Bilbao. El exdiputado Iñaki Anasagasti y el periodista Koldo San Sebastián han presentado esta semana lo que califican como la “verdad” de un episodio histórico difícil que ellos titulan como El otro Pacto de Santoña (Catarata, 2017). “Como jelkides nos sentimos muy orgullosos de lo que hicieron nuestros mayores”, su-brayan lo autores.
El título ‘El otro Pacto de Santoña’ puede hacer pensar que hubo dos.
-K.S.S. Sí, hay dos pactos. El de verdad y el virtual, el que nos ha presentado la caverna española y ciertos historiadores a la violeta que sin datos, atribuyen aquel pacto a una traición. Y si hubo alguna traición fue la de la República hacia unos vascos que se defendían sin artillería, sin balas, sin aviones, sin fusiles, con el bloqueo de sus puertos y con un Mola que bombardeaba un día sí y otro también, y, a pesar de eso, les costó tres meses llegar a Bilbao y cubrir esos 45 kilómetros. El hecho de que casi cinco mil niños tuvieran que marcharse te dice la brutalidad de aquella guerra, con 600 bombardeos y un loco como aquel asesino de Mola que nos dijo “si no os rendís, arrasaré Vizcaya. Tengo medios sobrados para hacerlo”.
Resuman cómo fue, qué ocurrió en su forma de ver el Pacto de Santoña.
-I.A. Fue la manera de resolver airosamente una derrota militar y tratar de salvar a los responsables habida cuenta del salvajismo de los militares sublevados. Los vascos y los nacionalistas no nos habíamos sumado a una cruzada, habíamos apostado por la legalidad republicana, por los rojos, y eso había enfurecido a Franco y sus militares porque rompía esa imagen de “alzamiento en defensa de la religión” y, sabedores de su odio prefirieron rendirse ante unos italianos que buscaban un éxito militar, sabiendo, como dijo el lehendakari Aguirre que se había perdido una batalla, pero no la guerra. Lo malo es que el pacto, ante la presión de Franco, fue traicionado por los italianos que entregaron a los vascos, aunque hicieron de mediadores para que los españoles no se ensañaran demasiado.
¿Y por qué Santoña?
-I.A. Fundamentalmente por la cárcel del Dueso, pues el pacto nunca se firmó y se negoció en varios lugares. Se podía haber llamado el Pacto de Laredo, el de Ajuriaguerra-Cavalleti, el vasco-italiano, pero se ha quedado como el Pacto de Santoña y a mí el libro me hubiera gustado llamarlo “Y Ajuriaguerra, volvió”. Aquello ejemplifica como nada la cercanía, el concepto de la lucha común entre los burukides del PNV y los gudaris. Siguieron su misma suerte en la cárcel y ante los pelotones de fusilamiento como Florencio Markiegui alcalde de Deba y el burukide Ramón Azkue, jefe de Eusko Gudarostea. Ajuriaguerra fue condenado a muerte y salvó la vida por un pelo, pero estuvo seis años en la cárcel.
¿Qué aportan en este libro?
-I.A. Pues cuarenta años de relación, de hablar con muchos responsables hoy fallecidos, de coger un papel por aquí y otro por allá, de documentación de Santiago Aznar y Ajuriaguerra, de la lista de los fusilados en Santoña, de cartas, de un trozo de paracaídas alemán, de hablar mucho sobre esto y leerlo todo, sobre todo los ataques que se le han hecho a dicho pacto. Y en esto llevamos cuarenta años recopilando datos.
Se le acusa al Gobierno Vasco de no destruir las fábricas de la Margen Izquierda.
-K.S.S. Tiene gracia. ¿Lo hicieron en Madrid, en Barcelona, en Gijón, en Santander?? ¿Por qué los vascos tenían que destruirlo todo para que la población al día siguiente pasara hambre y se llevaran esas industrias a otros lugares. Y eso fue un acuerdo de la última reunión del Gobierno Vasco, con representantes de todos los partidos, desde el PC, hasta el PSE, pasando por los republicanos y el PNV. Aquel Gobierno funcionó tan bien y tan en sintonía que eso es lo que tienen que criticar. Eso es lo que hicieron por encargo del Gobierno Leizaola, Aznar y Astigarrabia. A este el PC quiso convertirlo en chivo expiatorio, pero estuvo a la altura.
¿Puentes de Bilbao sí?
-I.A. Habíamos tenido un traidor en el Cinturón de Hierro, Alejandro Goicoechea que dio los datos de por dónde había que entrar y por allí entraron, y había que impedirles la comodidad de la entrada volando los puentes que fueron reconstruidos prontamente. Y aunque la Universidad de Deusto en un acto, sin apenas publicidad, acaba de reconocer el gesto de Leizaola de impedir la voladura de toda la Universidad y su biblioteca, siguen sin darle el nombre de Leizaola a nada. Yo se lo pedí al rector Oraa, en relación con la nueva biblioteca y me mandó a paseo. Eso en otro país no ocurre.
Al Hospital de Urduliz se le puso el del consejero Alfredo Espinosa...
-I.A. Eso consta en el hall, pero desde el médico jefe a la última enfermera le llaman Hospital de Urduliz y no de Espinosa, cuando la conducta de este hombre fue ejemplar. Volvió a estar con el Gobierno Vasco desde Baiona pero el aviador Yanguas le traicionó aterrizando en la playa de Zarautz, lo fusilaron y antes de morir le escribió al lehendakari Aguirre una carta memorable. Solo por eso se debía insistir en que se le llame Espinosa al hospital, como al Ramón y Cajal, se le llama Ramón y Cajal, pero aquí no hay el menor sentido de la historia, aunque Azkuna le dedicó una calle en Miribilla, pero apenas se le ha recordado en el 80 aniversario de su fusilamiento este miércoles pasado. Aquí si no hablas de presos estás en barbecho.
¿El libro no lo publica una editorial vasca?
-I.A. No, porque nos pasamos hablando de identidad y la historia le interesa a muy poca gente. Y si un político no tiene perspectiva histórica, no debería dedicarse a la cosa pública. Pregunta tú a políticos vascos sobre Santoña y te dirán cuatro generalidades. Ni lo saben, ni les interesa y eso hace que leer cueste tanto y editar mucho más. Hemos editado el libro en Catarata que te lo distribuye de cine, pero a la que hemos tenido que comprarle de antemano algunos libros y en eso nos ha ayudado. Alguien más sensible que los demás, porque si tocas la puerta de la administración que se gasta en una recepción lo que cuesta la edición de dos libros de estos, te vas a encontrar con la puerta en las narices. Y lógicamente nosotros no cobramos nada, sino que ponemos dinero de nuestro bolsillo.
¿Qué lección sacan, por lo tanto, de Santoña?
-I.A. Mira, la historia la escribe el vencedor y se la cree el vencido. Y hasta ahora ha sido así. Y mucha de esa responsabilidad la tenemos nosotros. Decía Dulce Chacón que somos hijos del silencio de nuestros padres y responsables de la ignorancia de nuestros hijos. Y nosotros nos rebelamos ante eso, aunque en plan llanero solitario. Santoña es una historia triste pero de una nobleza sublime. Ahí tienes mucha miseria, pero mucho más el honor, la valentía, la denuncia ante el irrespeto a la palabra dada, la solidaridad, el odio franquista al nacionalismo vasco, la irresponsabilidad republicana, y lo orgullosos que como jelkides nos sentimos de nuestros mayores.