Tras la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975, los ciudadanos pudieron participar en unas elecciones casi 40 años después de las anteriores, que se remontaban a febrero de 1936, en plena República. Dichos comicios, celebrados el 15 de junio de 1977 y de los que se cumplen ahora cuatro décadas, tenían como fin constituir las Cortes -Congreso y Senado- que el año siguiente alumbraron la Constitución con la que cambió el modelo de Estado. “El gran objetivo de las primeras Cortes constituyentes era transformar un Estado centralista y autoritario en un país democrático, moderno y abierto a Europa”, asegura a este diario Luis Alberto Aguiriano, elegido senador por el PSOE en esa convocatoria electoral.

El expresidente del Euzkadi Buru Batzar del PNV Xabier Arzalluz, diputado por Gipuzkoa en esos comicios, agrega que “el franquismo ya estaba superado, con esas ideas no se iba a ningún lado”, algo que apreciaban incluso el propio régimen “y la monarquía que lo sustituyó en ese momento”. Por ello, tuvo que “dar salida a los partidos políticos, al tema obrero, los sindicatos, y al problema vasco y catalán, porque de lo contrario al régimen ni le hubieran mirado en Europa”.

Pero el camino a las urnas no fue fácil y en Euskadi tuvo lugar un intenso debate, centralizado en las reuniones de Txiberta, en torno a la conveniencia o no de concurrir a los comicios convocados por Adolfo Suárez, a quien el rey Juan Carlos I nombró presidente del primer Gobierno de la transición el 3 de julio de 1976 para liderar la reforma política. Francisco Letamendia Or-tzi, diputado de Euskadiko Ezkerra (EE) tras el 15-J, matiza que “la discusión en Euskal Herria estaba muy localizada en la izquierda abertzale porque había una condición previa: uno no se podía presentar a las elecciones si no se producía la amnistía total de los presos”.

En la compleja amalgama de siglas que caracterizaba la escena política, Letamendia explica que “el mundo de KAS, Jasi y ETA-m eran coherentes formalmente” en el mantenimiento de esa condición previa para concurrir, mientras que “los que planteábamos otra actitud, como EIA (Euskal Iraultzarako Alderdia) y ETA-pm, éramos coherentes políticamente”. Es decir, “pensábamos que era una oportunidad de cara a dar a conocer los planteamientos de la izquierda abertzale” y para sacar a la luz “desde dentro todas las contradicciones del sistema”.

“Había que aprovechar la presencia en el Parlamento para hacer pedagogía revolucionaria”, insiste Ortzi. Agrega que “los que planteábamos esa vía acabamos confluyendo con HB”, formación a la que se sumó hasta su retirada de la política en 1982. Por su parte, Xabier Arzalluz reprocha que “había un sector, ETA-m, cuyos cálculos no eran precisamente políticos y democráticos, y no tenía intención de cambiar su línea”, por lo que la convocatoria electoral “no le convenía”.

En el PNV, en cambio, “teníamos muy clara” la conveniencia de concurrir, ya que “nuestro pueblo se estaba ahogando literalmente desde el punto de vista de la lengua, la cultura y hasta la economía, pues empezaba una fuerte crisis”. Por ello, “la gente quería una salida, 40 años de franquismo eran muchos. Había que hacer algo y estar presentes para luchar por nuestro pueblo”. Una postura con la que “chocamos frontalmente con ETA”, aunque tras las discusiones de Txiberta “todos menos ETA-m se pronunciaron a favor de participar, y así lo hicieron”.

Al tiempo que se legalizó a buena parte de los partidos que se habían opuesto al franquismo, el 15 de diciembre de 1976 se ratificó en referéndum la Ley para la Reforma Política, que las Cortes habían aprobado el 18 de noviembre, y se fijó la celebración de elecciones para el 15 de junio. Respecto a la campaña electoral, Aguiriano recuerda que “fuésemos a donde fuésemos había un afán, una ilusión y un interés de la gente en conocer” las diferentes propuestas políticas. “A otros partidos les pasaba igual, estaba todo abarrotado”, apostilla.

Esa fue una época convulsa, no obstante, y había grupúsculos, sobre todo dentro del estamento militar, que no estaban dispuestos a admitir cuestiones como la legalización del Partido Comunista. El que fuera diputado de EE y HB Francisco Letamendia recuerda que “en la Pascua del año 77 hubo militares que dimitieron, dijeron ni hablar, esto es imposible, no podemos admitir aquí al Partido Comunista”. Luis Alberto Aguiriano añade que “yo no noté presiones en ningún momento” durante la campaña electoral. “Eso en nuestro caso, la gente de la calle era otra cosa”, apostilla.

Acuerdo para el Senado El elevado índice de participación, cercano al 80% del censo, acabó avalando a los partidarios de concurrir a las urnas. Arzalluz califica el papel del PNV de “éxito”, ya que “los resultados le dieron la razón a nuestro planteamiento. El PNV casi copó el voto nacionalista, tuvimos ocho diputados y para el Senado hicimos un Frente Autonómico con varios partidos”. Aguiriano, exsenador y exdiputado socialista que permaneció en el Congreso hasta 2000, explica que “con la Ley de Reforma Política aprobada por el Gobierno estaba claro que había grandes posibilidades de que el Senado tuviese una gran mayoría de la derecha. Entonces hubo un acuerdo no solo en el País Vasco, sino en toda España, para intentar conseguir el mayor número de senadores posible”.

Una de las sorpresas de esa jornada electoral fue el gran resultado obtenido por el PSOE, que con 118 escaños se erigió en el principal partido de la oposición, tan solo por detrás de UCD. Todo ello en detrimento del PCE, que sumó 20 exiguos asientos, por lo que la formación de Santiago Carrillo no logró capitalizar sus 40 años de lucha antifranquista. Luis Alberto Aguiriano, senador socialista en esa primera legislatura, lo achaca a “la memoria del pueblo español de los años de libertad que hubo en la época de la República, donde el PSOE era el primer partido”. Agrega que “la primera vez que los ciudadanos tenían la posibilidad de volver a pensar en libertad, muchos se acordaron de la época anterior y el PSOE apareció otra vez como el gran partido de la democracia y las libertades”.

Pese a sus escasos meses de vida, la Unión de Centro Democrático (UCD) creada por Adolfo Suárez se vio beneficiada por una presencia masiva en los medios de comunicación y fue el principal destinatario del voto conservador, quedándose a tan solo once parlamentarios de la mayoría absoluta. Al igual que en el caso del PCE, Alianza Popular (AP), con Manuel Fraga al frente, no cumplió las expectativas y solo amarró 16 representantes.

Una vez formadas las cámaras, Arzalluz asevera que “yo tenía muy claro que, en estos procesos, los que tienen el poder harían lo posible por mantenerlo, pero también sabían que para ello tenían que ceder una parte. Y nosotros necesitábamos algún nivel de poder, aunque fuera pequeño, para reconstruir el país”. Se trataba de “reconquistar una autonomía que habíamos tenido en el periodo republicano y que fue fructífera en su tiempo”. Y lo hicieron en primer lugar “recomponiendo nuestras instituciones, que es como la rueda del carro que teníamos que empujar, porque los ayuntamientos se estaban cayendo a pedazos”. Luego, “reconstruir la lengua, la cultura y la economía, que estaba entrando en barrena”.

Llamativa fue la experiencia de Francisco Letamendia Ortzi, defensor en la Cámara baja de las tesis de la izquierda abertzale con una democracia aún en pañales. “Era un bicho raro, la imagen que se tenía de una persona de la izquierda aber-tzale era la más estereotipada del mundo. Yo tenía que ser una especie de basajaun, absolutamente ignorante y salvaje. Luego se fue descubriendo que era uno de los poquísimos diputados que iba al Museo del Prado”, describe. Eso sí, la percepción de su figura tuvo dos fases: “una de las fotos más cotizadas era la de los dirigentes de AP y UCD conmigo. Al principio era un basajaun simpático y pintoresco”.

Sin embargo, “eso cambió con el debate constitucional, cuando se vio que defendía la Alternativa KAS, que se podía plantear a nivel pacífico pero que la opinión pública identificaba con ETA militar. Pasé a ser lo que tampoco era en aquel momento, una persona favorable a la violencia, y cuando marché a HB seguí manteniendo esa postura. Pero es imposible luchar contra un estereotipo”. A partir de ese momento “cada vez me hacían la vida más imposible”, lo que incluyó un boicot para impedirle hablar desde el Grupo Mixto. Ortzi recuerda que “había dos personas que nunca querían acercarse ni a un kilómetro de donde yo estaba: Fraga Iribarne y Santiago Carrillo”. En el primer caso por razones evidentes, y en el segundo porque “Carrillo no quería que les devolvieran a las catacumbas”.

Papel del ejército Sobre la aprobación de la Constitución en 1978 y la implantación del sistema monárquico, Xabier Arzalluz valora que “fue una de las cosas que tuvimos que tragar, porque para hacer una reforma de verdad se tendría que haber celebrado un referéndum entre monarquía y república, como hicieron por ejemplo en Italia”. “No tiene ninguna legitimidad más que la voluntad de los que decidieron introducirla a cuenta del testamento de Franco”, zanja.

Otros flecos pendientes de la transición incluyen al poder judicial, ya que “suprimieron el Tribunal de Orden Público e introdujeron la Audiencia Nacional, que es lo mismo, por lo que tendrá que ser abolida antes que después”. El jeltzale califica por último de “totalmente inasumible” el papel del ejército. “Que la Constitución afirme que la defensa de la unidad de España compete al ejército es abusivo, es imponerla por la fuerza”, zanja.