ste año tan duro al que apenas le quedan cinco días termina con confianza en esas vacunas que nos ayudarán a ir neutralizando el virus que nos ha condicionado lo que no imaginábamos. La pandemia por covid nos ha hecho tanto daño, en lo individual y en lo colectivo, que el año 2020 será de esos que pasarán a nuestras historias vitales como para no recordar.
Lo que era una crisis sanitaria es hoy una crisis total. Desde principios del año no hemos levantado cabeza, ha condicionado nuestros modos relacionales y organizacionales y dicen que lo seguirá haciendo durante mucho tiempo. Miles de personas sin trabajo -y las que se sumarán en los próximos meses-, empresas de todos los niveles que echan el cierre, instituciones que se intentan adaptar día a día a las nuevas necesidades socioeconómicas, personas que nos debatimos entre cumplir con nuestras obligaciones de ciudadanía o mandar todo a freír espárragos y hacer lo que nos venga en gana sin pensar en el daño ajeno… Todo un año de desgaste, de frustración y de enfado comunitario.
Mientras, en el escenario político ha habido de todo (también como siempre). Por citar uno, elijo el día 24, cuando la Navidad se convierte en excusa para provocar uno de los momentos más kitsch del año: Felipe de Borbón, rey por la gracia del dictador y del cazador de osos borrachos, arenga a la ciudadanía como si de rebaño de fieles se tratara.
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la palabra inglesa kitsch significa estética pretenciosa y pasada de moda. Y eso mismo es esa monarquía alejada de los intereses de la gran mayoría en España (no digamos en Catalunya o en nuestro país).
Sus discursos podrían ser, con pequeños retoques, año tras año el mismo. En este, escondiéndose detrás de la pandemia, desgranó de nuevo su visión monocroma, ultracentralista, conservadora y negadora de la diversidad política y cultural; por supuesto, sin dar la cara ante la huida de su padre y la palpable demostración de que su familia ha usado fondos opacos.
Quien esperaba crítica a su gente, y compromiso ético con la transparencia y la decencia, se equivocó. Por el contrario, quienes no esperaban nada tuvieron la confirmación de un discurso sin alma, sin empatía y que obviaba como siempre la confusa realidad social y política. Da envidia su extraordinaria capacidad para aguantar el chaparrón y seguir como si nada.
La familia Borbón se mueve bien en la pantomima. Podría haber tenido una intervención mucho más acorde a sus verdaderos intereses y sentimientos si se hubiera presentado sin disimulo vestido de militar. Lo que, sin duda, habría sido muy del gusto de esa cuadrilla de militares españoles que, sin ninguna consecuencia legal, preconizaban hace poco asesinar (simplemente por no ser fascistas) a veintitantos millones de personas a las que calificaban con un insulto que no sería de buen gusto poner aquí. Usted ya lo leyó, seguro. Vergonzoso que sigan tranquilamente por la calle.
La monarquía está en crisis e intentan salvarla a toda costa. Si esa familia impuesta no sirve para mejorar la convivencia y la calidad de vida de las personas, ¿por qué aguantarla? A ver qué milonga nos cuentan esta vez aquellos partidos que se declaran republicanos, pero luego agachan la cerviz indignamente como si les fuera la vida en ello. ¿Incoherencia? ¿Caradura?
Urte Berri On!