Cinco meses antes de las elecciones del 20 de diciembre, un grupo de profesores de la Universidad vasca plantearon a las claras la necesidad de conformar candidaturas unitarias de carácter “progresista” en la CAV y Nafarroa, en un emplazamiento directo a Podemos, EH Bildu, Ezker Anitza y Equo. La iniciativa solo contó con el apoyo de EH Bildu, mientras Podemos la rechazó desde el principio. Evidentemente, no cuajó. No había “mimbres”.
Hay que pensar que si se hubiese producido una coalición de estas características, los diputados resultantes se hubiesen encuadrado o hubiesen contado dentro de esa amalgama de “Podemos y confluencias”. Habría sido curioso ver durante estos últimos cuatro meses cuál hubiese sido la posición de los diputados de la izquierda abertzale ante las negociaciones de Pablo Iglesias y los suyos y su empeño en formar gobierno con el PSOE orillando incluso el derecho a decidir.
Ahora, para las nuevas elecciones de junio, el líder de Podemos ha zanjado cualquier posibilidad de que se volviera a plantear siquiera una coalición con EH Bildu: “No va a ocurrir tal cosa”. O sea, del “No pasarán” al “No pasará”.
Era evidente y nadie lo hubiese contemplado de nuevo, pero la rotundidad de Iglesias da para alguna reflexión. En primer lugar, la imposición -aunque solo sea formal- con la que el peculiar centralismo democrático mezclado con asamblearismo -en puridad, un oxímoron- de Podemos y su líder entienden las relaciones territoriales. “Porque lo digo yo”, se desprende de la respuesta de Coleta morada. Hombre, una diplomática derivación a la decisión de los órganos y militantes de Podemos Euskadi habría sido bastante más oportuna.
¿Por qué esa rotundidad de Iglesias? Porque su cielo a conquistar, su campo de batalla, es España y se juega mucho, nada menos que ser presidente con Sánchez de vicepresidente... o viceversa. Y tener apestados como compañeros de viaje le causaría muchos dolores de cabeza y serios problemas incluso con los suyos. Y la imposibilidad cierta de gobernar. Rajoy -sobre todo-, Sánchez y Rivera se lo comerían con patatas. Y el electorado español, también.