Era previsible, pero el empeño y la ferocidad de los desalojados (PP) y los postulantes (C’s) han acelerado el acorralamiento a Pedro Sánchez hasta el punto de responsabilizarle de todos los males y dispuestos al degüello a la que salte. La derecha extrema ha pillado hueso y lo va a roer hasta destrozarlo, dejando en el aire aquellas buenas intenciones de la primera hora y obligando a Pedro Sánchez a digerir como pueda el choque con la realidad. A día de hoy, cualquier observador es consciente de la debilidad de un Gobierno sustentado en solo 84 diputados y del ensañamiento de la oposición en todo lo que concierna a Catalunya, a la inmigración y a la situación de los presos vinculados a ETA.
De manera atropellada el Gobierno de Pedro Sánchez ha pisado suelo y se ha visto obligado a ser cauto, a ralentizar las previsiones, a matizar sus compromisos y a encajar los guantazos que cada día le vienen encima haya o no haya motivo. Cuando, en el entusiasmo de la investidura, hizo públicas sus buenas intenciones de diálogo y generosidad en referencia al colectivo de presos vascos y el fin de la dispersión, ni por el forro se esperaba la que se iba a liar con solamente dos traslados sencillos y plenamente legales. Va a ser más que complicado, por tanto, que sean inminentes los compromisos del actual Gobierno para resolver de manera global la situación del colectivo. Antes, tendrá que escampar.
Conocida la situación y comprobadas las dificultades reales, no hay una explicación coherente para el actual arrebato que parece haber afectado a los dirigentes de Sortu para urgir a Sánchez a que resuelva el problema de manera inminente y definitiva. Parece que el sentido común, o al menos el sentido práctico, debería aconsejar que este tema se tratase en absoluta discreción, sin demandas notorias ni urgencias y evitando cualquier expresión pública que pudiera ser manipulada en contra.
Estos últimos días han sido Arnaldo Otegi y Rafa Diez quienes han alzado la voz, más profusamente el primero, más profundamente el segundo, apremiando al Gobierno español -y, ya de paso, al francés- a afrontar definitivamente el preocupante presente de las doscientas y pico personas presas y dispersas. Otegi pide “un gran pacto nacional vasco con el horizonte de la excarcelación de los presos”. El coordinador general de EH Bildu va más allá del fin de la dispersión, de la aplicación de los beneficios penitenciarios legales, que ya va siendo hora, y se asoma a los confines de la amnistía imposible. No basta con acercar las cárceles, hay que vaciarlas. Arnaldo Otegi no ha nacido hoy, y sabe que el discurso para los de casa, el discurso endogámico, podrá cohesionar las bases pero, pisando suelo, sabe que tiene una nula efectividad. ¿Dónde está el horizonte de la excarcelación de todos los presos, cuando dos puñeteros traslados hacen tambalear al Gobierno? Sorprende, también, que Rafa Díez deje caer que debería eximirse del arrepentimiento a los presos políticos vascos. Olvida Díez los argumentos de contrición que presentaron los estatutos de Sortu para su legalización, o el reconocimiento del daño causado al que apelaron los dirigentes de la izquierda abertzale para pactar con fiscalía condenas inferiores a dos años para evitar la cárcel. En la sociedad vasca hay amplia conciencia de la injusticia de la dispersión y repetidamente se ha movilizado contra ella.
Pero sobre el motivo de las condenas y la posibilidad de vaciar las cárceles hay actitudes muy diferentes. Y, sobre todo, mucha indiferencia. Han sido demasiados años apelando a sus presos como para ahora pretender compartirlos con toda la sociedad vasca. El desalojo del Gobierno del PP de Mariano Rajoy es un asomo de esperanza, pero cualquier precipitación puede dar al traste con una solución que en ningún caso puede ser inminente.
Pedro Sánchez no da más de sí y, de momento, sus promesas han quedado en eso, en gestos de buena voluntad y muy escasos avances por el momento. A quienes pisan el acelerador no está de más darse un baño de realidad, y la realidad es que Sánchez va a verse acosado en este tema y cualquier presión que se haga sobre él contribuirá a debilitarle.
Hay que pisar suelo y manejar el tema con prudencia y sentido de la oportunidad. A no ser que se prefiera la vuelta de la derecha extrema y resignarse aquello de cuanto peor, mejor.