Se sabía que no iba a ser fácil. La lógica política hacía suponer que un Gobierno a cuatro iba a suponer un ejercicio casi de filigrana, un alarde de mano izquierda y honestidad poco común en los actuales parámetros políticos. Sin embargo, fue tan clara la necesidad de poner fin a décadas de régimen bipartidista UPN-PSN, que las cuatro formaciones curtidas en la oposición decidieron dar el paso. Y a mediados de julio de 2015, comprobado que la aritmética electoral lo posibilitaba, se firmaba el histórico acuerdo programático para el gobierno del cambio. Navarra puso en marcha un experimento tan ilusionante como complicado en el que se combinarían el mayoritario deseo de cambio con la inestabilidad propia de un acuerdo entre diferentes.

Muy pronto comenzaron a moverse fichas de variado pelaje sobre el tablero navarro, todas en la misma dirección. Desde la derecha regionalista, principal agraviada en la pérdida inesperada del poder, arreciaban los oráculos apocalípticos amplificados por su secular poder mediático. ¿Qué podía esperarse en una Navarra vendida a los vascos, a los terroristas, a los populistas, a los rojos?? El acoso, furibundo, no ha conocido tregua durante toda la legislatura escarbando con rencor en cada desacierto, en cada contradicción, en cada lógico desencuentro interno del cuatripartito. No han faltado las mentiras, los excesos, los insultos, las trampas para desacreditar al Gobierno y a sus integrantes.

En todo ello es experta la derecha extrema, con una UPN acostumbrada al poder y un PP ejerciendo de mamporrero sin nada que perder, y por la izquierda un PSN desconcertado, acomplejado, en tierra de nadie, sumándose al coro en cuanto oliese aroma identitario.

En el tablero navarro han competido, desde fuera, quienes lo han considerado ejemplo de desgobierno, de pacto antinatura, de caballo de Troya del colonialismo vasquista, de extremismo populista. De otra parte, han utilizado ese tablero como ejemplo de acuerdo entre diferentes, de modelo a seguir, de posibilidad abierta para otros cambios y otros territorios. En ese complicado tablero ha movido las fichas, está moviéndolas, el Gobierno presidido por Uxue Barkos, llevando adelante aquel acuerdo programático con tacto, con pulso y, sobre todo, con eficacia porque los datos avalan la gestión.

Los integrantes del gobierno del cambio estaban acostumbrados a bregar con las insidias de la derecha extrema navarra. A esta agotadora tarea se han añadido los sobresaltos surgidos de la inestabilidad interna de Podemos, algunos maximalismos, algunos personalismos, algunas bisoñeces, complicaciones que han procurado solventar con habilidad, tacto y responsabilidad.

Pero una cosa es enfrentarse al acoso del adversario ya previsto, y otra soportar el hostigamiento del que podría considerarse como fuego amigo prendido por gentes a las que se suponía favorables al cambio en Navarra. Porque esa difícil estabilidad se ha complicado con la entrada en el tablero navarro de colectivos supuestamente de izquierda, o de extrema izquierda, o antisistema, incrustados en movimientos populares autogestionarios. No puede perderse de vista la infiltración de ese tipo de colectivos en el sector más contestarario de Ernai, una contestación que algunos valoran como mayoritaria y que al activismo independentista han sumado la radicalidad marxista y la dinámica antisistema.

No parece normal que el conflicto del gaztetxe Maravillas, inicialmente centrado en el Palacio del Marqués de Rozalejo, en Iruñea, apareciera durante el pasado verano en pancartas reivindicativas durante las fiestas de verano en otras capitales y localidades vascas. La radicalidad entraba a jugar en el tablero navarro, esta vez para sumarse al acoso al Gobierno de Uxue Barkos por parte de quienes nunca asumieron la aceptación de las reglas democráticas por parte de Sortu ni aceptaron el acuerdo de Bildu con Geroa Bai, que para ellos viene a ser la burguesía del PNV. Colocado el conflicto del gaztetxe Maravillas en el tablero navarro, sitúa a Bildu en la complicada alternativa de sostener al Gobierno del que forma parte o posicionarse en apoyo a los okupas como se supone es su deber.

La okupación del Palacio Rozalejo, con las elecciones forales ya a la vista, ha sido un ataque a fondo contra un pacto que nunca fue asumido desde la radicalidad, un toque de atención para pactos de futuro, un intento de acumular fuerzas para recuperar el liderazgo en el espacio independentista de izquierdas en Nafarroa. Todo ello con el más puro estilo desestabilizador de siempre, con el enfrentamiento como ambiente vital y con la amenaza, la diana y la pintada como hábito histórico del que aún no se han sabido desprender.