Sánchez sí que lo tiene claro. Su astucia desespera a la derecha. Sabe que la foto de la abultada mesa de diálogo con el independentismo catalán le aseguraba su objetivo presupuestario, la clave para su estabilidad. Así lo hizo. Sigue a lo suyo sin importarle las reacciones y mucho menos las de Felipe González y Aznar. Y a su objetivo tan personalista le va muy bien. Otra cosa es que las previsiones de ingresos para este año supongan toda una quimera o que la deuda siga creciendo para desesperación de la UE. Por si fuera poco, una maniobra de la astuta ministra Montero le garantiza un mayor techo de gasto, incluso hasta 2021. Mientras tanto, el PP continuaba preguntando otro día y al siguiente sobre la cita de la vicepresidenta de Venezuela con Ábalos y, a su vez, Ciudadanos se tapaba la cara para explicar la desvergüenza de haber tenido en nómina a un miembro de la Junta Electoral Central. Poder y oposición viven en dos mundos tan antagónicos que únicamente contribuyen a ensanchar las diferencias entre sus trincheras bajo la permanente algarabía, la ocurrencia más estridente y una patética inanición parlamentaria.
La suerte acompaña al presidente. En condiciones normales, el dicharachero encuentro de toma de temperatura entre ministros y soberanistas en La Moncloa hubiera agotado la tinta y las palabras. Pero se han encontrado con la desproporcionada alarma social del coronavirus para desviar la atención. Nadie se ha rasgado las vestiduras más allá de los cuatro de siempre. La desaparición de la intocable Constitución en favor de la seguridad jurídica ha pasado desapercibida en medio del desplome bursátil, de los ingresos hospitalarios y de las mascarillas agotadas. Sánchez sale indemne de esta primera apuesta de alto riesgo. Se asegura la aprobación de las Cuentas, crece su prestigio como propulsor del diálogo y aboca a Junqueras y Puigdemont a seguir despedazándose. Además, consciente de que todo problema imposible de resolver necesita de una comisión, también ha conseguido una para que el conflicto catalán se desfogue. Y así que pasen los meses.
Así las cosas, también el CIS sonríe a Sánchez, aunque la noticia sería lo contrario. La desazón se apodera de las desconcertadas bases del PP cuando leen cómo sigue aumentando su desventaja con el PSOE. En Génova, en cambio, siguen encerrados en su única verdad, ese diagnóstico tan errático y alejado de la realidad que en ocasiones les provoca disparos en el pie como esa patética defenestración de Alfonso Alonso tan mal gestionada. El aznarismo se ha inoculado de tal manera en la incapacidad analítica del equipo de Pablo Casado que los efectos electorales pueden ser catastróficos, sobre todo en aquellos territorios con acento propio. Por eso Alberto Núñez Feijóo huye de las estrategias del voluntarista García Egea. Su intencionada decisión de postergar a la dirección del PP en favor del socialdemócrata cristiano Paco Vázquez para presentarle en su esperada conferencia en Madrid lleva implícito todo un mensaje: aleja de mí el cáliz de Ciudadanos porque prefiero ir solo que mal acompañado. Ahora bien, el barón gallego tiene muy presente que, si no alcanza la mayoría absoluta, esa victoria que tiene asegurada le acercará al final de la vida política. Para entonces quizá se conozca la auténtica relación del Gobierno de Rajoy con el espionaje del deplorable Villarejo sobre los movimientos iniciales de Podemos. El PP no sale del charco.
En la misma esquina, Inés Arrimadas teme por la debacle. Despreciada en Galicia, abocada al fracaso en Euskadi, desinflada en Catalunya y cuestionada dentro de casa por el terremoto verbo del veleidoso Francisco Igea, la débil lideresa de Ciudadanos cruza los dedos. Mientras se decide la pelea interna a la búsqueda de su identidad, Ciudadanos se ha volcado en la cruzada contra el traspaso de la gestión de la Seguridad Social a la CAV. Desde el Congreso, en varios gobiernos autonómicos y en más de una voz con eco empiezan a advertirse del golpe a la esencia del Estado que supone la cesión de esta competencia recogida en el Estatuto de Gernika. En el banco azul han acusado el golpe. Tras las críticas de trazo grueso, propiciadas por un debate bastante inoportuno, a más de un ministro pareció temblarle las piernas al explicarle el alcance de tan significativo acuerdo de transferencias. Cada uno va a lo suyo.