentando su candidatura a la investidura, para exprimir el indudable éxito de una victoria en votos que ha basado esencialmente en rentabilizar el espectacular naufragio de Ciudadanos. Y, luego, esperando que le llame ERC porque no cuaja la reedición del procès. De momento, con semejante batacazo electoral, Inés Arrimadas, aquella heroína vencedora en 2017 que desaprovechó luego el triunfo por una pasmosa impericia política, se acerca al precipicio en la ejecutiva que ha convocado de urgencia para el primer día de resaca. A la misma hora de luto, Pablo Casado se desgañitará alegando que Catalunya no es extrapolable a España y así esconder el estruendoso sopapo político que le ha propinado su enemigo Abascal.
Tres años después, como si fuera otro día más de la marmota, la historia parlamentaria de Catalunya repite su fotografía más elemental: gana el constitucionalismo en votos y los independentistas tienen en su mano seguir gobernando. Pero hay quienes se empeñan en atisbar un ligero viento de cambio una vez que los republicanos son segundos y no terceros. Con el primer tentempié en una mano y los datos en la otra, un par de curtidos analistas aseguraban convencidos de que ERC y JxCat no repetirán el acuerdo de la anterior legislatura ya que la cohabitación se ha agotado por incompatibilidad manifiesta. Incluso, hubo quien aportaba un dato nada baladí. “Pere Aragonès no firmó el cordón sanitario a Illa por parte de ERC”, recordó con absoluta intencionalidad. Como si al excluirse de tan significativo pacto de exclusión, el president en funciones quedara exonerado, no obstante, para explorar una vía de entendimiento con el ganador de las elecciones en el supuesto de que la entente soberanista se pusiera imposible de articular.
De momento, Illa ha cumplido con nota los deberes que le inculcó Sánchez. Con su meritorio triunfo, respalda la vela a Dios y al diablo que el presidente español pone aviesamente cuando juega a la ambivalencia del constitucionalismo para arrasar a Ciudadanos y, a su vez, a la mesa de diálogo para satisfacción del independentismo. Más aún, después de la personalista campaña de Pablo Iglesias, irritando a la mayoría socialista dentro y fuera del Gobierno, los comunes simplemente flotan a la espera de un salvador pacto de izquierdas, pero con un peso político inferior a Vox y a la CUP que le debería impedir al vicepresidente seguir apretando el acelerador en su pulso ideológico.
Y para rematar la carambola, Sánchez se encuentra con el engendro del PP, relegado a las catacumbas en un territorio que nunca ha sabido entender. Con semejante ostracismo, Casado ve peligrar su estabilidad, pero García Egea le animará diciendo que el partido sigue subiendo en esos sondeos de apenas mil españoles encuestados y tan propios de los medios afines. La irrupción de Vox en este territorio hostil mete definitivamente el miedo en el cuerpo a los populares, sobre todo a quienes son críticos con la actual dirección. “Dijimos que Casado se equivocó el día de la moción de censura y que se iba a arrepentir. No nos hemos metido con él y hemos dejado que hablaran los resultados”, recordaba una voz vasca próxima a Abascal que, sin embargo, ponía el acento en subrayar que “queríamos ganar a quienes nos han estado todo el tiempo tirando piedras “, en alusión a la Cup y En Comú Podem.