Javier Esparza es un pirómano político. Acostumbra a viajar a Madrid con queroseno en su discurso porque conoce dónde se lo compran a cualquier precio con el artero propósito de inflamar el escenario. Lo acaba de hacer falazmente para convertir Navarra otra vez en asunto de Estado, utilizando esa manida amenaza de que se avecina la enésima entrega del territorio foral al enemigo vasco de la mano, esta vez, de los “filoetarras de EH Bildu”. Toda una munición para que el unionismo se entregue alborozado a la rebelión, sabedor de que semejante pataleta enmaraña la capacidad de maniobra de Pedro Sánchez para su investidura y vuelve a meter la soga del debate territorial y de la autonomía orgánica en la casa del ahorcado de Ferraz. Quizá en esta ocasión falle la combustión al líder de UPN. Ya no hay cromos de las dietas injustificables de Caja de Navarra para intercambiar, ETA dejó de existir hace diez años y el PSN ha renacido en las urnas después de purgar por los agostazos de la sumisión un calvario que se antojaba interminable.
Ahora, la socialista María Chivite está en condiciones reales de sustituir a Uxue Barkos. Es cierto que hasta el último segundo previo a la votación para la presidencia autonómica le acompañará la fundada sospecha del temeroso veto final de Madrid, pero ya nada es igual que en los tiempos de Miguel Sanz y Pepe Blanco. La aspirante ha ido demasiado lejos en su apuesta porque sabe que no camina sola. En el empeño le acompaña Santos Cerdán, uno de los dirigentes más influyentes en la acotada dirección del PSOE y con cicatrices suficientes para valorar el funesto despropósito de otra maniobra en falso para favorecer a la derecha navarra.
Esparza ha esparcido la malvada idea de que Chivite está en manos de la izquierda abertzale para provocar el incendio, aunque la verdad le desmiente. Quizá porque lo entiende, Sánchez se ha puesto de perfil en medio de la polémica, consciente de que ya ha pasado por un trance similar cuando estaba necesitado y lo volverá a repetir sin remordimiento alguno porque sabe que las urnas no lo consideran ya un desliz. De hecho, cuando el presidente cuenta uno a uno los muchos apoyos que aún debe asegurarse, asume que si la cuerda se tensa al límite PNV y EH Bildu le aportan mucho más que los dos de Navarra Suma.
En Ciudadanos y PP no saben a qué atenerse con el líder de UPN, después de sentirse ninguneados cuando se creían miembros de un mismo grupo. Con el paso de las horas han digerido el shock que les supuso escuchar que darían su apoyo condicional a Sánchez. Rafael Hernando tardó unas horas en cambiar su indignación inicial por el aplauso, el tiempo suficiente para entender el calado de la envolvente. Albert Rivera se lió mucho más porque en su caso eligió torpemente el argumento de exigir la presidencia para la lista más votada. Sin quererlo, abortó la mínima posibilidad de que su partido sacara la cabeza siquiera en alguna alcaldía.
Hay muchos nervios por culpa de ese maldito cruce de intereses y de desconfianzas mutuas. Además, son muchos días bajo la presión de las tertulias y los mensajes envenenados de las redes sociales. En La Moncloa, en cambio, prefieren que los demás se vayan quemando. Vaya, como si Mariano Rajoy hubiera creado escuela. En el caso de Sánchez, asoma de farol con cierto engreimiento, consciente de que siempre saldrá ganando hasta en el patético desenlace de asistir a unas nuevas elecciones, donde Unidas Podemos daría dos pasos más hacia el precipicio por su segundo gesto de egocentrismo en la unidad de acción de la izquierda. El PSOE no tiene prisa alguna para el examen de su investidura porque le interesa sobremanera la fotografía de los pactos locales de la ultraderecha para exprimir su condición de única alternativa. Es ahí donde Madrid con las maniobras de la derecha bajo la mesa acapara todas las miradas, sin desmerecer la deriva que empieza a intuirse en detrimento del independentismo en Barcelona. Nada como el desenlace de las alcaldías del puente aéreo para espolvorear ingredientes sabrosos ante el estruendo de julio en el Congreso.
Hasta el próximo sábado, solo ruido. Castilla y León parecía perdida para el PP por sus patéticos resultados y la revancha personal de Paco Igea y ahora idea su continuidad si quita a un par de alcaldes de manos largas. Aragón se antojaba como una vendetta contra el socialista Lambán y por ahí ha emergido el regionalismo para salvarle los muebles. Ganará quien teja la mayoría. Ese es el miedo de Esparza.