Vitoria - ¿Cómo ha vivido usted los acontecimientos de estos últimos, intensos y largos meses en Catalunya?
-Todo el mundo ha podido darse cuenta de la altísima intensidad de lo que ha sucedido, como condensación de una crisis que comenzó hace ya bastante tiempo, y comprender también que van a seguir unas enormes consecuencias políticas no solo para la sociedad catalana, sino para la de toda España y la dinámica de sus instituciones. No hay sólo un problema de relación entre Catalunya y el Estado español, hay también un conflicto interno en la propia sociedad catalana, dividida en bloques nada homogéneos.
Hay una gran cantidad de factores encadenados que han llevado a la situación actual. Usted suele recordar algunas viejas causas de un conflicto histórico. ¿A dónde nos podemos remontar?
-Hay un trasfondo histórico duradero. España no es un país uniforme y cada vez que se ha pretendido uniformizarlo se han producido tensiones fuertes. El catalanismo existe desde hace más de cien años. Nos tendríamos que remontar al fracaso federalista del general Prim y de la Primera República que, en buena medida fue iniciativa catalana, “la república de los catalanes” como decían en Madrid en aquel tiempo. Acabó muy mal aquella experiencia de renovar radicalmente la política española mediante un cambio de dinastía, pasando de los Borbones a Amadeo de Saboya: mataron a Prim y el rey italiano a los dos años de llegar se marchó diciendo “questo e una gabbia di matti; non capisco niente” (esto es una jaula de locos, no entiendo nada). Aquello fue un proyecto utópico, desacreditado después por la historiografía española. La burguesía industrial catalana entró en la contradicción de pretender alcanzar poder en España pero sin romper el mercado necesario para colocar sus productos; no era posible romper con el Estado. A eso siguió un intento de reconstrucción cultural y renacimiento de la lengua catalana.
La burguesía catalana de comienzos del siglo XX deseaba autonomía del poder de Madrid. ¿Cómo lo intentó?
-Primero con Solidaritat catalana, una agrupación efímera que reunió a carlistas, republicanos y regionalistas, se llevó 36 de los 37 escaños que se disputaban, rompió en Cataluña la legitimidad de los partidos dinásticos españoles que se turnaban en el gobierno, y puso las bases de La Mancomunitat de 1914, una primera experiencia de gobierno regional. Pero en aquella Catalunya industrial empezaron a producirse huelgas y para combatirlas la burguesía se fijó en el general Miguel Primo de Ribera, que luego fue el dictador: paró las huelgas, pero disolvió también la Mancomunitat. Y la Lliga de burgueses quedó desautorizada ante los catalanes.
¿Qué sucedió al iniciarse la Segunda República?
-Al llegar la República, la fuerza emergente fue Esquerra Republicana de Catalunya, y en las manifestaciones de las calles de Barcelona, que nunca ha sido una ciudad tranquila, se gritaba: ¡Visca Maciá! (que era el líder de Esquerra) y ¡Mori Cambó! (el líder de la Lliga). El independentista Maciá, desde el balcón de la Generalitat, declaró “el Estado Catalán dentro de la Confederación Ibérica” cuando, recién nacida la república, los miembros del Comité Republicano se enteraron, se quedaron helados; enviaron a Barcelona a Maura y a Giner de los Ríos, quienes lograron que Maciá aceptase la restauración de la Generalitat y un Estatuto de Autonomía, que se aprobó en 1932.
¿Desde cuándo aparece la bandera estelada del independentismo?
-Se ideó por catalanes emigrados en el llamado Congreso Separatista de La Habana del año 1922, y se inspiró en las formas de la bandera cubana. El independentismo ha sido una opción minoritaria en la sociedad catalana hasta hace unos diez años. Pero la idea de una Catalunya independiente ha estado siempre presente en una parte de la sociedad catalana. Cambó, que nunca fue independentista, decía que “dentro de cada catalán hay un separatista”. Lo que se puede imaginar está presente. Otra cosa es si todo lo que se puede imaginar, se puede realizar.
Muchos catalanes sintieron como una humillación la sentencia del Tribunal Constitucional que dio al traste con el Estatut de Cataluña aprobado en los Parlamentos y en referéndum. ¿Ha sido esa la causa más fuerte del reciente desencuentro?
-Sin duda. La reforma del Estatut se llevó a cabo a iniciativa del PSC y Esquerra Republicana. Pero chocaron los intereses políticos de los dos partidos mayoritarios en España, PSOE y PP. Rodríguez Zapatero abordó dos grandes desafíos: el que parecía más difícil, acelerar el final de ETA, le salió bastante bien pese a las resistencias de una parte de la derecha española. Pero lo que se pensaba más fácil, la reforma del Estatuto, fracasó por la decidida intervención del PP que, tras el atentado de Atocha en 2011 y su insistencia en atribuirlo a ETA, quiso evitar, a toda costa, un ciclo largo de permanencia del PSOE en el gobierno. El PP, muy influido por Aznar y con escaso entusiasmo de Rajoy, se entregó a acciones de propaganda y agitación política a las que el PSOE debería haber respondido con contundencia, pero no lo hizo. El Constitucional vivió una guerra de guerrillas interna, tardó cuatro años en dictar sentencia, y el desencuentro con la Generalitat fue creciente.
¿Hay otras causas de lo que ha sucedido en Catalunya?
-Yo veo tres principales. Primera, que se han unido los efectos de una crisis económica muy dañina para la producción, el empleo y la situación de las clases populares. Segunda, la competición interna entre un mosaico catalán de ocho partidos, que están en una constante pugna y deseo de marcar sus diferencias; la lucha de Esquerra Republicana por el liderazgo catalanista ha sido determinante de la aceleración del proceso. Hay otra causa nueva, que es la creciente importancia que han adquirido las redes sociales en el sistema de intercomunicación entre las personas; un cambio radical en la manera de producir, recibir, leer, discutir y difundir informaciones y sentimientos acerca de lo que sucede.
¿Qué papel han jugado los medios de comunicación convencionales?
-Afortunadamente en Catalunya hay un espectro plural. TV3, la televisión pública catalana, tiene una penetración de sólo un 14%. Pero, mi opinión es que toda la prensa impresa de Madrid se ha situado todo el tiempo a la derecha de Rajoy.
Después de las presiones, y la mediaciones fracasadas, sobre Puigdemont, para que convocara elecciones, ¿qué impresión le dio la Declaración de Independencia en el Parlament?
-Hubo muchos nervios, y miedo de parte de los grupos soberanistas a ser desbordados por sus bases. Fue una “Declaración” entre comillas, porque, si se lee en su literalidad, se limitó a una exposición de motivos. Fue la Declaración de independencia más sui generis que ha habido en el mundo. Se aprobó en una sesión parlamentaria yo diría que fúnebre, porque todos los que estaban a allí sabían que se estaba iniciando un camino hacia ninguna parte. Nadie, salvo la CUP, que soñó con un momento insurreccional, nadie en los partidos independentistas tenía la intención de llamar a la gente a ocupar las plazas para defender a la Generalitat ante una eventual intervención potente de la policía. Puigdemont decidió marcharse a Bruselas para organizar su defensa y disponer de una plataforma mediática potente. Junqueras probablemente no creyó que sucedería lo que le ha pasado
¿Qué significado han tenido las elecciones del 21-D?
-El Gobierno de España las convocó rápidamente porque, inicialmente, le tenía mucho miedo y respeto al artículo 155 de la Constitución, pero, después, le ha pedido el miedo a la intervención de la autonomía catalana, y vamos a escuchar advertencias de que el artículo 155 se puede volver a activar. Las elecciones se convocaron en un clima de alto voltaje y polarización identitaria. En ese clima de “grupos ofendidos” hubo escaso espacio para el PSC y Els Comuns, que predicaban algo distinto. PP y Ciudadanos estaban convencidos de que una alta participación de la mayoría silenciosa en las áreas metropolitanas de Barcelona y Tarragona, le daría la vuelta a la situación. Pero no ha habido un cambio en la mayoría que puede volver a gobernar. Y eso no se debe atribuir solo a la ley electoral, porque en la zonas metropolitanas donde se ha concentrado el voto a Ciudadanos y PP, las candidaturas independentistas han alcanzado considerables porcentajes (Barcelona ciudad 46%, Badalona 33%, Hospitalet de Llobregat 25%, Santa Coloma de Gramenet 20%). Dentro de los nacionalistas ha tenido la primacía el grupo de Puigdemont por aparecer como defensor del legitimismo representativo de la Generalitat.
¿Se pueden obtener algunas conclusiones principales?
-No puede haber una gran esperanza a corto plazo. La situación en Catalunya está enquistada. El independentismo ha demostrado que tiene mucha fuerza, pero solo alcanza un 47%. Es mayoritario pero no es hegemónico. Su decisión de acelerar ritmos ha provocado una gran respuesta. Están puestas las bases de una escisión social muy seria, si se profundiza en las tensiones. El resultado de las elecciones catalanas tiene un impacto muy importante en la política española: ha provocado una conmoción ciudadana importante y, en algunas zonas, una reacción adversa no solo hacia el independentismo sino hacia lo catalán. El electorado español ha girado hacia la derecha, y va a haber en los próximos meses una fortísima competición entre los dos partidos de centro-derecha, que pivotará sobre la cuestión territorial. Me temo que va a venir un periodo de hibernación sobre las expectativas de una España plural. Una muestra de ello es la decisión reciente de Ciudadanos de poner la proa al Concierto vasco. No parece que Rajoy vaya a convocar elecciones anticipadas. Tampoco es previsible que el PNV dé su apoyo a los Presupuestos del Estado mientras haya políticos catalanes encarcelados.
¿Qué papel ha jugado o puede jugar en el futuro la Unión Europea?
-Uno de los errores de cálculo de los dirigentes soberanistas catalanes ha sido una evaluación mal hecha de la situación política internacional y europea. A la Unión Europea, después del Brexit, se le ha abierto un boquete importante en el Atlántico, y abrir otro en el sur sería establecer un cuadro de crisis en otros países europeos. Tal vez la hipótesis soberanista no era forzar la independencia, sino crear una situación que obligase a negociar. El Gobierno español comunicó a sus socios europeos que no pensaba negociar nada y que esperaba su apoyo, y éstos le respondieron afirmativamente. Ha sido un cierre de filas absoluto. El presidente francés Emmanuel Macron declaró textualmente: “Doy todo mi apoyo al gobierno español, porque hay que defender al Estado”; y no dijo que hubiera que defender la Unidad de España o la integridad de su Territorio, sino al Estado. Y el presidente de la Comisión, Jean Claude Junker, una vez aplicado el artículo 155 de la constitución, recordó: “La Unión Europea está formada por Estados, y las regiones no pueden combatir a los Estados”. Esto antes no se decía; incluso Jacques Delors expresó una muy alta valoración de las regiones europeas cuando se firmó en 1992 el tratado de Maastricht. Esta es una lección que los soberanistas han de aprender.
La actuación de los tribunales de justicia y de la Fiscalía está siendo muy discutida. El comentarista jurídico Ruiz Soroa ha dicho que el Tribunal Supremo está llevando a cabo una mutación radical de las reglas del juego constitucional español: hasta ahora el secesionismo era ilegal, pero ahora ha llegado a ser criminal el intento, aunque no haya violencia. El Catedrático de Derecho Constitucional Pérez Royo dice que no se puede jugar con dos barajas: convocatoria de elecciones para que hable la ciudadanía y uso de los jueces y la fiscalía. Los conflictos hay que intentar resolverlos con la política. Cuando la justicia ocupa reiteradamente el centro de la escena es que algo falla en democracia. ¿Qué pensar de esto?
-Discrepo, en parte, de esas opiniones. Es mucho suponer que Rajoy tiene en su despacho el botón que controla todos los movimientos. No es tan así; sobre todo, no es tan automáticamente así. Daré un dato: después de haber aprobado el artículo 155 y haber convocado elecciones, el Gobierno no quería que el fiscal general del Estado efectuase la acusación de Rebelión, que podría conllevar prisión. Como dicen los alemanes, en las decisiones judiciales influye el llamado “espíritu del tiempo”, muchas veces determinado por lo que se dice en los medios de comunicación. El fiscal Maza, recientemente fallecido, no atendió a requerimientos para retirar el delito de rebelión porque había consultado su decisión con otros fiscales de la Audiencia Nacional y del Supremo. Creo que la Magistratura, el Tribunal Supremo, ha entrado fuerte en esta cuestión, está elaborando una doctrina, actuando como “Estado profundo” y, en mi opinión, ha ido más allá de los deseos coyunturales del Gobierno. Me preocupa que sea el Tribunal Supremo quien termine dictando la línea política; porque eso corresponde al Gobierno y al Parlamento, y este último ha estado casi ausente.
Mirando a la difícil formación de gobierno en Catalunya, usted comenta la fórmula Mas-Colell, un economista independiente y prestigioso que fue conseller con Mas.
-Después de la traumática jornada del 1 de octubre, ese exconseller propuso frenar y ganar tiempo. Su argumento era que Catalunya ya había enviado una potente señal al mundo, amplificada por la grave equivocación del Estado español al ordenar el asalto policial de algunos colegios electorales. No había que poner en riesgo el autogobierno. Había entonces que frenar, gobernar y dejar que madurasen las consecuencias. Mas-Colell propone ahora, para una legislatura de cuatro años, un gobierno técnico en la Generalitat para restaurar relaciones de confianza con el empresariado y el mundo profesional. Y que cohabite con un liderazgo legitimista de Puigdemont en Bruselas. Parece un traje a medida para la economista Elsa Artadi, hoy persona de la máxima confianza de Puigdemont.