con la cabeza fría y enfrente del inesperado por sólido e intencionado Gobierno Sánchez, en el PP se tiran de los pelos. Muy por encima de ese cabreo de formas burdas -van a tocar algunas partidas simbólicas de los 70 millones concedidos para 2018 al País Vasco y así calmar las iras de quienes piden sangre contra el PNV-, en Génova empieza a tomar cuerpo la idea de que Mariano Rajoy se equivocó. Que su último servicio al partido, pensaron entonces y lamentan hoy, debería haber sido la dimisión. Así lo creen parlamentarios, asesores, empresarios que también se acuerdan de criticar de pasada a Ciudadanos por haber abierto la caja de los truenos, y sobre todo centenares de nuevos parados de incierto futuro laboral. Pero el presidente se bloqueó nada más escuchar cómo Andoni Ortuzar le comunicaba el fatal desenlace de su suerte. No escuchó a nadie pero tampoco nadie osó contradecirle como es propio de tantos palmeros. Mucho menos lo iba a hacer Dolores de Cospedal, a su lado en aquel reservado, porque así quedaba truncaba la opción de una sucesión provisional a favor de su acérrima enemiga personal Soraya Sáenz de Santamaría -ambas ya no se cortan en transmitirse su odio-. Nadie levantó la voz, ni siquiera en el último segundo previo a votar la censura, para agarrarse al clavo ardiendo de una presidenta en funciones que tuviera en su mano convocar elecciones o, tal vez, seguir arrastrándose un poco más por si cambiaba la suerte con el paso de las semanas y un Presupuesto aprobado. Fue entonces cuando entre los populares más coléricos -son legión, pero hay sonoras excepciones- se instaló el pánico, el desasosiego por lo desconocido, la venganza primitiva contra el nacionalismo vasco y, como válvula de escape, la chanza sobre el escaso recorrido que le aguardaba al PSOE y a su “ilegítima” victoria. Para ellos y muchos otros, Pedro Sánchez seguía siendo un pobre hombre que nunca llegaría a la orilla. Jamás imaginaron, por tanto, que sería capaz de sorprender a toda la sociedad con semejante brochazo de modernidad, apertura y simbolismo en la con?guración del gobierno más feminista de Europa. Aún en estado de shock, el PP -y por supuesto Albert Rivera, otro de los grandes derrotados para mucho tiempo- se lamen sus heridas mientras pergeñan una oposición hostil. El Congreso se dispone a acoger una batalla cruel, pero la oposición debe saber que les espera la inagotable descarga de un carrusel de gestos políticos con intencionado calado social y efecto mediático que se sucederán desde un Gobierno con criterio. Sencillamente responderá a la estrategia de un presidente con piel política de cocodrilo, trenzada para aguantar en el poder, de entrada, hasta la primavera de 2020 y, de paso, ir consolidando una alternativa sólida con voluntad de permanencia los cuatro años siguientes. Una hipótesis que hace apenas dos semanas hubiera provocado una hiriente carcajada generalizada, incluso en el PSOE. En cambio, es ahora una alternativa que nadie se atreve a descartar. Mucho menos el PP, atormentado en su aislamiento, incrédulo de su fatalidad, ajeno a la re?exión crítica, amarrado a la añoranza del ultraje sufrido. Bajo semejante depresión arranca con urgencia la necesaria búsqueda de sí mismo, la elección de un nuevo líder sin ventanas a la regeneración. Sin tiempo ni voluntad sincera para oxigenar muchas de sus estructuras internas pestilentes y jubilar dirigentes desfasados, el principal partido del centroderecha encara una imperiosa renovación con un fundado riesgo de esfuerzo baldío. Por todo ello, Sánchez sonríe. Más aún cuando imagina la desesperación que comparten Pablo Iglesias, muy exigido con el tono que imprime a su futura acción política en un contexto que le compromete, y Rivera, desnudado absolutamente en sus intenciones reales. En el medio, aunque sobrevolando como siempre, Catalunya. Ya se ha producido el primer gesto en el estreno del nuevo consejo de ministr@s. Solo es el entremés. Queda un largo partido por jugarse en más de un escenario -el poderoso condicionante judicial seguirá estando ahí- y sería contraproducente para la propia distensión de este con?icto que se retransmitieran hasta los detalles más nimios de esta nueva partida de ajedrez que a buen seguro va a librarse. Las presiones exógenas van a ser interminables y muchos las aprovecharán para engendrar ese progresivo clima de inestabilidad que tanto daño hace a la serenidad. En todo caso, nada será como empieza. Las dos partes se saben obligadas a moverse.
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