Albert Rivera ha perdido su halo. Ya no deslumbra ni descolla en las encuestas precisamente cuando más lo necesitaba, cuando se la juega de verdad. Pareciera como si hubiera bastado el primer test serio del 20-D para pinchar la fortaleza real de su globo político, inflado interesadamente por más de un grupo de comunicación y una parte del establishment financiero español como alternativa de futuro inmediato a un PP asaeteado por la corrupción y, en especial, de ese Mariano Rajoy demasiado esquivo cuando los mismos poderes fácticos de siempre le requieren recomendaciones desde sus despachos.

El líder de Ciudadanos ya no tiene quien le escriba. Al menos con tanto cariño, con tanto mimo como el recibido sin escrúpulosni reparos demoscópicos domingo tras domingo en aquellas maquilladas encuestas que le convertían en el nuevo Mesías de la ansiada regeneración democrática, acogotando lógicamente el campo de maniobra electoral del PP, su rival ideológico o, al menos, el más próximo a su apuesta liberal y nacionalespañolista por el carril del centroderecha. Era entonces, apenas hace medio año, cuando la cocina de muchos sondeos fabricaban la sombra del sorpasso pero en la acera de enfrente de la izquierda. No solo no llegó, se estrelló mucho antes de llegar a la orilla.

Aquellos mismos periódicos, radios y televisiones miran hacia otro lado sin pedir disculpas ni ruborizarse por susonoro patinazo. El juguete de Rivera ya no les interesa y le sueltan la pinza para que se busque por sí solo el camino. Ahora, aquellos mismos grupos de presión social y económicos investidos como siempre de esa arrogancia insaciable prefieren buscar el recambio a Rajoy desde dentro del PP. Lo hacen, además, a favor de la corriente porque maquinan la existencia en la noche del 26-J de una previsible polarización suficiente de convertirse en dique que complique la formación de una mayoría suficiente para la proclamación, de una vez por todas, de un presidente de Gobierno.

En ese contexto, Rivera ya ha perdido el tren de la gloria y bien que lo sabe en esta campaña aunque mantiene intactas las papeletas para ser determinante en la próxima legislatura porque juega con moneda de dos caras. Por todo ello, se apresta a recibir esta noche en el ansiado debate televisivo de los cuatro magníficos los golpes más descalificadores de Rajoy, a quien, sin embargo, ya nunca sucederá.