No parecen correr buenos tiempos para el procés catalá. A las distintas acusaciones de corrupción de uno de los principales impulsores del proceso, hoy PDeCAT, antaño Convergència Democrática de Catalunya, se han ido uniendo el descenso de la movilización popular, el cansancio del personal y, por último, el desmarque de los comunes de Ada Colau de un referéndum unilateral.
A pesar de esta situación, que para la mayoría de observadores ajenos al proceso, debería llevar a un replanteamiento del mismo, el tripartito impulsor del referéndum (PDeCAT, ERC y CUP) ha decidido dar un nuevo paso adelante.
En el enésimo acto solemne, como si de un proceso irreversible se tratara, Puigdemont estableció ayer la fecha y la pregunta del referéndum. Sin embargo, este gesto, y el Govern lo sabe, solo va a servir para dar un nuevo giro a la situación, pero en este caso de 360 grados. Y digo bien, 360 grados, esto es, un giro completo para acabar en el punto de partida, pero un poco mareado.
Es cierto que la responsabilidad no es achacable al Gobierno catalán, todo lo contrario, pero si acudimos a la manida metáfora del choque de trenes, mientras que el tren del procés va un poco descontrolado, a toda velocidad y perdiendo pasajeros, el tren del Gobierno español sigue en la estación de origen, parado y con cada vez más usuarios dentro.
No obstante, el problema de los procesos unilaterales (y éste, en contra de los deseos de sus impulsores, lo va a acabar siendo), no es tanto que el de enfrente no se mueva -eso se sabía desde el principio-; el problema es que nadie más te haga caso.
De la misma manera que alguien no puede autoproclamarse la persona más bella del mundo y esperar que esa declaración tenga algún efecto, Catalunya, por más que celebre un referéndum impecablemente democrático, si no consigue una participación abrumadora y el reconocimiento de la comunidad internacional, no habrá avanzado nada o, en el peor de los casos, habrá dado un paso atrás.
Esa ha sido precisamente la baza que mejor ha jugado el Estado español, no moverse y concentrar todos sus esfuerzos en minimizar cualquier gestión orientado al reconocimiento internacional, e interpretar todas las movilizaciones internas como si fueran meros actos folclóricos a la espera de que el agotamiento de la gente vaya restando apoyo popular.
No cabe duda de que es mucho más sencillo señalar las debilidades del proceso catalán que aportar soluciones, pero empecinarse en celebrar un referéndum para el que a duras penas han conseguido el apoyo de EH Bildu y de Nicolás Maduro fuera de Catalunya, es fácil que les debilite tanto que les imposibilite volver a plantear la cuestión con un mínimo de rigor en varias décadas. Y para muestra, el Plan Ibarretxe.
Llegados a este punto, parece más sensato concentrar todos los esfuerzos en reforzar las alianzas en Catalunya, en el Estado, y sobre todo, a nivel internacional.
Comparto la opinión de que a quien le corresponde decidir su relación con el Estado es, en exclusiva, a la ciudadanía catalana, pero seguir dando pasos en una dirección que, de momento, solo les comporta debilidad, no parece la mejor de las estrategias.