el retiro amargo de Rosa Díez por su abrupta inanición política culmina el declive electoral de un partido (UPyD) fundado hace menos de diez años sobre una premisa falsa - Zapatero vende la unidad de España a cambio de la tregua de ETA- pero asentado sobre un principio laico y progresivo que recibió rápidamente el ilusionante impulso de la España mediática como martillo de los herejes nacionalistas y del Estado autonómico.

Precisamente la rápida ascensión a los círculos del poder en ese Madrid influyente del canapé y el boato siempre interesado obnubiló a Díez, alimentó sus expectativas de fuerza bisagra, inquietó al límite al PP, pero acrecentó su autoritarismo, sembró las orillas de enemigos y, sobre todo, le cegó en el momento más fatalista: la irrupción estatal de Ciudadanos.

Díez nunca pasó en Euskadi la prueba del algodón con UPyD. Aquella rutilante consejera de Turismo -inolvidables sus slogans y sus viajes-, capaz de derramar lágrimas ante el entonces lehendakari Ardanza porque sus compañeros del PSE habían decidido romper la coalición con el PNV en el Gobierno Vasco en contra de su voluntad, entendió una buena mañana que el Concierto Económico era ahora insolidario, que el nacionalismo rompía España y que el Gobierno socialista estaba entregado a la voluntad de ETA.

Asistida de semejante ideario, apenas arrancó un parlamentario en Álava mientras encandilaba fácilmente a un amplio espectro electoral localizado, sobre todo, entre las víctimas del terrorismo y el ala más unionista del PSOE. Díez nunca ha triunfado donde era conocida y esa espina le carcome en su triste despedida. Le ocurrió con sus sonoras derrotas en las luchas internas por el poder dentro de su anterior partido, el socialista; lo sufrió cada vez que UPyD pasaba el examen electoral en el País Vasco.

Desahuciado de las instituciones -hasta ayer, en la víspera del día clave para su futuro no se detiene la catarata de abandonos-, este partido de intelectuales y urbanitas con sabor inicial a alternativa de progreso traga ahora la hiel de la política injusta. UPyD abanderó la lucha contra la corrupción -ahí está Bankia- e incomodó al poder influyente quizá temerariamente porque aún quedaba muy lejos el vendaval del 15-M. Además, nunca entendió que sería moneda de cambio desde que Ciudadanos asomó por el horizonte en plena ofensiva del independentismo catalán. Mucho menos Rosa Díez, prisionera de su soberbia después de haber acumulado -¡ay, esa caverna mediática!- tantas promesas para un futuro idílico, socavando incluso al PP.

En semejante coyuntura le fue imposible detectar que aquel sector de Madrid que la deslumbró -hasta un diario pidió el voto a UPyD- había decidido cambiar de caballo. Ciudadanos ha matado a la estrella de UPyD desde que Díez despreció el acuerdo entre ambos partidos. Fue el arranque de un declive vertiginoso. Entre el aviso de las elecciones andaluzas y su salida del Congreso por K.O. técnico apenas ha transcurrido un año sin que nadie sea capaz de tapar semejante hemorragia. Mejor cerrar ya la carpeta. Que pase Albert Rivera.