Bilbao - Euskaltzale, bertsozale, y concejal del PNV en Soraluze, Venancio Iñurrieta escribió de su puño y letra unas cartas que su familia ha guardado con mimo. Preso de 1936 a 1940 en las cárceles de Tolosa, Ondarreta y en el Fuerte de San Cristóbal, en el que vivió en primera persona la histórica fuga de 1938, su nieto, Benan Oregi publicó un libro en euskera -de título Zutik ozta-ozta nator- con base en unas misivas que, auspiciadas por Gogora, ahora pueden ser consultadas en sus archivos por quien lo desee. Su libro ha sido reeditado además en castellano, bajo el título A duras penas.
Su familia guardó el fondo de cartas manuscritas de su abuelo durante 80 años. ¿Por qué deciden acudir a Gogora?
-En realidad la digitalización estaba hecha, aunque sea en plan casero. Más que por la digitalización, fue porque la gente se va haciendo mayor, como el caso de mi madre y sus hermanos. Cuando pase esa generación, los depositarios del fondo somos los nietos. Guardar las cartas de mi abuelo en un armario no tiene sentido; hay que ponerlo en mano de investigadores, pero también de toda la ciudadanía. Después de 80 años de la historia de mi abuelo, era hora de ponerlo en un lugar público, de acceso fácil.
¿Por qué se decidieron por dejarlos a buen recaudo en Gogora?
-Nos decidimos por Gogora porque está al lado del Archivo Histórico de Euskadi, que es donde tiene que estar. Lo decidimos toda la familia, entre todos los primos, y nos decantamos por Gogora y el Archivo de Euskadi. Nos pareció que es el sitio adecuado.
Guardaron las cartas de su abuelo como oro en paño y no solo por su valor histórico, sino también por el sentimental. ¿Les resultó difícil desprenderse de los manuscritos?
-Sí. Primero, porque estaba guardado con mucho amor, en unas cajas de cartón bien organizadas, pero estaban envueltas en paquetes... No era lo idóneo para la preservación. Hace unos 15 años cambié la forma de guardarlos. Hice una pequeña intervención, porque el papel suelen decir que dura unos 70 años. Estas cartas han durado mucho más al estar bien preservadas.
¿Qué motivó que se embarcara en el proyecto de rescatar la memoria de su abuelo con un libro?
-Teníamos un proyecto, que era realizar la publicación. Digitalicé las cartas y hablé con Xabier Irujo (director del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada, Reno). Para cuando hablé con él ya tenía un borrador. Quería hacer una publicación. Pensaba que podría hacerlo personalmente, por una cuestión que me tocaba muy de cerca. Fui mostrando el material a especialistas y me animaron a seguir adelante.
¿Cuando entró en juego Gogora?
-Queríamos terminar el proyecto depositando las cartas en algún sitio. Cuando hicimos la primera publicación, con ayuda del Ayuntamiento de Soraluze, se presentó en el 80 aniversario de la entrada de las tropas franquistas en la villa, en 2016. Luego vino Gogora. Tenían mucho interés en hacerlo en las cartas, ofrecieron traducir el libro y reeditarlo en euskera y en castellano. Por supuesto que dijimos que sí.
¿Animaría usted a que las familias que tengan documentos históricos como los de su familia a emular su experiencia?
-Uno de los objetivos de este trabajo, que me ha llevado cuatro años, es difundir esos documentos y animar a esas familias que pueden tener fondos similares a que hagan lo mismo. Hay gente que a raíz de este proyecto nos ha venido a decir que también tienen cartas. Al final, con las microhistorias de nuestras familias contribuimos a escribir la historia general de Euskadi.
Digitalizando esos documentos, quedan para siempre...
-Así es. Además, que conste que la titularidad de los materiales no se cambia. Se hace un contrato de cesión a Gogora para que los preserve y los divulgue; pero no se regalan. Se ceden. En nuestro caso, las hemos entregado físicamente, pero es que era nuestra idea. Se quedan ahí, pero cuando queramos las podemos recuperar, aunque no tiene sentido hacerlo. Están en unas condiciones óptimas y se permite que la gente pueda verlas. Es suficiente con que tengamos una copia.