Susana Díaz amenaza detrás del matorral. No es cuestión de cobardía en su verbo ambicioso sino puro tacticismo en una guerra soterrada. Posiblemente suponga la sencilla expresión de ese ancestral espíritu cainita que asola en puntuales oleadas a la familia socialista cuando se apresta a ajustar entre ácidos brotes de personalismos sus sangrientas diferencias internas. Pero es, ante todo, otra sacudida desestabilizadora a la figura orgánica de Pedro Sánchez que en su descarga le debilita inquietamente como nuevo cartel electoral para el 26-J.
En los últimos días, los cuervos han vuelto a sobrevolar sobre el futuro inmediato del candidato del PSOE. Lo hacen entre la sonrisa contenida pero picarona de Podemos, de las tres cuartas partes de los barones socialistas y, sobre todo, de esa amalgama de críticos aposentados, unos, sobre su pasado bien recompensando y otros carcomidos por su lejanía del poder. Vaya, el enésimo capítulo de un visceral enfrentamiento, larvado durante las interminables sangrías electorales que vienen sucediendo al último Gobierno Zapatero y que parecen haber cegado la imperiosa necesidad de una revisión ideológica, aparcada sencillamente por la orfandad de un proyecto ilusionante.
Es en este contexto plagado de bombas trampas para imaginar una rehabilitación del voto socialista emerge Susana Díaz con un proyecto personalista. Es ella -y, claro, cuantos le apoyan desde los bastidores económicos- quien detesta a Podemos y se abraza a Ciudadanos como arquetipo en el que enmarcar su discurso poco alentador para una rehabilitación de la izquierda. ¿Acaso el maniatado Sánchez ha hecho otra cosa que seguir este catón durante la desoladora búsqueda de su investidura? Pero el diezmado líder socialista es el padre de la derrota y por ese desagüe se desvanece su fortaleza política. La ocasión propicia para las dentelladas que esperaban hambrientas como le ha ocurrido a Carmen Chacón, capaz de envolver en el silencio de una intrigante despedida el posible miedo a no ser elegida candidata por primera vez en unas primarias. O la angustiosa y envenenada exigencia de Díaz para que esta vez su protegido Eduardo Madina suba de ese séptimo puesto por Madrid al que erróneamente le desplazó Sánchez, demasiado envalentonado entonces por su cargo de secretario general. Quizá la díscola Irene Lozano -¡qué fichaje más desafortunado!- allane el camino en esta nueva diatriba. Con su renuncia, festejada lógicamente por todo socialista de tradición que se precie, la cúpula socialista tiene la oportunidad de enmendar aquella pifia que heló la sonrisa en el PSOE y, de paso, hacer un guiño a los susanistas con un acomodo más asegurado para el político vizcaíno.
Empujado contra la pared por su errónea política de negociación y un desenlace desalentador, Sánchez se encomienda a los tiempos que maneja Susana Díaz. Salvado el primer jaque con el conejo del referéndum sobre las preferencias de socio para la investidura, solo le queda para su salvación que la presidenta andaluza retrase por estrategia personal su golpe de efecto. Pero debería mojarse de una vez y así librar la partida sin valerse de mensajeros.