En casa siempre hemos tenido una gran afición a la política; imagino que en gran medida por pertenecer a familias sufridoras de dictaduras y otras guerras. Por eso, la reflexión y la discusión política son habituales. Antes de seguir voy a hacer un apunte necesario en este momento, no sea que usted se piense que andamos a la gresca: muy al contrario, pues lo hacemos al modo de la acepción del discutir en el sentido del término inglés, como intercambio de pareceres y no en el que marca la Academia de la Lengua Española, como contender contra el parecer de alguien.
Dicho esto, vuelvo a esas noticias que animan nuestra casa semana tras semana. El PP sigue llevándose la palma en los titulares de corrupción; sin pausa, y como en una telenovela venezolana, abundan el descaro y la desvergüenza. Les da igual toda la porquería que ha ido saliendo porque saben que al final de tanto espectáculo nada, ningún problema para el clan de los genoveses, como les llamó un portavoz parlamentario. Ninguna incógnita, ya conocemos el final de todo este lío: no va a pasar nada de nada a esa gentuza.
Muestra de esa desfachatez imperante en la España de Rajoy era la imagen del ministro deJusticia riéndose descaradamente cuando le reprobaba la mayoría del Congreso; a él, al fiscal general del Estado y al fiscal jefe Anticorrupción. Y no por un tema baladí: ni más ni menos que por obstaculizar la acción de la Justicia en las causas judiciales por delitos relacionados con la corrupción.
En casa ya no sabemos si enfadarnos o reírnos, pues hemos llegado a tal grado de saturación que corremos el riesgo de aburrirnos y pasar de todo por esa pasividad general ante el escándalo de un PP que pasa de rositas. Y lo peor es que les votan.
Menos mal que hemos tenido varias semanas en las que la buena noticia delacuerdo del cupo nos ha permitido afianzar que, mal que les pese, no es una cuestión de privilegios y si de derechos.Y, si el éxito del acuerdo se midiera por las reacciones contrarias, el PNV ganaría el oro olímpico.
Sinceramente, me están sorprendiendo poco las voces españolas contrarias al Concierto Económico y, por lo tanto, a los derechos vascos. La actitud machacona de rechazo de Díaz y su falsa argumentación de la solidaridad -que se la apliquen en Andalucía con sus señoritos- o la esperada del ultra de Ciudadanos se han visto casi superadas por la de Compromís que, en el colmo de la osadía, y viniendo de la Comunidad donde la corrupción ha llegado a los niveles más altos y durante más tiempo, nos responsabilizaba de menores oportunidades para los niños y niñas de Valencia.
Sin embargo, de todas ellas la que más me ha chocado es la del portavoz de la antigua Convergència, hoy PDeCAT, con su argumento de que tocará pagar parte del Cupo vasco a la gente catalana. Hace falta tener cara y poca inteligencia política, primero por mentir y segundo por el consiguiente riesgo de romper la histórica solidaridad vasca con el pueblo catalán. Hasta estos momentos ha sido mucha, a partir de ahora es para planteárselo.