El miércoles fue un día grande para Mariano Rajoy. Su comparecencia ante la Audiencia Nacional española le subió a niveles altos de popularidad pero también de descaro. Sin embargo, en esto no fue el único en ese tribunal de excepción que es la Audiencia Nacional española. Y, por si fuera necesario el recordatorio, heredera del Tribunal de Orden Público (TOP) del franquismo, creada en 1977 el mismo día que desaparecía aquél.

El desparpajo y la chulería del gallego seguro que disgustaron a muchas personas pero también gustarían a muchas otras (no hay más que pensar en la cantidad de personas que, sorprendentemente, votaron al de la avería del Prestige, al responsable de los recortes, del empobrecimiento de la mayoría, de las privatizaciones, del pago a escote del rescate a bancos privados?). Hay gente muy rara.

Quedó patente que se le dio un tratamiento de favor. Se han hecho muchas críticas al respecto. Yo difiero de algunos comentarios que he oído y leído pues es razonable que a un presidente se le atienda con la máxima cortesía, dada su representación institucional. Por poner dos ejemplos, recibiéndole al llegar a la sesión del Tribunal o facilitándole esperar en una sala y no en el pasillo, como se hizo.

Es verdad que en este caso rizaron el rizo al colocar dos enormes camiones ,que no venían a cuento, delante del edificio o, también, al evitarle el paseíllo ante los medios de comunicación y que, para la gente imputada (el presidente español iba en calidad de testigo), suele ser un momento de vergüenza por su exposición pública.

¿Tantas precauciones serán por su miedo a salir en la foto de la corrupción? Desgraciadamente ese ir y venir de gente imputada por robar con total impunidad, y valiéndose de la democracia, se ha convertido en un clásico de los medios de comunicación debido a la cantidad de gente que ha desfilado y que, aparentemente, lo seguirá haciendo.En la sesión se pasaron de la raya; en primer lugar por colocarle en un estrado al mismo nivel que quienes juzgan el culebrón del caso Gürtel pero, sobre todo, cuando en numerosas ocasiones el presidente del tribunal demostró estar más interesado en hacer callar a los abogados de la acusación que permitir que apretaran, legítima y legalmente, al presidente del partido de los escándalos de corrupción.

Rajoy jugaba en casa y ahondó, con cinismo y chulería, en esa falta de respeto a los abogados de ADADE y del PSOE. Sorprende que un presidente del Gobierno, al que se le suponen -y debería tener- cualidades más altas que la media, sea un desmemoriado, demuestre una falta de implicación tan tremenda contra la corrupción en su partido y mienta sistemáticamente como lo hizo ante el tribunal, tal como se puede contrastar en las hemerotecas.

La conclusión es que parecen no importarle esas tramas corruptas que demuestran una manera de hacer en el PP, al menos de una cantidad notoria de sus dirigentes y cargos públicos. ¿Hasta cuándo tendremos que aguantar que la sociedad española no asuma que la trampa no es meritoria?