Fue el 9 de abril de 1977, en el bautizado como Sábado Santo rojo, cuando el Gobierno de Adolfo Suárez puso fin a la clandestinidad del PCE para que poder celebrar en junio las primeras elecciones democráticas tras el franquismo y caminar hacia la democracia. Transcurridas cuatro décadas, la formación, que mantiene sus siglas y su autonomía, lucha por subsistir y no caer en el olvido, después de integrarse primero en Izquierda Unida (IU), en 1986, y el pasado año, en la coalición electoral de ésta con Podemos.

“El PCE, no solo tiene futuro, sino que es una necesidad. El capitalismo no ha sido capaz de resolver los problemas de la humanidad, por lo que hace falta un sistema justo y un partido que luche por él”, reflexiona el secretario general de los comunistas españoles, José Luis Centella. En una entrevista con Efe, Centella se muestra convencido de que la lucha de clases “tiene sentido en el siglo XXI, como lo tuvo en el pasado”, aunque admite que es preciso “organizarse para llegar a la gente y saber cómo comunicar con ella”. Centella lleva al frente del partido desde 2009, cuando asumió un cargo que ocuparon antes en democracia Carrillo, Gerardo Iglesias, Julio Anguita y Francisco Frutos. “El PCE no renuncia a hacer la revolución. Puede sonar a tiros, a violencia, pero la revolución es cambiar las cosas”, proclama el líder andaluz, que ya era militante comunista, con 19 años, cuando tuvo lugar el Sábado Santo rojo.

Los historiadores vienen a coincidir en que el asesinato de los abogados laboralistas de la calle Atocha de Madrid en enero de 1977 y las negociaciones entre el entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, y Santiago Carrillo para que el PCE aceptara la monarquía y la Constitución fueron determinantes en la legalización. Centella admite que ambos hechos influyeron, pero matiza: “No fue lo fundamental. Al PCE, nadie le regaló la legalidad, sino que la conquistó. O se hacía legal o no había democracia”. Con la vista atrás, confiesa que la ilusión que se vivió en 1977 “no se ha visto confirmada por los hechos”, porque derechos que se recogieron en la Carta Magna, como el del trabajo o la vivienda, siguen sin reconocerse por ley.

Nicolás Sartorius, cofundador de CCOO, era miembro de la dirección del PCE en 1977, aunque abandonó el partido a mediados de los 80, antes de crearse IU. En opinión de Sartorius, el paso de los años ha llevado al partido a ser “bastante marginal”, puesto que al no concurrir a las elecciones generales con marca propia desde 1982, “no se sabe qué apoyos, ni qué fuerza tiene”.

Cuando la formación comunista fue legalizada, contaba con unos 200.000 militantes y ahora, apenas supera los 10.000. El más veterano es Rafael Martínez, que de sus 103 años de vida, lleva afiliado desde 1931, convencido de que el PCE es el que “más honradamente ha luchado por la libertad de la clase obrera”. “Me queda la satisfacción de que no he abandonado nunca mi carné y quiero llevarlo en el bolsillo hasta el último momento”, promete el militante centenario.