A medida que se acerca el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, va aumentando el barullo interesado para cuestionar y socavar los derechos de las mujeres. Está claro que hay quienes no soportan que vayamos progresando en igualdad. Por otro lado, será por lo exitoso y masivo que ha sido en años anteriores, pero en este las reacciones machistas han aumentado de tono, y no para bien.
La radicalización de la política y el cuestionamiento feroz de los derechos democráticos y, específicamente contra las mujeres, son un efecto directo de la existencia de una ultraderecha envalentonada. Su efecto en la política española ha arrastrado al PP que, intentando quedarse de nuevo con todo el pastel de la derecha, está extremando también sus posiciones en todos los ámbitos y, especialmente, cuestionando lo que afecta a los derechos de las personas y muy especialmente los de las mujeres.
Esto no es nuevo. Son recurrentes las tentativas de retroceso en distintos momentos históricos, ya que los avances suelen producir reacciones negándolos, así como intentos de debilitarlos. El sistema patriarcal se defiende con uñas y dientes, y si hace falta a machetazo limpio, para asegurar la pervivencia de la desigualdad.
La igualdad da miedo, no quieren mujeres capaces, odian la posibilidad de una sociedad de ciudadanas potentes y críticas. Por eso, les molestan las movilizaciones feministas, no soportan nuestra independencia. Nos quieren calladas, sumisas, dependientes.
Y, aunque no sucede solamente en los sectores más conservadores de la sociedad, en estos momentos la caverna ultra está dando lo mejor de sí misma, con la portavoz del PP al frente. La soberbia y despreciativa Cayetana ahora resulta que es feminista pero no al uso; es decir, no para defender el equilibrio y la igualdad de mujeres y hombres. Como ella es más lista que el resto, se define como feminista amazónica. ¿Y qué es eso?, se preguntará más de una persona. Esa señora no es de la Amazonía (es argentina reconvertida en española recalcitrante). Tampoco le encuentro relación alguna con las míticas amazonas de la Grecia clásica€ No vale tanto.
Detrás de tanta tontería pseudointelectual se enmascara su machismo adornado con una palabrería aparentemente feminista que quiere enfangar el feminismo. Y que, por mucho que se empeñe esta y otras y otros tantos como ella, no es odio a los hombres ni nada por el estilo.
El feminismo es una filosofía política que defiende los derechos de las mujeres y, por ende, de los hombres. Y algo que debería ser natural en una sociedad democrática se convierte en una pugna continua disfrazada de lo que haga falta para que no lleguemos a lo que se debe llegar; esto es, a la igualdad real de mujeres y hombres. Con ello, sin duda, todo el mundo sería mucho más feliz (a excepción, claro está, de quienes viven bien a costa de las mujeres sin implicarse en las tareas domésticas y del cuidado, acosando, golpeando, matando€). Yo me apunto a lo que decía hace poco Amelia Valcárcel: el feminismo es civilizatorio. No es lo contrario del machismo, pero es absolutamente contrario a todas y cada una de sus prácticas de mantenimiento.
Este 8 de marzo coincide, además, con la aprobación en el Consejo de Gobierno del Anteproyecto de la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual. Si sale adelante, se reformará el Código Penal y, entre otras, la consideración de violencia sexual cambia afortunadamente impidiendo subterfugios para minimizar el daño causado a la víctima. Queda un largo camino de tramitación, pero, si llega a aprobarse, se acabará con la farsa de la diferenciación entre abuso y la agresión sexual (recuérdese la sentencia contra la gentuza de la manada). Veremos cómo queda la ley, pero viene precedida de problemas internos incluso en el Gobierno de Sánchez.
Protegerse y castigar la violencia es necesario. Aunque todavía hay numerosos aspectos a aclarar en esa futura ley, no vaya a ser que encima retrocedamos.