Vaya por delante mi consideración como fundamentalmente injusta y antidemocrática cualquier forma de discriminación, sea personal, colectiva, profesional, política. Y puesto que en esta columna que firmo cada domingo se comenta la actualidad política, he creído oportuno fijar la atención en eso que se ha dado en denominar “cordón sanitario” para camuflar lo que no es otra cosa que pura discriminación con intención electoral. Porque asistimos a un flagrante ejercicio de discriminación decidido por los intereses de algunas ejecutivas políticas y agitado desde los poderes mediáticos. Ya no se trata sólo de vetar cualquier acuerdo con los excluidos; sino que debe ser impedida cualquier consecuencia favorable derivada de lo que los excluidos hagan.
Banalizar la perversión que supone marginar al adversario no solamente es una marrullería política, sino un injusto desprecio a la voluntad de los votantes. Y lo peor es que hasta tal punto se han banalizado unas concretas exclusiones políticas, que esa marginación provocada, intencionada, ha llegado a considerarse normal en buena parte de la opinión pública.
La discriminación de EH Bildu, o de la izquierda abertzale cualquiera que haya sido la denominación de su presencia en la escena política, viene de lejos. Cuando no ha sido directamente ilegalizada, se ha considerado contaminante cualquier relación institucional directa o indirecta con ella, o al menos así ha sido propagado desde el discurso político y mediático. A día de hoy, y por puros intereses electorales, han ido a parar también al rincón de los apestados los independentistas catalanes y, ampliada la inquisición, los titulados “populistas” de Podemos a quienes como reminiscencia del vituperio franquista se les apela “comunistas”. Para todos ellos queda proclamado el anatema en el discurso público. Luego, a la hora de pillar, todo vale; incluso el apoyo de los apestados.
EH Bildu, la discriminada por antonomasia, lleva demasiados años padeciendo ese rechazo y siendo considerada como germen de contaminación. Quizá, en un impulso épico, podrá haber entre sus bases algún sector que se sienta cómodo en esta situación de marginalidad como un atavismo de heroicos tiempos pasados con complejo de Asterix. Sin embargo, verse permanentemente discriminado no parece una circunstancia cómoda para el ejercicio de la política. La soledad involuntaria, además de injusta, dificulta el margen de maniobra para una normalización de sus relaciones políticas.
Esta es la consecuencia de la mochila con la que carga la izquierda abertzale desde que algún genio de la manipulación política decidió sacar partido electoral del terrorismo. Una mochila cargada con épocas pasadas de complicidad, o de pura coincidencia estratégica, de silencios tácticos, de ramalazos de sumisión, de convocatorias a fervorosos apoyos populares. Una mochila que, oportunamente lastrada con el ardor mediático, pretende seguir arrinconando a la actual formación política mayoritariamente configurada por la izquierda abertzale. EH Bildu es víctima de su pasado. Cierto que en repetidas ocasiones sus dirigentes han expresado el rechazo a la violencia, pero lo que hoy se le exige a la formación abertzale para ser homologada es que declare abiertamente que lo que hizo ETA estuvo mal, que fue injusto. Pero no es fácil que lo haga, ya que se supone que sería interpretado como una especie de rendición; como en otro tiempo lo fuera el término condena hacia las acciones de ETA. No es fácil expresar una declaración semejante con cientos de personas presas precisamente por haberse vinculado con ETA. Hace más de diez años que la organización armada dejó de existir, pero harán falta al menos dos generaciones para que cambien el discurso de los políticos y las soflamas de los medios. Mientras tanto, EH Bildu seguirá bajo sospecha y, por ello, discriminada.
Asistimos en el caso de Nafarroa a un nuevo ejemplo de cómo a cuenta de esa mochila que HB lleva a la espalda la derecha extrema navarra pretende arañar cotas de poder apelando sin ningún pudor a la exclusión de los apestados, a la supuesta perversidad que supondría mezclarse con ellos, obtener ni siquiera indirectamente alguna ventaja que provenga de lo que los apestados hagan. En nombre de esa supuesta peste abertzale, es intolerable la presión que se está ejerciendo sobre el PSN para que renuncie a su liderazgo, a su desarrollo político positivo, a su tan necesaria recuperación. Es intolerable que esa presión esté basada en la codicia de poder de la derecha extrema, como lo sería que una vez más proviniera del tacticismo electoral de una dirección política a distancia ajena a la voluntad mayoritaria de las navarras y navarros progresistas.