SI no fuera por la trascendencia que tiene el tema, el cruce entre Puigdemont y Rajoy podría dar perfectamente para un sketch de Gila, de Faemino y Cansado o del mismísimo Eugenio: “saben aquel que diu?” Declarar la independencia para suspenderla, y preguntar si la independencia está realmente declarada antes de tomar medidas contra la declaración, suena tan absurdo, que insisto, si no fuera por todo lo que está en juego, sería hasta divertido.
Pero no, no lo es. Porque Mariano Rajoy, volviendo a demostrar contra todo pronóstico que no es tan tonto como parece, recogió la pelota del tejado de Moncloa donde la había colocado Puigdemont y se la devolvió en modo de requerimiento.
Intuyo que entre los motivos que impulsaron a Puigdemont a decir Diego donde dijo digo, estaba la ausencia prácticamente absoluta de los apoyos internacionales, así como un nivel de presión tanto político como empresarial del que solo cabía escaparse dando un paso atrás y poniendo al Gobierno central en la tesitura de tener que reforzar, aún más si cabe, su carácter represivo.
De hecho, salvo por el monumental y previsible cabreo de las CUP, el plan no tenía grietas. Salvas la bola de partido con la suspensión de la independencia, atraes hacia ti a los comunes y al PSC, y obligas al Partido Popular a abrir una vía de diálogo.
Pero no, Rajoy no estaba ni muerto ni de parranda y contrarrestó la oferta de diálogo con un pacto con el PSOE de reforma constitucional y una última oportunidad antes de empezar a aplicar las medidas del artículo 155 de la Constitución.
De esta manera, Pedro Sánchez recobra el protagonismo perdido y consigue aplacar las presuntas iras de un PSC, que ante una aplicación a las bravas del art. 155 podría llegar a romper filas con el PSOE y, además, debilita a un Pablo Iglesias al que han dejado fuera de juego, y por extensión, a Ada Colau. Una Ada Colau, por cierto, que, en un fallo de cálculo impropio de ella, se precipitó al autoproclamarse como única alternativa a lo que se estaba viviendo en Cataluña.
Así las cosas, Carles Puigdemont vuelve a estar exactamente ante la misma encrucijada en la que estaba antes de la sesión del Parlament del martes pasado. Esto es, declarar la independencia, seguir con la hoja de ruta y asumir que se queda sin autonomía, porque así se lo ha anunciado Rajoy, o pasar de suspender la declaración de independencia a anularla, y arriesgarse a que la oposición le convoque elecciones porque la CUP le ha dejado en minoría.
Cierto es que, como ha ocurrido en otras ocasiones a lo largo de todo el procés en Cataluña, cabe esperar un giro inesperado de los acontecimientos en forma de dimisiones parciales o totales del Govern, disoluciones parlamentarias, convocatorias electorales o huidas hacia adelante que ahora no calibramos, pero sea de una manera o de otra, lo que sí está claro es que lo que parecía que no tenía más recorrido lo tiene, y ahora Puigdemont ya no va por delante.