Durante los años 80 y 90 ha sido la mujer clave a la hora de desarticular el santuario con el que contaron los miembros de ETA en el Estado francés. Sus investigaciones han llevado a la cárcel a centenares de etarras, muchos de ellos generales de la organización armada que se escondían al otro lado del Bidasoa. La jueza Laurence Le Vert pondrá fin en junio a 40 años de carrera, la mayoría de ellos estrechamente ligados a la lucha contra la banda.
La jueza presenta un perfil y una biografía muy apropiada para ser llevada a la literatura o al cine. Nació en Neuilly el 19 de febrero de 1951 en el seno de una familia adinerada y sin embargo se ha mostrado siempre austera en el vestir, desconfiada, extremadamente rigurosa en su trabajo, y celosa de su intimidad, lo que le ha llevado a huir de los focos y detestar cualquier protagonismo. Detesta las filtraciones a la prensa, algo que, a su entender, se produce en el Estado español con demasiada frecuencia. Su celo en este sentido le lleva a controlar personalmente las fotocopias de los documentos que salen de su juzgado. Aunque nunca los ha pregonado, sus allegados señalan que comulga ideales políticos conservadores. Trabaja a destajo y sus asistentes difícilmente han podido seguirle el ritmo. “Solo trabaja con una secretaria, pero ha tenido muchas. Ninguna le sigue el ritmo”, comenta una conocida de la jueza que prefiere no identificarse. “Es como una monja juez del terrorismo”, añade.
Su trayectoria y su compromiso en la lucha contra ETA le han granjeado un gran respeto y reconocimiento entre las fuerzas policiales españolas. “Sin ella, ETA no habría acabado”, llega a afirmar un ex alto mando de la lucha antiterrorista que la considera como la jueza que mejor conoce a la banda. “Los jueces franceses no sabían nada de ETA y ella era una jueza de instrucción, no era una jueza de tribunal sentenciador”, subraya.
Con semejante currículum no resultaba extraño que ETA la incluyera entre sus objetivos y la sometiera a vigilancias. Esta mujer ha sido el enemigo número uno de la organización armada, el objetivo supremo por el que estuvo dispuesta a romper, “excepcionalmente”, la regla autoimpuesta que le prohíbe matar premeditadamente en Francia para no desatar las iras del Gobierno de París. En una documentación incautada en tiempos de Ibon Fernández de Iradi, Susper, se descubrió que le habían seguido del trabajo a su casa varias veces. En su informe a la dirección de ETA, los jefes del aparato militar sostenían que el atentado no tenía por qué significar “un cambio en la estrategia” de la organización en Francia, ni desencadenar “la apertura de hostilidades en el territorio francés”.
Le Vert tiene su propia forma de entender la lucha antiterrorista, siempre contraria a los procesos de negociación con ETA que han practicado casi todos los gobiernos españoles. Ha rechazado diversas condecoraciones por parte de España para preservar su independencia. Tan solo aceptó una a principios de los noventa y fue la última. Ahora, con 65 años, ha confesado que tras su jubilación está a dispuesta a aceptar todos los reconocimientos que se le quieran otorgar. - E. P.