Lo peor es llegar a deshumanizar al adversario. Uno de los primerísimos rivales lo ha constituido la policía propia, tan cercanos y tan a mano como para disponer de ficha de 7.700 sobre una plantilla que pueden componer en total 8.000 personas. El porcentaje revela un fenómeno de red concienzuda de información de proporciones difíciles de asimilar.

La Ertzaintza sufrió un ataque cada semana. 48 agentes figuraron como objetivo hasta hace cinco años, la fecha en que ETA dejó de matar. Por cualquiera de las aristas desde la que se quiera observar el de la Policía vasca como “colectivo de riesgo” que ha sido, lo que concretan las cifras y la estadística oficial nos pone ante los ojos es muy difícil de llevar.

Los datos con los que hemos venido manejando la importancia de las guerras apenas han pasado del recuento de muertos. Tantos en este bando, tantos en el otro; el número de víctimas como revelación de lo cruento de las batallas, la cifra de bajas para hacerse una idea de lo que supuso determinado enfrentamiento. En un apartado constan los números de cada ejército, en el otro las víctimas civiles, el coste de vidas perdidas, el cálculo aproximado de desapariciones.

Da escalofrío echar la mirada atrás, tan poco tiempo atrás, y no contar todavía con el consuelo de sentir a nuestros antecesores tan distintos a nosotros. Nosotros seguimos siendo la generación del periodo violento que todavía está por categorizar, etiquetar, colocar en el tomo de la historia correspondiente. Apenas nos disponemos a abordar el fenómeno nos falta el aliento, de tan fresco como es el recuerdo, de tan difícil como se barrunta crear entre todos un nuevo tejido social.

El disparo, la bomba, nos dejaban noqueados. A partir de 2011 el relato va adquiriendo pormenorización, la colmena del conflicto vasco va a ir sacando a la luz detalles de vida diaria, situaciones de tú a tú que nos harán bajar la cabeza, imposible entender cómo pasamos por todo aquello. Cada uno se retrotrae a aquellos tiempos, antesdeayer, a los que queremos dar memoria, reconocimiento y reparación.

Nos preguntamos si seremos capaces de explicarlo todo, los años de guerra con todos los adjetivos y sin ninguno. La guerra total, sucia, indiscriminada, con todos por contrarios, de cuando no se paraban mientes en atenuantes que valgan, cada uno retroalimentándose con su propio panfleto. Y están los que todavía pasan cada día viviendo todo aquello. Porque lo pagaron con sangre propia, imposible de curar. Porque fue buena parte de su vida lo que se dejaron en el tránsito hasta este tiempo de ahora, en el que tratamos de encontrarnos.