pamplona - Si el elenco de fuerzas progresistas puede autodenominarse motor del cambio es, sin duda, por actos como el de ayer. En esencia, cambiar es hacer las cosas de otro modo. Y si eso se lleva al terreno de las víctimas, supone que desde las instituciones se tenga que reconocer, en algunos casos muchas décadas después y por primera vez, todo el dolor sufrido por una parte de la ciudadanía que ha resultado víctima de violencias ultras y policiales. Pero también de todas aquellas que sufrieron las torturas, las vejaciones y humillaciones por parte de grupos parapoliciales y terroristas, amén de los desmanes producidos por algunos funcionarios públicos, y que, además, tuvieron que cargar con una doble pena: la de la violencia más sórdida y flagrante, pero también la de la invisibilización institucional y el silencio administrativo.

Pero ayer se acabó la clandestinidad. Se acabó a través de un acto sencillo, que aprovechó un resquicio abierto del recurso del Constitucional (a instancias del Gobierno de Rajoy) a la Ley Foral de víctimas de extrema derecha y funcionarios públicos aprobada en 2015 por la Cámara foral para honrar la memoria de todos aquellos que, en las últimas décadas, han sido asesinados o torturados por sus ideas políticas, como en los casos de Gladys del Estal, Germán Rodríguez, José Luis Cano, Mikel Arregi, Mikel Zabalza, Naparra o Ángel Berrueta.

El acto fue sobrio en sus términos, pero abrumador en su significado. En el patio isabelino del Instituto Navarro de la Administración Pública (INAP) hubo más de 300 representantes de toda Navarra. Estuvo el Gobierno, con Uxue Barkos a la cabeza. También la presidenta del Parlamento, Ainhoa Aznárez, al frente de una delegación de parlamentarios forales de todos los grupos salvo UPN y PPN, voluntariamente autoexcluidos y adheridos a las voces más ultras que rabiaban contra la celebración del acto. Pero definitiva fue la respuesta de los municipios y concejos de la Comunidad Foral, representados no sólo por el presidente de su plataforma y alcalde de Lodosa, Pablo Azcona, sino también arropados por el músculo social de más de 75 alcaldes de las principales localidades navarras, además de un elenco de personalidades y movimientos sociales.

Cumpliendo con lo previsto, el evento fue simbólico, y el hecho de no centrarse en ningún nombre en concreto dio pie a que las valoraciones se hiciesen en abstracto, pero con una profunda carga de sentido. Por encima de cualquier idea, se reivindicó un mensaje: más que nunca el de la paz, la libertad de pensamiento y los valores más elementales de la democracia. Pero con más insistencia si cabe el de la necesidad de no repetir errores pasados y la petición de que jamás se llegue a vulnerar la dignidad de las personas por el legítimo derecho de pensar y defender ideas diferentes. Fueron los pilares de los discursos de Uxue Barkos, Ainhoa Aznárez y Pablo Azcona, que también alzaron la vista y pidieron mirar al futuro sin rencores, pero con las lecciones bien aprendidas como única cláusula de cara a avanzar como sociedad.

La petición no pudo ser más expresa por parte de la presidenta de Navarra. “Nunca más una persona asesinada por sus ideas; nunca más caer en el error de poner por encima de la dignidad humana ninguna idea ni proyecto; nunca más una persona torturada, vejada, humillada o amenazada”, insistió Barkos, en un intento por compilar la idea fundamental de un acto que “llega tarde, pero llega”, a manos de un Gobierno “que siempre estará del lado de las víctimas” y que celebra el homenaje “cumpliendo con la ley pero, faltaría más, con toda la voluntad”.

Consciente de “los estragos de la desmemoria” y “la invisibilización” a la que han sido sometidas muchas víctimas “hasta ahora no reconocidas”, Barkos quiso trasladar a las víctimas y familiares la “solidaridad” del Gobierno, y por extensión de toda la sociedad, y aprovechó para incidir en una idea clave. La de la necesidad de avanzar, pero sólo desde la dignidad. “Queremos mirar al futuro, no vivir anclados en el pasado. Pero no podemos mirar al futuro como si nada hubiera ocurrido. No podemos avanzar desde el olvido o la invisibilización de las víctimas, de ninguna víctima. Como sociedad, podemos tener ideas diferentes, proyectos distintos y hasta contrapuestos, pero nunca nadie debió rebasar el límite de la dignidad de la persona”, pidió. “Este Gobierno quiere avanzar en la atención a todas las víctimas, queremos impulsar la cultura de la paz y fijar las reglas de la convivencia donde sepamos dirimir nuestras diferencias desde el diálogo, el respeto al diferente, la defensa de los Derechos Humanos y la deslegitimación de la violencia”, acabó.

conflictos En la misma línea se expresó Aznárez, cuando aseguró que cualquier sociedad que aspira a ser “dinámica, plural y diversa” tiene que asumir los conflictos “como algo natural”. Y las instituciones, por su parte, “han de reconocer que grupos de extrema derecha y, en alguna ocasión, funcionarios públicos, han sobrepasado los límites de los derechos humanos. Hay que reconocer a cada víctima desde su especificidad”. Por eso “el acto de hoy no debe suscitar ninguna duda, recelo o rechazo. Hoy, por fin, las víctimas de esa violencia ejercida desde la ultraderecha e incluso desde algunos funcionarios públicos y sus familias deben encontrar el amparo que hasta ahora no han recibido, no les podemos seguir dando la espalda”.

La conclusión la puso Pablo Azcona: “Una visión integral de la Memoria condenas todas las violencias, denuncia todos los crímenes y reconoce todas las víctimas. Las del 36, las del franquismo, las de ETA o las de la extrema derecha. Todas a la vez, sí, pero a cada una de ellas en particular para evitar compensaciones que deformen nuestra conciencia”. En el discurso institucional más personal de los que se escuchó ayer, Azcona pidió, citando al poeta Blas de Otero, la paz y la palabra. Y se centró en su caso para resumir el espíritu que se necesita. “Los cinco hermanos de mi abuelo fueron asesinados en el 36. No recibí ni de él ni de mis padres ningún rencor. Por el contrario, he recibido el compromiso contra la desmemoria. No podemos desaprovechar este momento: que las generaciones futuras no nos reclamen la memoria porque no hayamos sido capaces de reconocerla nosotros”.