s de suponer que, salvando las diferencias, las reflexiones que se estarán realizando en el seno de los socialistas de la Comunidad Autónoma Vasca y entre las gentes de Unidas Podemos en Madrid respecto a sus respectivas participaciones en los gobiernos de Iñigo Urkullu y Pedro Sánchez serán parecidas.
Aclaremos que las referidas diferencias no son menores. En el caso de Gasteiz, PNV y PSOE contarán con una holgada mayoría parlamentaria que quienes conforman el Gobierno central no tienen; además el de aquí será el gobierno deseado por sus partícipes, mientras aquel es un gobierno aceptado a regañadientes por los socialistas. Pero en el fondo subyace similar preocupación, no exenta de cierta ansiedad y vértigo: cómo actuar en un gobierno en el que el socio mayoritario te saca bastante más de una trainera de diferencia. Es lo que la ciudadanía está percibiendo en los de Idoia Mendia ante la conformación del nuevo Gobierno Vasco y en los de Pablo Iglesias frente al creciente lío que tienen con sus socios.
La inquietud está justificada, porque parece evidente que, por lo general, no suele resultar un buen negocio electoral ser el socio pequeño de un gobierno. Dibujado con brocha gorda, diríamos que si al gobierno en cuestión le va bien los réditos se los lleva quien lo preside y si le va mal el pequeño se hunde con él. Además, se da a veces la dramática paradoja de que grandes victorias políticas como la inclusión en la acción del gobierno de aspectos programáticos de calado son rentabilizadas electoralmente por quien se ha resistido a introducirlas.
Como aquí sugirió a los suyos Odón Elorza tras el 12-J, emergen voces internas en Unidas Podemos diciendo que tal vez sea mejor salirse del Gobierno. El vértigo producido tras el resultado electoral de la CAV y Galicia es tan grande -sobre todo en Catalunya- que hay quien piensa que seguir al lado de un Pedro Sánchez que los desprecia sin disimulo y comienza a priorizar otras alianzas a las que a él le llevaron a la Moncloa, no deja de ser un suicidio político.
Pese a algún intento no excesivamente creíble de poner nervioso -y celoso- a un PNV que observaba la jugada con sonrisa pícara, lo de aquí parece resuelto. En pocos días conoceremos un gobierno en el que los socialistas intentarán asomar un poco más la cabeza. Tampoco se encontrarán con muchas objeciones para que lo hagan, pero deberían reflexionar sobre los motivos de sus resultados electorales durante el último ciclo y no centrarse en los réditos que, como fórmula mágica, se le pueden sacar a una acción de gobierno más visible.
Lo de Madrid es mucho más complicado. No sabemos cómo terminará todo esto, pero entre la salida del gobierno y la improbable reconducción hacia un ejecutivo en el que instaure la confianza mutua, la coalición Unidas Podemos está optando por una tercera opción que puede terminar por destrozarla. El ruido, las filtraciones, las broncas entre los socios de gobierno nunca convienen a nadie, pero mucho menos a un socio minoritario, al que con altanería le recordará el hermano mayor que no se puede estar en misa y repicando. Desde luego, la peor manera de superar el vértigo es arrojarte al precipicio.