Como es habitual, la campaña ha comenzado en medio de la divulgación de diferentes sondeos, que continuarán publicándose durante esta primera semana. Estas encuestas están teniendo una influencia desmedida en el proceso electoral, incidiendo directamente en las expectativas de voto. Son pronósticos que se autocumplen, desde luego, en el escenario más propiamente estatal. La previsión de un paisaje fuertemente polarizado entre PP y Podemos está provocando el hundimiento de las posibilidades del PSOE y de Ciudadanos. El sorpasso en el bloque de la izquierda daría una auténtica sacudida al sistema de partidos español, aunque a corto plazo podría consolidar al PP en el Gobierno.
Pero parece que solo compiten esas cuatro formaciones de ámbito español. Las demás no existen. Así, en la mayoría de los medios importan más las quinielas sobre el reparto de escaños entre los grandes que la presentación y el contraste de los diferentes programas con los que se presentan los candidatos. Por eso, no queda apenas resquicio para que los candidatos y el debate político bajen a pie de calle destacando los temas que interesan a los votantes de cada circunscripción electoral. Con este panorama, las demandas de los que claman por el empoderamiento de los de abajo, por recuperar el vínculo perdido entre representantes y representados o por el acercamiento de la política a la gente? suenan a publicidad engañosa.
La realidad es que, a lo largo de estas dos elecciones españolas (20-D y 26-J), se está consolidando el eje de discusión más estatalista que jamás se haya conocido. Al margen de la demanda abstracta de plurinacionalidad, nunca hasta ahora había habido tantos problemas para sacar a la mesa de debate las agendas concretas de los pueblos. Y es sobradamente conocida la inclinación centralizadora de los viejos partidos estatales. Pero, cuando los representantes de la llamada nueva política hablan de patria y plantean sus discursos de cambio piensan también en Madrid. Y los medios masivos que reproducen esos discursos solo están interesados en reflejar las circunstancias por las que pasa el reñidero español, centrado como está en una lamentable polarización que está arrastrando consigo a sectores vascos. Tanto es así que hasta la izquierda radical vasca ha pasado, en muy pocos meses, de defender la desconexión independentista unilateral a comprometerse “con ganas” (Matute dixit) en el cambio español.
La agenda vasca no está en el reñidero. Creo que es lo mejor. Sin embargo, ya sabemos que cuando los partidos españoles riñen entre ellos pueden terminar rivalizando por quién levanta más alto el pendón patriótico, contagiados por la propensión uniformizadora que tan bien conocemos. Y ahí deben estar nuestros representantes, como primera barrera para defender nuestra causa, que son nuestras leyes, nuestras instituciones y nuestro autogobierno, nuestra comunidad nacional, nuestros hogares y nuestras empresas, nuestra gente?