las recientes maniobras de la OTAN en la vecindad de Rusia han sido mucho más una maniobra política que un ejercicio militar, por muy satisfactorio que les resultasen al alto mando estratégico de la Alianza.
Y es que fueron un alarde de solidaridad? que evidenciaron una vez más que la paz no es tan sólo cuestión de cañones y divisiones. Porque las evoluciones de las muy modernizadas fuerzas occidentales resaltaron la superioridad técnica del arsenal de la OTAN y su relativa ineficiencia ante una eventual ofensiva en gran escala de Rusia contra miembros de la Alianza.
En especial, una invasión de los países bálticos que apenas pueden poner en pie de guerra un puñado de soldados frente a los cientos de miles de hombres de Moscú resultaría irresistible ya que las únicas vías de acceso occidental para asistir militarmente a dichas naciones serían una estrecha frontera polaco-lituana y la vía marítima, muy vulnerable a ataques aéreos, navales y submarinos. Y si los ataques rusos se hicieran más al sur -Rumanía, Hungría, Eslovaquia- la resistencia occidental sería mayor, pero difícilmente llegaría a tiempo para impedir una ocupación de esos territorios.
El escenario se parece mucho al comienzo de la II Guerra Mundial en cuyos inicios la Wehrmacht del III Reich fue de victoria en victoria en los frentes del este y oeste. Y como entonces, un eventual conflicto hoy en día sería una prueba de resistencia total. Los recursos industriales, financieros y de materias primas acabarían decidiendo el desenlace de la contienda? en el supuesto de que no se recurriera al armamento nuclear, una eventualidad que llevaría seguramente a la aniquilación de la vida en la Tierra.
Semejante análisis lleva a la conclusión de que los alarde de fuerza no son más que tranquilizantes para las poblaciones de las naciones dela OTAN vecina de Rusia. Lo que realmente asegura la paz es el convencimiento en los dos bandos de que nada garantiza en un eventual conflicto una victoria rápida; y según y cómo, ni siquiera una victoria.
Pero lo que aleja sobre todo el espectro de una guerra entre Rusia y Occidente es el convencimiento de Moscú de que, pese a que los cambios políticos nacionales e internacionales surgidos del colapso de la URSS han mermado grandemente su poderío y sus posibilidades de protagonismo en la política mundial, el respeto de los intereses occidentales es hoy por hoy la mejor opción política del Kremlin. Una opción que, claro, no excluye la prepotencia militar en la esfera de influencia rusa : Osetia, Georgia, Crimea, Moldavia y, hasta cierto punto, Ucrania.