Ya nada es normal en Catalunya, ni siquiera las apariencias. Unas elecciones autonómicas convocadas por el presidente de un Gobierno central afrontan el arranque de su campaña coincidiendo con la suerte judicial de medio Govern ahora encarcelado. Tiempo de emociones, sin duda, pero que ponen a prueba las costuras de una democracia golpeada últimamente por demasiados sobresaltos nada ejemplarizantes. El revoloteo permanente de la Justicia sobre la acción política, el oportunismo discursivo de algunos líderes y la inevitable polarización mediática en aguas tan revueltas dibujan un desasosegado panorama que coincide, además, con una patética parálisis parlamentaria en el Congreso ávida de distracciones recurrentes como el Cupo, mientras los partidos mayoritarios eluden su responsabilidad sobre la imprescindible financiación autonómica.
No es descartable que el juez Pablo Llarena haya querido guardar las apariencias con su inesperada decisión de posponer unos días la resolución sobre la suerte de los independentistas encarcelados. La sensación de que todo sería más fácil sin la jueza Lamela se había extendido tan ingenuamente desde que asumió la causa que quizás le colocaba en una posición demasiado entreguista, sobre todo a los ojos de una Fiscalía que sigue siendo implacable en sus exigencias, fundamentalmente porque no se cree la forzada posición ideológica de los imputados. O tal vez porque la resistencia ostensible de Oriol Junqueras y Raül Romeva en la vista de ayer le obligue a dar una vuelta a su previsible decisión inicial de devolver la libertad que mayoritariamente se entiende como lógica. En cualquier caso, más gasolina para el inicio de una campaña que hasta el propio candidato del PP a la Generalitat -este partido sigue sin dar con la tecla precisa en sus cabezas de cartel- admitía con razón ante sus incondicionales en Madrid que “la campaña es rara”.
Mientras Puigdemont compromete en exceso la futura unidad de acción del independentismo además de desquiciar a sus compañeros (?) de partido con sus desesperadas búsquedas diarias de un titular explosivo, la pretendida unidad constitucionalista camina hacia su división. El PSC se ha salido con urgencia del carril en el que con aviesa intención el soberanismo situó a Miquel Iceta cuando compartió aquel domingo en la calle la misma bandera que Inés Arrimadas y la ministra Dolors Montserrat. El socialismo catalán se ha instalado tácticamente en la afanosa búsqueda de una transversalidad mediante el entendimiento con En Común Podem que le puede llevar, incluso, a renegar del artículo 155 si Xabier Domènech se lo pide. En ese escenario, la agazapada vieja guardia a la que derrotó Pedro Sánchez contiene el aliento, temerosa de que el siguiente paso sea abstenerse para favorecer así una presidencia de ERC con Marta Rovira, la genuina identificación del independentismo más intransigente.
Albert Rivera y Mariano Rajoy comparten el mismo miedo, pero Iceta ha tranquilizado a su secretario general porque entiende que solo desde un Govern de izquierdas se podrá contener la irrefrenable aspiración secesionista. Eso sí, nada está decidido en la suerte electoral del 21- D en Catalunya y de ahí que cada gesto tenga una interpretación distinta, excepción hecha de la puesta en libertad de Junqueras y los consellers en la que coinciden independentistas, por su justicia, y Gobierno central, para evitar así el victimismo soberanista. Hasta entonces, el resto de la clase política se entretiene pensando en las musarañas, un sinónimo suficientemente válido para identificar los ataques inmisericordes al Cupo -Alfonso Alonso, en cambio, contundente ante el resto de barones del PP-, la financiación autonómica o las apreturas del ministro Nadal con su defensa del carbón a los ojos de Europa.
La parálisis institucional se ha instalado en una legislatura que languidece sin reformas y con un juego partidista que solo augura el mal presagio del enfrentamiento constante y la desconfianza inmediata a cada propuesta del contrario. Es ahí donde prenden con rapidez las proclamas unionistas de Ciudadanos ante la desesperación de un PP aislado, acuciado por sus responsabilidades judiciales y también consciente de que saldrá muy mal parado de Catalunya. Sin cartas en la manga para incitar a la aprobación de los Presupuestos, el golpe al prestigio democrático que le supone su encausamiento por los interminables martillazos a los discos duros de las cuentas de Bárcenas le sumerge en la angustia aunque, en el fondo como todos, trate de aparentar normalidad.