“Puro mangazo”. ¿Sabe usted qué es mangazo?”. “Pues eso, lo que ha pasado aquí y no hay más que hablar. Que vengan otros a ver qué hacen”. El camarero de Utrera desgrana rotundo en voz alta, sin importarle el eco de sus argumentos entre los comensales, la hecatombe electoral del socialismo andaluz. En su reflexión, no deja duda en señalar como causa principal de este terremoto político del 2-D la corrupción prolongada durante décadas y el hastío inoculado en muchas capas de un territorio que esta vez ha dicho basta quedándose en casa. Eso sí, no descarta que vuelvan al poder pero prefiere, de momento, que “lo paguen un rato”. Varios analistas andaluces piensan lo mismo aunque lo argumentan más solemnes, cautos para curarse en salud después de participar del unánime fracaso tertuliano sobre la suerte de estos comicios.
En cambio, Susana Díaz, la gran derrotada de una noche electoral históricamente imborrable, prefiere desde su soberbia mirarse el dedo para señalar la luna. Sin un rictus de mínima autocrítica, la todavía presidenta cree posible su reencarnación política tras haber hundido al PSOE-A por una gestión inerte y egocéntrica, salpicada por los zarpazos corruptos y sumisa ante los efectos siempre cainitas de su cisma interminable -y menos desde el domingo- con el sanchismo. La destronada lideresa apuesta por el vudú para echar mal de ojo al entendimiento de la derecha con Vox que le conceda una desesperada oportunidad, que ni siquiera imaginan en su entorno más próximo y destrozado anímicamente. En Ferraz solo cuentan las horas para que se marche de una vez. Pero no darán batalla alguna para evitar más desgarros en tiempos de semejante flaqueza. En sus cálculos prefieren que la fruta caiga madura, sin arrancarla.
En el entorno de Pedro Sánchez tratan de salir del estado de shock, como ayer mismo admitía uno de ellos. De momento se les ha ocurrido -es más un desiderátum- que Díaz se haga a un lado para así presionar a Ciudadanos con el soniquete de activar un cinturón sanitario frente a la ultraderecha bajo el liderato de un nuevo candidato socialista. Albert Rivera está muy crecido como para atender semejante señuelo. Otra cosa bien distinta es que el político catalán acuse fundados síntomas de vértigo política cuando calibra el innegable desgaste a los ojos de Europa -empezando por Macron de cara a las europeas- que le supondrá respaldar el fanatismo populista de Santiago Abascal. Por eso no quiere cerrarse ninguna puerta. Ni siquiera la del bloqueo institucional.
Los socialistas andaluces siguen imperturbables ante el micrófono, mirando la paja en el ojo ajeno y por eso solo se les ocurre decir que si quitas a Vox sigue habiendo mayoría de izquierdas. La impunidad ancestral acaba provocando estas secuelas. Por eso ni se plantean la retirada honrosa de su guía espiritual ni se abren a una humilde reflexión crítica tras descender a los infiernos de su peor dato electoral.
En el PP han encontrado el mejor antídoto posible para enmudecer su peor dato de la historia solo comparable con otro descalabro hace 22 años: tienen el poder a un paso. Después de perder 7 escaños y más de 330.000 votos, Pablo Casado se felicitó por el éxito. Al disfrazar tamaño batacazo después de implicarse hasta la extenuación en la campaña, el líder popular sabía que no tardará 5 minutos en entenderse con Abascal. Son de la misma cuña aznarista. Otra cosa será cuando llegue el momento de poner la guinda de Ciudadanos, a quien siempre el PSOE mirará como objeto de deseo. Hasta entonces, todos aplauden el paso al frente de su presidente. En cambio, entre sorayistas y veteranos cospedalistas cunde el fundado temor de que el discurso del partido puede enredarse en el tiempo entre las estratagemas de Vox.
ciudadanos y vox El de Amurrio ni se inmuta, les espera crecido. Se siente desbordado por el éxtasis, envidiado, cortejado y, como siempre, retador desde su ambición tan personal como política. El líder de Vox sabe que su desbordante irrupción en el Parlamento andaluz le garantiza, por fin, ese puesto de miembro distinguido que le tenía reservado la mafiosa supremacía xenófoba europea para cuando se graduara. Superada la prueba con nota, ahora quiere asegurarse cuanto antes un senador autonómico para que Vox martillee con su discurso la distensión del Gobierno con el independentismo catalán, diluya el apoyo de la derecha contra la violencia de género y reclama el exterminio de las autonomías. Será el aperitivo para las europeas. Sabe que la circunscripción única le puede encumbrar definitivamente. Éste viene aprendido.