Y solo es la punta del iceberg, aunque 11,5 millones de documentos parezcan una pillada fiscal masiva de evasores de capital. Buen trabajo el del Consorcio Internacional de Periodistas, pero todo hace suponer que la brutal revelación no es más que una pequeña muestra del dinero evadido por quienes tienen y pueden.
Los papeles de Panamá revelan que queda muy corta aquella Lista Falciani que el año pasado señalaba con el dedo a 130.000 evasores que escondían su dinero en Ginebra. Las personas y sociedades que pasaron por las oficinas panameñas de Mussack Fonseca indican que la evasión de capitales que cruzó el charco alcanza a presidentes de Gobierno, políticos, magnates, financieros, deportistas de élite, clubs de fútbol (ay, nuestra amada Real), aristócratas y hasta aledaños monárquicos. Todos ellos inscribieron en esas oficinas panameñas miles de empresas opacas en las que escondieron sus dineros. Y a ver quién va a creerse que si se llevaron el dinero a esas empresas no fue para ocultarlo a Hacienda.
Esta revelación es aún más nauseabunda cuando comprobamos que hay bancos que cada vez ganan más mientras siguen despidiendo trabajadores, cuando las autoridades del Estado siguen apretándonos el cinturón mientras los prebostes se aumentan el sueldo, cuando nos suben los impuestos mientras conceden amnistías fiscales o se llevan el dinero a Panamá. Es estremecedora la desfachatez de este personal tramposo en el que sobran infantas como la tal Pilar de Borbón, quien gestionó una de esas sociedades evasoras en Panamá casualmente desde que su hermano Juan Carlos ascendió a la jefatura del Estado y justo hasta su abdicación. Lagarto, lagarto. Esa Pilar de Borbón, promotora de rastrillos y caridades, que cuando un periodista le preguntó por el caso Nóos respondió airada con un borbónico “¡A callar!”. Y se quedó tan ancha diciendo que lo que hacía falta era “ayuda divina” para los desfavorecidos, o “para los pobres” como se les suele denominar desde esas alturas.
Ya está bien de que a la inmensa mayoría se nos imponga la austeridad y el sacrificio, por culpa de los que disfrutan de su dineral sin ninguna obligación fiscal. Ya está bien de soportar recortes y subidas de impuestos para sacar del pozo a un país que se hunde precisamente por los saqueos y fuga de capitales de esos sinvergüenzas a quienes la crisis ni les roza ni les importa. Casi ni nos habíamos dado cuenta de que al mismo tiempo que con la democracia se implantó en serio la obligación de contribuir a esa Hacienda que “somos todos”, brotaron como hongos multitud de asesorías y despachos especializados en la trampa, en la evasión, en la ingeniería financiera que abrió de par en par la puerta del fraude y del latrocinio de guante blanco. Todos conocemos casos de gente que, gracias a esos expertos en la prestidigitación financiera, no solo pagan poco a Hacienda, sino que incluso reciben una cuantiosa devolución y alardean de ello.
Los de la lista panameña proclaman, airados, que toda esa chapuza es legal. Claro, porque en este país es legal el fraude estructurado, altamente profesionalizado a través de complejas empresas pantalla, sociedades limitadas, selectos equipos de asesores fiscales. Nunca la fuga de capitales, el fraude fiscal, el regate a Hacienda ha vivido mejor ni tan bien pagado.
Después de descubrirse esta gran evasión, una más, sería ingenuo pensar que este escándalo vaya a cerrar el grifo del dinero tránsfuga. Sin embargo, tras esta desvergüenza nos asiste una razón más para exigir que se persiga implacablemente a los evasores de capitales, que se dote de más medios a las agencias tributarias y se establezca una política internacional contra los países que sirven de refugio a los nuevos piratas que esconden sus tesoros para disfrutarlos a costa de los más desposeídos.
No va a ser fácil, pero ojalá llegue el día en que la ciudadanía se harte y llevar el dinero a Suiza, o a Andorra, o a Panamá, resulte tan repugnante como la pederastia o la trata de blancas, cuando no deje pasar ni una, cuando se repudien este tipo de trampas lo mismo si se trata de la familia real, o del cineasta de moda, o del balón de oro, o del club de tus amores.
Pilladas como la de los papeles de Panamá deberían servir para exigir a los que más tienen lo que se nos exige a los demás y para denunciar a los listos que roban a Hacienda a sabiendas de que nos roban a todos. Y ello sin falsos regates y componendas para que devuelvan un poco y se queden con el montón, exigiéndoles cuentas por estar en los papeles, como han hecho en Islandia con su presidente.
Es ya pública la lista de piratas agazapados en Panamá. El problema es que no hay voluntad política de acabar con ellos, porque los piratas nos gobiernan. Se sigue persiguiendo a los refugiados pobres, pero se da asilo y cobertura a los refugiados ricos.