Todo el mundo reflexiona ahora acerca de este concepto, asociado al factor humano, como clave para mantener la competitividad de nuestras empresas y la generación de riqueza social; desde la dimensión institucional y empresarial se subraya que la base para lograr la sostenibilidad de nuestras empresas y el mantenimiento de su competitividad pasa por ser capaces de atraer talento y retener el existente.

La condición necesaria (aunque no suficiente) para el desarrollo y ejercicio del talento pasa por la igualdad de oportunidades. Junto a ello, la pregunta obligada es: ¿de qué hablamos cuando hablamos de talento? ¿Hablamos de atraer a personas de excelencia aritmética en sus calificaciones académicas o, por el contrario, nos referimos a contar con personas motivadas, responsables, que sientan su día a día profesional como un reto individual y colectivo? Y otra cuestión obligada se concreta en saber qué proyecto profesional y de desarrollo personal les ofrecemos desde nuestras empresas para resultar atractivos.

El talento se traduce en resultados, en efectividad, en profesionalidad, en disfrutar del reto de mejorar día a día, en lograr sumar de forma equilibrada capacidad de compromiso y motivación. La dedicación y la suma de conocimiento, competencia, profesionalidad y motivación son factores que, cuando concurren en una persona, garantizan resultados excepcionales en todos los planos de la vida, también en el profesional. La clave emocional y la del compromiso son la llave del éxito, consistente en sentirse parte de un proyecto, saber compartir los problemas, las frustraciones y los éxitos, ser generoso y solidario con los integrantes del equipo (sea una empresa, una escuela o una institución). Un motor vital así configurado nunca se gripa, siempre superará las dificultades. El reto demográfico está ya encima de la mesa, directamente conectado a esa cuestión del talento. En Euskadi tenemos un reto fundamental de mantenimiento del Estado de bienestar de nuestros ciudadanos, en un entorno caracterizado tanto por un pronunciado y progresivo envejecimiento de la población como por la reducción de las tasas de natalidad, todo ello en un contexto de crecimiento lento de las rentas (estancamiento de la productividad y altos costes que dificultan la competitividad frente a países emergentes), lo cual genera que las necesidades de atención social crezcan a mayor ritmo que la producción de riqueza.

Este reto es compartido por el conjunto de países desarrollados sin que exista en este momento una receta clara para afrontarlo. El modelo basado en la sociedad de consumo y el capitalismo global está generando, tras la primera gran crisis global, un efecto de creciente desigualdad que condiciona la estabilidad social y política, con una sociedad crecientemente distanciada de los poderes económicos y políticos que no ofrecen respuestas convincentes a los problemas fundamentales de los ciudadanos (empleo de calidad, educación, sanidad o pensiones).

Todos estos desafíos ya presentes se proyectan además sobre un futuro incierto, lleno de incógnitas e incertezas. Como muy acertadamente señaló Esteban Vicente Cruz, si nos preguntamos cómo va a ser el futuro, lo único cierto que sabemos es que no va a ser como hasta ahora. Por todo ello, el factor humano y el desarrollo del talento es clave para nuestro futuro como sociedad y para el mantenimiento de un sistema industrial y empresarial que siga generando riqueza social. Todo ello plantea un reto de primer nivel a nuestras instituciones, al sistema educativo y a las propias empresas: hay que apostar por la diversidad. El talento no tiene edad, ni género, ni cultura ni etnia. El talento necesita crecer y requiere, para ello, liderazgos alejados de la tiranía del miedo, de la verticalidad, del impongo y mando.

La generación de talento necesita valores, necesita diálogo, necesita combinar personas creativas con personas con perfil más de ejecución de actuación. Necesita, ante todo, personas motivadas. Y el salario, siendo importante, sin duda, no es lo más relevante para atraer talento. Lo determinante es cómo se hacen las cosas, cómo se adoptan decisiones en la empresa o en la institución que busca lograr que ese factor humano, clave para el éxito futuro, se decida por hacer suyo tal proyecto frente a los otros.