Cuando Emiliano Revilla fue liberado tras permanecer encerrado en un zulo durante ocho meses, los médicos no salían de su asombro: el empresario soriano se encontraba en perfecto estado de salud, física y mental, y no fue necesario someterle a ningún tipo de tratamiento especial. El forense que le examinó aseguró entonces que “está sorprendentemente bien. No tiene ninguna clase de síndrome de Estocolmo. Más bien habría que decir que son los secuestradores los que habrán contraído el síndrome Revilla”. Durante su cautiverio, Revilla estableció una relación especial sobre todo con el jefe de los secuestradores, Joseba Urrosolo Sistiaga, con quien compartió muchas horas de conversación. Con los años, el exmiembro del comando Madrid acabó renegando de ETA y del uso de la violencia y, ya convertido en uno de los puntales de la vía Nanclares, llegó a mantener en la cárcel de Langraiz un encuentro con Revilla a petición propia. El sábado 24 de febrero se cumplieron treinta años del día en que, a punta de pistola, secuestraron al empresario en el portal de su casa en Madrid. Fue llevado a un zulo en una vivienda de la calle Belisana, cerca de Arturo Soria, en la misma ciudad.
El 30 de octubre de 1988, y tras el pago de un rescate millonario por parte de su familia, los miembros de ETA le trasladaron en coche hasta el Hospital Clínico, cerca de la Plaza de Cristo Rey donde se encontraba su vivienda. Revilla, que cumplió 60 años durante su cautiverio, el 30 de junio, fue puesto en libertad con una bolsa que contenía un bocadillo, un tercio de los varios centenares de dibujos que había realizado durante su cautiverio... y una tarta. Además, sus captores le instaron a no dar aviso a la Policía en un plazo de dos horas, con el fin de posibilitar su huida. Al día siguiente, Emiliano Revilla apareció en el balcón de su casa, trajeado y saludando exultante a los ciudadanos y medios de comunicación presentes, junto a su esposa, su hija y su yerno. Fue el tercer secuestro más largo de la banda -aún estaban por llegar los 342 días de cautiverio de José María Aldaya y los 532 de José Antonio Ortega Lara-. En una rueda de prensa, explicó que “los secuestradores me dijeron que su experiencia conmigo había sido muy positiva, que han aprendido mucho”.
Revilla, un empresario construido a sí mismo a partir de la sociedad familiar de embutidos que lleva su apellido, vendió esta firma a la multinacional holandesa Unilever para dedicarse de lleno a los negocios inmobiliarios, su verdadera vocación. Entonces tuvo que afrontar el trance de su secuestro, que sobrellevó en base a una estricta disciplina y a su fortaleza mental. Encerrado en un zulo de dos metros de largo por uno de ancho, trató de calcular el paso del tiempo y se dedicó a caminar cada día durante horas, llegando a recorrer miles de kilómetros en su cautiverio. También dibujó de forma compulsiva e incluso escribió sus memorias, que llegaron a ocupar cerca de 300 folios. Respecto a su relación con sus carceleros, mantuvo un diálogo constante con un encapuchado Urrosolo Sistiaga sobre temas diversos como la construcción de viviendas y la situación política y económica. Una vez liberado, Revilla afirmó que “no me someto a las influencias, tengo los pies en el suelo. Estoy forjado como el hierro de los yunques”.
Joseba Urrosolo Sistiaga fue detenido en Francia en 1997 y extraditado a España en 2001. Acusado de 16 asesinatos y dos secuestros, fue condenado a más de 600 años de cárcel en distintos procesos. Tras acogerse a un programa de reinserción y dejar de pertenecer a ETA, pidió reunirse con Revilla. Lo hizo en el contexto de los encuentros restaurativos organizados por Instituciones Penitenciarias durante el Gobierno de Zapatero y en colaboración con la oficina de víctimas del terrorismo del Gobierno Vasco. El contacto se produjo en otoño de 2011 durante varias horas y sus protagonistas han mantenido una estricta discreción sobre su contenido.
En una aparición pública el pasado noviembre con motivo de la inauguración de una exposición sobre víctimas del terrorismo, el empresario desveló que Urrosolo Sistiaga le pidió perdón y le entregó una carta para su familia. Revilla agregó que no ha perdonado a sus secuestradores, aunque se sintió bien tratado. “Son dos cosas diferentes: una cosa es cómo se han portado conmigo, pero yo no les puedo perdonar”, aseveró. El contrapunto está en otro de los etarras que participaron en el secuestro, Andoni Gabiola Goiogana, quien tras dejar la cárcel en 2016 protagonizó una polémica por el homenaje que se le tributó en el Ayuntamiento de Lekeitio, donde se sentó en el sillón del alcalde en un salón de plenos repleto.