donostia - El pasado marzo, coincidiendo con el 25 aniversario de la fusión con Euzkadiko Ezkerra (EE), el socialista vasco Ramón Jáuregui anunciaba que deja la política en activo, “aunque nunca lo hace ni quiero dejarlo”, y “orgulloso” tras 40 años de actividad con reconocimiento público. El eurodiputado apura sus últimos meses tras haber ejercido de casi todo, entre otros cargos el de vicelehendakari del Gobierno Vasco con José Antonio Ardanza entre 1987 y 1991, ministro de la Presidencia con José Luis Rodríguez Zapatero, secretario general del grupo del PSOE en el Congreso y con escaño en Estrasburgo desde 2009. Desde esa óptica europea, donde emerge el magma de la ultraderecha, quien creció en el barrio donostiarra de Herrera como el más pequeño de diez hermanos, desbroza el escenario del Estado tras el tsunami electoral de Andalucía con la fuerte irrupción de Vox y la más que probable pérdida del palacio de San Telmo del PSOE de Susana Díaz tras casi cuatro décadas en el poder.

¿Qué análisis hace de lo sucedido en el bastión electoral socialista?

-Es preocupante para todos porque aparece un populismo aún por definirse y que puede provocar una grave distorsión en la solución de los problemas territoriales. Vox representa una radicalización del antinacionalismo y tensionará a los partidos de la derecha hacia una actitud que puede destruir el modelo territorial y alentar la tensión radical de los independentistas catalanes.

¿Debe hacer autocrítica el PSOE y la izquierda, al no saber captar el descontento ciudadano?

-Andalucía tiene un componente de desgaste de 36 años y eso ha afectado al resultado, al igual que una abstención con la que no contábamos. Pero estoy seguro de que Vox recoge votos de muchos descontentos y, como en otros países europeos, también de la izquierda, tanto por el descontento social como por la demagogia antiinmigratoria. Además, la campaña electoral se catalanizó en contra del PSOE, y es que nuestra alianza, aunque sea coyuntural, con los nacionalismos tiene unos costes.

¿Tienen que replantearse los pactos con los soberanistas?

-No. El PSOE no tiene más remedio que seguir defendiendo la reforma constitucional que permita pactar con los nacionalismos. Eso no tiene vuelta de hoja y no lo podemos cambiar. Nuestra misión es defender el modelo autonómico y constitucional. Lo malo de esto es que la derecha y el centro derecha se nos han escapado a una vertiente antinacionalista que puede hacer inviable toda propuesta política de pacto.

Como en sus inicios, las sociedades exigen otro ‘modus vivendi’.

-Mi reflexión es que sigue habiendo razones para luchar. Quienes decían que la Historia acabó hace veinte años cuando cayó el Muro de Berlín, que se fijen en la regresión democrática que encaramos. Todas las librerías del mundo están llenas de este debate y es que cada tiempo tiene su afán. Hace 40 años luchábamos por la democracia, la libertad o el autogobierno, y ahora hay otras causas donde sigue siendo necesaria la mejoría de las personas, el compromiso con los valores y alimentar el corazón de la gente.

Deja un Estado fracturado política e institucionalmente, con una ‘salvamización’ de las posturas.

-Estamos inmersos en un cambio de sistema político que ha alterado el mapa después de que el bipartidismo acabara. No podemos minusvalorar esta crisis democrática, ni devaluar los derechos humanos, el proteccionismo comercial o el abandono de Estados Unidos en la cumbre del cambio climático. El brutalismo político es bastante peligroso con muchos de los insultos que se lanzan en el Congreso, me preocupa el desprestigio institucional, del poder judicial, del legislativo... España se enfrenta a un futuro complicado y liderada por jóvenes de 40 años como Urkullu, Junqueras, Sánchez, Rivera, Casado o Iglesias, que afrontan una España que está todavía por hacer y que no se encarrilará hasta tener un nuevo Gobierno tras unas elecciones.

¿Adelantará Sánchez los comicios?

-No estoy en la cabeza del presidente y todos son especulaciones.

Un presidente a quien desde el PSOE, sobre todo el de Susana Díaz, subestimaron su poder de atracción dentro de la militancia.

-En eso nos equivocamos mucho. Yo defendí la abstención y aparqué el famoso no es no para evitar unas terceras elecciones en pocos meses. Pero la militancia estaba enrabietada y luego le dieron a Sánchez una gran oportunidad con la sentencia del caso Gürtel y el escándalo social. Desde luego, la moción de censura es la máxima sanción institucional a un Gobierno corrupto.

La derecha no lo ha superado y alude a Sánchez como ilegítimo?

-No es más que populismo, que actúa en estadios como el empobrecimiento de clases bajas y medias, la era digital en las redes; o que hay liderazgos que no crean opiniones ni ayudan a vertebrar la sociedad. El empoderamiento de las redes ha empobrecido el debate con las fake news. El fenómeno migratorio actúa como caldo de cultivo y eso hay que combatirlo porque te salen un Salvini (Italia), Le Pen (Francia) o Vox. Por eso Europa reclama una respuesta inteligente.

¿Catalunya es ahora el gran dolor?

-Sin duda alguna, la demanda nacionalista es la única cosa que ha salido mal del proyecto constitucional. Otras asignaturas que vienen de los 70 -el marco democrático, la libertad, la tensión militar y de las religiones...- se han resuelto de forma notable. El Título VIII fue generoso e inteligente con el tema territorial pues nos aportó un modelo casi federal. Pero en Catalunya hay una falla. Es la gran causa que reclama nuevos acuerdos políticos.

¿Y le ve solución?

-A corto plazo soy bastante pesimista. El tema judicial es incontrolable y probablemente haya sentencias con condenas de varios años. Y además hablamos de un independentismo, incluida la burguesía, que quiere eso y no otro pacto y mano tendida, y que se puede radicalizar en este contexto.

Algunos de los ministros socialistas se han referido a los indultos como una vía de reconciliación.

-Es pronto para eso. Pero yo creo que habrá juicio, condena y proseguirá el encarcelamiento. La cuestión catalana la tendrá que abordar el próximo Gobierno español y todo dependerá de su orientación, y será más difícil si no es la actual. La derecha habla sin reparos de recentralización de las competencias y con un posicionamiento muy agresivo, pero sin ella, sin esa derecha, es imposible que haya una reforma de la Constitución. O la reforma es pactada, o no lo es.

¿Y cuál es el antídoto para controlar esas posiciones tan ultras?

-Pues, por ejemplo, más Europa. Al contrario de lo que se dice, sigue siendo un proyecto maravilloso, la unión supranacional es la receta contra esa extrema derecha de Italia, Hungría, Polonia y que se nos cuela. Europa es la salvación de la tentación fascista, con grandes masas de población educadas en la democracia. Hemos pasado una tormenta perfecta. Juncker tenía razón al decir que vivimos una crisis existencial. Y como afirmaba Galileo: Pero se mueve. Hay viento de popa en nuestras velas.

¿Pese al ‘Brexit’ británico?

-En 2016, en su momento más dramático, provocó pánico porque existía el riesgo de que le imitara Le Pen en Francia saliéndose del euro. Pero todo ese temor se ha disipado solo dos años después, y la negociación del Brexit ha dejado la evidencia de que el que se va, se ahoga. Finalmente, la Europa de los 27 ha trasladado al Reino Unido todos los problemas de su decisión.

¿Qué legado personal deja?

-Me voy con el orgullo de que conmigo no habrá puerta giratoria. Me siento querido y reconocido. Me basta con que digan que fui un hombre coherente, que sintió sus ideas y a sus ciudadanos. No quiero más, ni homenajes. Seguro que he tenido imperfecciones, pero he sido honesto, y no puedo ocultar de que sentiré algo de nostalgia.