stedessaben bien que estamos celebrando el 500 aniversario de la gesta de Elcano. Los acontecimientos rara vez se explican por lo que sucede en un momento puntual, de modo que es un acierto que esta conmemoración se alargue durante los tres años que duró el viaje. Otro tanto podría pasar con otros quintos centenarios que nos toca recordar. Como el de la conquista de Navarra, que podríamos acotar entre 1512 y 1521. O el de los primeros pasos de la gesta ignaciana, que podríamos considerar se inicia el día de mayo de 1521 en que recibe entre sus piernas el impacto del bolardo legitimista en Pamplona.
Esos años veinte del XVI fueron importantes para la formación de la identidad política de nuestro país y sus aniversarios deben servir para reflexionar sobre nuestra compleja identidad, sin abusar de presentismos pero sin renunciar a la idea de que somos porque fueron (izan zirelako gara). Difícilmente podremos entender dónde estamos o decidir a dónde queremos ir, sin saber de dónde venimos. En este relato los mitos y las leyendas son parte de lo que nos contamos y no hay que fustigarse por ello si no se abusa, puesto que lo inventado es parte de toda identidad nacional, sea española, francesa, mexicana, rusa o vasca. Pero de todas formas hay que saber mirar a los ojos a la historia, sin maniqueísmos, sin dobles morales, sin forzarla a cabalgar a nuestro ritmo, asumiendo esas complejas contradicciones que no se dejan nunca domeñar al gusto de cada cual, aun cuando las piezas que se nos aparezcan no ajusten bien en nuestro imaginario.
Muchos de ustedes conocen la serie documental Una Historia de Vasconia, dirigida y presentada por el muy carismático historiador Alberto Santana. Su voz calurosa y su pasión contagiosa te trasladan por el tiempo y los lugares y te invitan a revisar esos mitos y leyendas con espíritu crítico y dialogante. En sus documentales el entusiasmo y la reflexión se aúnan con armonía. La serie tiene sus detractores, inevitable, pero a mí me encanta esa forma inteligente, en ocasiones provocadora, pero original y siempre con datos y con respecto, de mirar a nuestro pasado con nuevos ojos.
Esta semana, tras el capítulo que correspondía, ETB repuso otros dos ya emitidos con anterioridad. Yo no puede ver el nuevo, pero vi los dos repetidos hasta bien entrada la noche (venía yo desvelado de una clase on line con horarios americanos, no me tengan por pájaro nocturno). El primero trataba de la conquista de Navarra y el segundo sobre Iñigo de Loyola. No podían ser más oportunos si pensamos en quintos centenarios.
La conquista de Navarra la veo por supuesto como conquista castellana que fue, con muy importante participación vizcaína y guipuzcoana, como bien es sabido. Pero también le podemos sumar al acontecimiento unas dosis de guerra civil navarra y otras dosis de frente abierto en las disputas internacionales franco-españolas tan características del siglo. Todas estas claves y algunas otras habría que sumar a la cazuela para entender aquello sin simplismos ni maniqueísmos. El documental de Santana aporta nutritivos ingredientes para estas reflexiones.
El segundo documental de la noche repasaba la relación entre Iñigo y Francisco Javier. Dos enemigos, dos representantes de los bandos enfrentados que se hacen hermanos y transforman el mundo. Santana lo explica con una sensibilidad exquisita. Se me ocurre otro ejemplo de la misma época: Martín de Azpilcueta, el doctor Navarro, perdedor de la guerra, que se hermana en los libros y en las ideas con la memoria del bermeano Fortún de Ercilla y Arteaga, que había estado al servicio del emperador como regente de Navarra.
Nuestra memoria está llena de enfrentamientos, sí, pero en no menor medida está plagada de historias de reconciliación. Es otra forma de mirar al pasado. Y, de ese modo, se apuntan otras formas de encarar el presente.