La Ertzaintza y los presos enfermos de ETA se han colado en el Congreso días antes de que se resuelva el enigma del desarme. Nada es una casualidad en política. En ambos casos se quería tentar la voluntad de Mariano Rajoy, aunque por caminos bien distintos. Sólo el PNV rentabilizó el envite posiblemente porque le asistía el viento a favor de una negociación muy avanzada de los Presupuestos con el PP. EH Bildu lo tenía imposible porque en su caso siempre juega en campo enemigo y con la mayoría del público en contra. Fue así como Aitor Esteban consiguió transformar en una inopinada sensibilidad del presidente los eternos recelos de su Gobierno hacia la Policía vasca hasta el extremo de comprometerse a que tenga un papel relevante en el trazado de la seguridad europea. Maite Beitialarrangoitia, en cambio, se estrelló contra el muro de Interior: no habrá excarcelaciones de tercer grado hasta que las solicitudes sean individualizadas y cumplan con los requisitos ya manidos del perdón y el reconocimiento del daño causado. Lo hizo con un discurso descarnado pero sin radicalismo, buscando la adecuación a los nuevos tiempos sin terrorismo en Euskadi. Resultó baldío. De momento, el lenguaje oficial en Interior es el mismo de siempre hasta el extremo de asegurar que no hay presos tan enfermos. Cuando lo dice, el ministro Zoido visibiliza el acuñado mensaje de que es la otra parte quien tiene que seguir moviéndose si quiere alguna respuesta.
En Madrid, la música del desarme suena muy bajo, casi imperceptible, pero se oye.
Tampoco hay demasiado interés ahora mismo en que se escuche más alto. Como si fuera una realidad que espera su propio tiempo. Posiblemente porque nadie sabe con certeza lo que va a ocurrir este 8 de abril aunque la mayoría se lo imagina mientras algunos escépticos, que los hay, todavía contienen el aliento hasta el último segundo. Quizá es la consecuencia lógica de que nadie haya querido apretar el acelerador ni tampoco abrir la caja de los truenos para evitar desgastes innecesarios, conscientes de que queda mucho partido por jugar. En todo caso tan cautelosa respuesta ambiental es la excusa perfecta para mirar sin disimulo hacia otro lado. Hasta Rajoy, que se sabe toda la letra desde hace tiempo, lo hace de reojo. No sería extraño que con tan evasiva postura el presidente intente minimizar el impacto, dentro y fuera de España, que siempre supone la entrega (¿total?) del arsenal de una banda terrorista.
También aquí el presidente juega con el tiempo. Sabe, como le ocurre al resto de los grupos, que el desarme y la consiguiente disolución de ETA propiciarán un nuevo escenario, empezando por la dispersión y los presos enfermos, pero lo abordará sin prisa. Ya lo sabe el PNV y también EH Bildu porque ninguna interpelación es ingenua. Pero el denonado esfuerzo político y social de los Artesanos de la paz para insuflar las expectativas de que hoy se asista a un día histórico de verdad no llega hasta el Congreso, no provoca expectación alguna en sus pasillos donde se habla especialmente de los Presupuestos y del minuto y resultado de las primarias del PSOE. El final de la violencia se da por resuelto, está amortizado. Así lo cree más de las tres cuartas partes de los escaños desde aquel anuncio del alto el fuego definitivo posterior a la Cumbre de Aiete. Solo se espera a la desaparición real de ETA para arrancar otro discurso, para que empiece otro debate. Hasta entonces, mucha hojarasca que distrae la atención. Ocurre con las excéntricas bufonadas del histriónico Gabriel Rufián capaces de desviar el auténtico objetivo político que entraña el calado de una investigación sobre los supuestos desmanes de Jorge Fernández Díaz en su paso por Interior. La atención mediática concedida desde hace demasiado tiempo a los exabruptos de este perdonavidas diputado de ERC -sobraba la respuesta igual de barriobajera lanzada desde el PP- le ha convertido en un icono polemista aunque a cambio se rasga un poco más en esta convulsa legislatura la ortodoxia del parlamentarismo y quizá hasta de la propia institución. Toda una afrenta que, sin embargo, a los ojos del cainismo socialista apenas sería catalogada de accidente leve sin heridos. La tensión se está apoderando con tal fuerza de los tres bandos enfrentados en las primarias del PSOE que nadie se atreve a pronosticar a viva voz la suerte de este partido a medio plazo no sólo por las diferentes sensibilidades que se superponen en los mentideros del Congreso sino por las rencillas enconadas que se agolpan. Y lo que queda por ver.