vitoria - El desbaratamiento por parte de la Junta Electoral de la estrategia de Pedro Sánchez para maximizar beneficios en el debate televisivo que conforma, en todas las campañas electorales, un punto de inflexión, ha marcado el ecuador de esta realidad paralela en la que se ha convertido la quincena previa a los comicios. Con Vox excluido, Sánchez no podrá tener enfrente a las tres derechas para erigirse en alternativa moderada y racional ante un bloque que, peleando por el electorado más radical y apelando a la testosterona, le está franqueando el acceso al PSOE al nicho de votantes más jugoso en el Estado, el del centro moderado e indeciso que acaba apostando siempre por el que, intuye, será el caballo ganador.
La jugada le ha salido mal al presidente no solo porque la JEC le ha quitado su cuota de pantalla al candidato que más asusta a ese elector centrado, sino porque le ha dejado en mal lugar ante la televisión pública, que es uno de los estandartes de los socialistas. Allí, en RTVE, quiere comparecer el día 23 y solo el 23, tras el desplante de esta semana, dejando al margen y tocado en su orgullo a un grupo de comunicación cuyo peso a la hora de conformar opinión no es en absoluto despreciable. Atresmedia contraatacaba ayer manteniendo su invitación a Sánchez y la fecha del debate, ese mismo 23, y le presionaba con la confirmación de que Pablo Iglesias, Albert Rivera y Pablo Casado sí asistirán a su plató. Hay por tanto un pulso al mas alto nivel sobre la mesa para ponerle pimienta a unos días de Semana Santa que se antojaban de cierto relax en mitad de la campaña.
La número uno de la lista de Ciudadanos al Congreso por Barcelona, Inés Arrimadas, abría fuego ya ayer censurando que Sánchez no quiera “dar la cara”, y en el PP le acusaban de “esconderse” por no querer confrontar propuestas y reproches a solas con Pablo Casado el 23 en la cadena privada. Los populares quieren trasladar la imagen de que son el principal partido de la oposición, un papel que las encuestas confirman pese al derrumbe pronosticado pero que no acaba de calar en la calle por el enfrentamiento entre las tres derechas. El líder de Podemos, Pablo Iglesias, instaba a Sánchez a personarse en las dos citas por una cuestión de “decencia”.
Es en cualquier caso el del frustrado debate entre cinco el único contratiempo al que se enfrenta el presidente en una campaña en la que la economía, la educación, el paro, las pensiones e incluso un debate territorial sereno y honesto han quedado arrinconados por la sobreactuación, el exabrupto y el recurso a cuestiones que la sociedad ha amortizado hace tiempo. Así, Ciudadanos y Vox vienen a Euskadi a demostrar su gallardía al electorado al sur del Ebro, sabedores de que es más lo que pueden ganar proyectando en Andalucía o las castillas un holograma de la CAV del pasado que tratando de seducir a alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos.
Ambas formaciones, con el PP a rebufo, han logrado recrear la Euskadi de la pretérita crispación, mientras en Sestao, Tolosa, Agurain, Donostia, Oion, Portugalete o Durango la gente mira con más preocupación al presente y al futuro que al pasado. También en Errenteria, que en una mañana de domingo pasó de ser el laboratorio de la convivencia en Euskadi a convertirse en un nuevo Altsasu a los ojos de miles de potenciales votantes. Ayer Rivera presentaba la prometida denuncia ante la Fiscalía General del Estado por el acoso sufrido en la localidad guipuzcoana y señalaba a Sortu y EH Bildu como instigadores del mismo.
El frente vasco, y el catalán, con el juicio del procés y el debate sobre unos indultos que los procesados rechazan ya de entrada, conforman por tanto la vanguardia de esta guerra dialéctica en la que los propios medios de comunicación restan espacio a los programas de cada partido para dar más protagonismo a sus eslóganes. En descargo del cuarto poder es preciso subrayar lo difícil que es no hacerse eco de palabras como sangre, golpe de Estado, peligro público, asesinos, pederastas, trifachito o bildutarras, expresión de nuevo cuño que está cuajando con rapidez.
Se filtra ahora la intención de abrir la espita para rebajar la presión de la olla ante la intuición de que tanta crispación no beneficia, sino todo lo contrario, a quien la ejerce, pero en todo caso éste es el tono actual de una campaña que, parece mentira, se desarrolla apenas transcurrido un mes desde la segunda gran movilización feminista en el Estado. Cuarenta días después del 8 de marzo el papel de la mujer se reduce a dar la cara y reivindicar su causa en un debate de segunda división, mientras los que han retomado el mando del timón tras unas pocas semanas de empoderamiento femenino velan armas antes del duelo del día 23, esta vez sin PNV ni ERC.
Aquí, mientras tanto, los jeltzales tratan de hacerse oír con su campaña de siempre entre el griterío generalizado. La necesidad de conformar un grupo propio en el Congreso, la exigencia de completar el Estatuto de Gernika y el amarre de nuevas competencias mientras se alcanza ese objetivo ulterior conforman el grueso de su discurso, apuntalado con el traspaso de la AP-68 y la promesa de Sánchez de seguir en esa senda si repite en La Moncloa.
Enfrente tienen a una EH Bildu que quiere competir -sin confrontar, subrayan- por ese papel determinante en el Congreso, proyectando más allá de Euskadi la estrategia de acumulación de fuerzas abrazada hace una década, ahora de la mano de ERC y con el objetivo de crear sinergias entre todo el soberanismo ibérico de izquierdas. La unión hace la fuerza incluso en el separatismo, que tras la dramática experiencia catalana, y al margen del sector más cercano a Carles Puigdemont, apela al pragmatismo como herramienta para hacer posible la utopía.