El primero de marzo hará un año que Arnaldo Otegi salía en libertad de la cárcel de Logroño, después de haber padecido seis y medio injustamente preso. Volvía a la vida normal en un nuevo contexto, con ETA por fin ausente, con nuevos dirigentes en su formación política, incluso con nueva denominación, con nuevos partidos en la escena y con una sociedad herida por la crisis. Una estancia prolongada en la cárcel, por más equilibrada que sea la persona que la padece, provoca en ella una lógica desorientación hasta que vuelve a acomodarse a la realidad distinta en la que reaparece. Arnaldo Otegi, a pesar de todo ello, entró como líder, regresó como líder y fue entronizado como líder para guiar a la izquierda abertzale en el nuevo camino hacia la República Social Vasca anunciando eufórico “el asalto a los cielos”. Con el asalto a los cielos de la independencia como punto irrenunciable de llegada y con el procés de Catalunya como ejemplo de pronunciamiento unilateral, Arnaldo ha tomado el testigo del emergente líder, hoy inhabilitado, Hasier Arraiz, y apela al Frente Amplio que aquel propuso como instrumento idóneo para la total soberanía vasca.

Desde su responsabilidad como máximo dirigente de EH Bildu, Otegi anuncia que para lograr la independencia es necesaria la acumulación de fuerzas soberanistas de izquierdas, o al menos de fuerzas progresistas, un frente al que se sumarían agentes sociales, sindicales y políticos que, bien examinados, poco se diferenciarían del actual ámbito de la izquierda abertzale.

Reconoce Arnaldo Otegi la validez de la Ponencia de Autogobierno que va a debatirse en el Parlamento Vasco, en la que van a participar con total responsabilidad pero también con no menos pesimismo y desconfianza de que mediante esa ponencia se logre el asalto a los cielos. No tiene clara el líder de Sortu la validez del planteamiento expresado repetidamente por el lehendakari Iñigo Urkullu para la conclusión de esa ponencia sobre el autogobierno, que incluiría una nueva relación con el Estado: lograr el acuerdo más amplio posible entre las fuerzas parlamentarias y posteriormente pactar con Madrid el nuevo estatus.

Otegi desconfía abiertamente de Madrid y cree ilusoria cualquier cesión centralista respecto a la soberanía, sea cual sea el acuerdo al que se llegue en el Parlamento de Gasteiz. Por eso advierte que, aunque participará en el debate, sigue tomando como referencia a Catalunya y anuncia un “proceso independentista unilateral” con los agentes antes mencionados, un proceso no sometido al ordenamiento jurídico vigente y mediante un debate abierto “fuera de las paredes del Parlamento”.

Así, en abstracto, el planteamiento de Otegi tiene un punto de ensoñación que no aclara si se trata de una vuelta a los acuerdos de Loiola simultaneada con un pronunciamiento de desobediencia civil, enfocado a los pasos unilaterales que están jalonando el procés a golpe de tribunales. Sueña Arnaldo con una convulsión de cambio en el Estado español “pase lo que pase” en Catalunya, y no se cansa de repetir: ¿qué va a ocurrir en España y en Euskadi cuando Catalunya sea una república independiente? Se acabó la España eterna, imagina Arnaldo, y advierte de que los vascos tenemos que estar preparados para ese apocalipsis.

En pura teoría, claro, el líder de la izquierda abertzale traza un proyecto ilusionante que sus bases acogerán con tanto entusiasmo como disciplina. Otra cosa será comprobar cómo piensa controlar esa acción simultánea institucional y de agitación, esa presencia en el Parlamento con la acumulación de agentes sociales, sindicales y políticos en la calle, ese mimetismo imposible con un proceso unilateral tortuoso y lleno de aristas como el catalán.

A los catalanes, como a los vascos, les sobran razones para reivindicar su soberanía, más aún cuando arrecia la recentralización desde el Gobierno de la derecha española. Pero hay que pisar suelo y escarmentar en cabeza ajena. Basta echar un vistazo a la situación del procés catalán para que se activen todas las alertas. Ya comienzan a desfilar por los banquillos los máximos responsables de la vía unilateral en Catalunya, desde el president Artur Mas y el anuncio del procesamiento a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, pasando por la inculpación a otros altos cargos. Para más alarma, el Tribunal Constitucional ha anulado la hoja de ruta para la convocatoria del referéndum, sentencia a la que el actual president Puigdemont anuncia que va a hacer caso omiso sin que se sepa si existe o no un plan B para ello. El Gobierno cerril de Rajoy está dispuesto a proceder con la máxima dureza política, legal y, si preciso fuera, militar. Pese al entusiasmo de Arnaldo, y aunque no se sabe en qué parará la vía catalana, parece claro que no nos va a servir de modelo.