Los hechos son que a dos guardias civiles de paisano acompañados por sus novias les pegaron con el resultado de un tobillo roto y una cara partida. Con esos datos, lo primero que hay que hacer es solidarizarse con los heridos y condenar el uso de la violencia. Sin excusas, como señalaba el escritor Pedro Ugarte con mucho tino: “No solo hay que condenar la violencia venga de donde venga. También venga de donde viene”.

Pero de ahí a convertir el episodio en una suerte de terrorismo fruto de una emboscada de cincuenta personas que acechan a dos parejas de novios para darles una paliza va un trecho. Dejemos que la jueza esclarezca qué sucedió a las cinco de la mañana en un bar de copas en una localidad en fiestas, porque las circunstancias inducen a barajar alguna hipótesis más que esa del atentado casi terrorista que pinta el director general de la Guardia Civil.

Y si sorprendente y denunciable es la agresión, también en el caso de que esta fuera más allá de un incidente tabernario, lo que llama la atención es que desde la propia institución encargada de velar por la seguridad de la ciudadanía se trate la cuestión como un asunto de honor a lo Duque de Ahumada. Y allí ese desfile de furgonas ocupando militarmente una localidad en la que, casualidad, la mayoría de la vecindad no quiere ver ni en pintura a los uniformados.

Bueno, no es casualidad. Ese desapego es el verdadero problema que está en el origen de este incendio provocado. Por eso convendría no magnificar, a diferencia de lo que ha hecho el Gobierno español, lo que bien podría ser un incidente aislado. ¿O es que esa presunta caza al Guardia Civil es una nueva forma de terrorismo que obedece a algún manual? ¿Por qué entonces ese bombo al caso? Porque la derecha navarra advirtió, y parece que no se equivocó, en que el episodio podía abrir una fisura en el bloque que sustenta el Gobierno de Uxue Barkos.

Así que abordemos los hechos como son, con lo que sabemos hasta ahora a la espera de lo que diga la Justicia. Y por otro lado, insistamos en que existe un problema político de un cuerpo policial que muchos vecinos ven como ajeno. Quien se ha empeñado en mezclar ambas cosas, la propia Guardia Civil y el Gobierno, son los responsables de que esta condenable agresión se haya desmadrado.