gasteiz - El 23 de octubre de 1993, el IRA colocó una bomba en una pescadería de Shankill Road, en Belfast, y mató a diez personas, una de ellas el terrorista de 19 años que colocó el artefacto. Otras dos, la esposa de Alan McBride y su suegro.
Usted pasó varios años siguiendo a Gerry Adams en sus actos públicos para denunciar el asesinato de su esposa. ¿Qué le hizo cambiar después su forma de ver las cosas?
-Lo primero que tengo que decir es que yo no considero a Adams responsable de la muerte de mi mujer, él cargó el ataúd del asesino de mi mujer y mi suegro, pero no le considero responsable de haber puesto la bomba. Hice una campaña para confrontar con él y reivindicar a mi mujer no como un número más en la estadística, sino como una persona víctima de ese conflicto. Pasé por un proceso de un par de años y luego cambié de parámetros. Yo crecí en una comunidad unionista muy cerrada, y me di cuenta de que no conocía a católicos, de que tenía amigos que se habían unido a grupos paramilitares y habían hecho lo mismo que habían hecho a mi mujer, y empecé a reflexionar sobre el papel de la sociedad. Creo que para construir la paz en Irlanda del Norte en vez de solo señalar a quienes se han valido de la violencia, hay preguntarse qué ha llevado a la sociedad a enfrentarse de esa manera.
Usted finalmente habló cara a cara con Adams. ¿En qué medida le ayudó personalmente el que admitiera lo injusto del asesinato?
-Channel 4 hizo una serie sobre la figura de Cristo a través de diferentes perspectivas y Gerry Adams era uno de los elegidos. Me preguntaron si quería participar, y mi primera reacción fue decir que no, pero luego pensé que era una oportunidad. Antes del programa desayunamos juntos y le conté mi historia, me dijo que sentía la muerte de Sharon, que estuvo mal, que no debió haber sucedido. Adams también me transmitió que en 1981, tras la muerte de Bobby Sands (un preso del IRA que falleció como consecuencia de una huelga de hambre), el movimiento republicano se dio cuenta de que no había victoria militar posible, y sin embargo se mantuvo en esa estrategia hasta 1994. En ese tiempo murieron casi mil personas.
¿Qué conclusión sacó de aquel encuentro?
-Me resultó paradójico que pese a hacer esa reflexión se produjera esa pérdida de vidas humanas. La lección que debemos extraer es que un conflicto solo genera dolor, que las aspiraciones políticas son legítimas, pero siempre deben ser perseguidas por medios pacíficos. Incluso hoy, con el Estado Islámico, es necesario generar un espacio de diálogo, es la única manera de acabar con los conflictos.
En los primeros años tras la pérdida, ¿se llega a empatizar con las víctimas del otro bando?
-Sí, por supuesto, desde el primer momento. La noche del día en que Sharon fue asesinada, un grupo de lealistas de la UDF vinieron adonde mi y los rechacé porque no podía soportar la idea de que hacían lo mismo que se le había hecho a mi mujer. El siguiente sábado miembros de la UDF entraron a un pub en Londonderry y mataron a siete católicos. Cuando lo vi en la televisión sentí asco de que esas muertes se hubieran producido en nombre de mi mujer.
¿Qué aportan los encuentros personales con esas otras víctimas?
-En Wave Trauma Centre hay víctimas de la violencia lealista, republicana y del Estado, y estamos contra la violencia, no importa de dónde vengas, no miramos a la religión, solo importa la solidaridad entre nosotros. Es una organización transversal en una sociedad muy dividida donde también las organizaciones de víctimas están muy divididas. Hay gente buena y mala en todas partes, y lo más importante es que la convivencia de diferentes realidades te lleva a empatizar, porque todos hemos vivido algo muy similar. Lo que ocurre es que muchas veces los políticos han jugado la carta de las víctimas, así que a la hora de construir la paz deben ser un punto primordial, pero cuidando de que no se las utilice.
Veinte años después de los acuerdos de Viernes Santo, ¿se ha reconocido y resarcido suficientemente a las víctimas?
-Se han gastado millones de libras, pero las víctimas echan en falta precisamente la memoria, la verdad y la justicia. Los dos partidos principales, DUP y Sinn Féin, no han conseguido ponerse de acuerdo y no hay gobierno; los dos creen tener la razón y esto dificulta alcanzar la verdad, la justicia y la reparación.
¿Qué diría con respecto a la política penitenciaria a las víctimas que temen aquí a la impunidad?
-En Irlanda del Norte y el País Vasco ha habido procesos distintos. Allí hubo un alto el fuego y un proceso de desarme, los presos eran parte de las conversaciones y salieron pronto, se pagó un precio. Puede ser bueno para las víctimas de ETA que no se dé ningún paso con los presos, pero sus familiares o los de las víctimas del Estado siguen siendo un problema al que no se hace frente. En todo caso hablo desde el desconocimiento, no sé por qué ETA decide dar ese paso, desarmarse sin contrapartidas.
¿Cómo vivió el conflicto antes de Shankill Road?
-Crecí en el norte de Belfast, en un barrio protestante, muy segregado. Mi padre se unió al UDA, un grupo paramilitar, para proteger a la comunidad de los ataques del IRA. Yo solo me relacionaba con protestantes, marchábamos para celebrar victorias unionistas, he tenido peleas, he hecho pintadas, he tirado piedras, la comunidad católica vivía a cinco minutos pero no llegamos ni a conocernos.
¿El fin de la violencia ha mejorado la convivencia en Irlanda del Norte?
-No, es una respuesta simple. Irlanda del Norte nunca ha estado tan polarizada como ahora. Un bloque defiende que trabaja por la igualdad y otros creen que se quiere imponer una supremacía irlandesa. Los nacionalistas han seguido parando marchas unionistas y eso se vive como un ataque muy fuerte, al igual que el hecho de que se quite la bandera británica del ayuntamiento de Belfast en lugar de colocar las dos juntas. A mi no me asusta la identidad que cada uno pueda tener; ¿por qué no pueden coexistir dos banderas? Al fin y al cabo la sociedad norirlandesa tiene una realidad muy propia, tiene algo de irlandés y algo de británico, no es ni lo irlandés de Dublín ni lo británico de Londres o Manchester.