GAsteiz- Como observador del debate político en las grandes tribunas de prensa, el profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid, Ignacio Sánchez-Cuenca, publica La desfachatez intelectual. Escritores e intelectuales ante la política ( Ed. Catarata). Un alegato crítico a los hombres de letras, algunos de ellos con una visibilidad tan poderosa que han acabado por ser impunes frente a su frivolidad y enfoque moralizante de la política.

¿Por qué ha escrito este libro?

-Me ha producido siempre cierto desconcierto por qué había tan poca respuesta a lo que los intelectuales más visibles suelen decir. No es habitual que se les hagan críticas y por eso quería llamar la atención sobre la impunidad con la que se opina sobre asuntos políticos por parte de intelectuales con insuficiente preparación.

¿Por qué cree que no ha habido una respuesta excepto ahora la suya?

-Ha habido más respuestas como el libro de Gregorio Morán, El cura y los mandarines, pero es una crítica distinta. Yo intento ceñirme a lo que es el debate político sin entrar a valorar su producción intelectual. Muchas personas críticas prefieren dedicarse a otros quehaceres aunque en su fuero interno sean críticos con estos intelectuales que padecemos. Además hay gente que tiene miedo, piensan que sus carreras profesionales pueden verse entorpecidas por su poder social y simbólico.

¿España tiene los intelectuales metidos a opinadores que se merece?

-Yo creo que lo que se han quedado es muy anticuados. Los de mayor visibilidad como Savater, Vargas Llosa, Juaristi, etc., adquirieron mucho protagonismo en la transición o en los primeros años de la democracia y han seguido con el mismo registro retórico mientras la sociedad ha cambiado mucho.

Habla usted de un ajuste de cuentas con la izquierda. ¿El mejor terreno para ello ha sido el nacionalismo y ETA?

-Siempre han ido a favor de la corriente histórica. Cuando en los 70 tocaba ser revolucionario o comunista, lo eran; cuando en los 80 tocaba ser socialdemócrata, la mayoría de ellos pasaron por ahí; y cuando en los 90 comienza a ganar posiciones la derecha, ellos se hacen conservadores. Una evolución ideológica para la que es necesario entender que su paso de la izquierda a la derecha lo hacen a propósito del nacionalismo y el terrorismo. Ahí es cuando empiezan a ver el mundo de otra forma y se obsesionan.

Es decir, estos temas son la excusa perfecta para su evolución ideológica?

-En el caso del terrorismo, cuando existía ETA era más fácil entender sus posiciones, el problema es que establecen una especie de identidad o unos vasos comunicantes entre lo que es el nacionalismo y la actividad armada, y a partir de ahí entran en un bucle: deslegitimando el nacionalismo, eventualmente el terrorismo podrá desaparecer. Una vez que uno adopta esa posición, lo único que te resta es combatirlo con todas sus consecuencias y entonces llegan las actitudes sectarias y moralizantes que han hecho mucho daño al debate público.

Y entonces pasan a ser una suerte de coach moral. ¿No bailarles el agua ha creado cierta culpabilidad?

-Su intransigencia imposibilita el diálogo racional sobre asuntos políticos y eso sitúa a los que no piensan como ellos en el terreno de la miseria moral, es decir, como personas que no son dignas de estar en el sistema político porque no tienen los principios morales claros. Es una posición durísima porque no admiten que pueda haber un desacuerdo racional con sus posturas que no tenga una base moral ilegítima.

Citaba sus virajes ideológicos hasta la derechización. ¿Se retroalimentan con determinados partidos?

-Ellos no han utilizados tanto a los partidos pero sí se han dejado utilizar por la derecha que arrastraba en España un déficit de legitimidad. Aznar consiguió instrumentalizar a estos intelectuales para presentar un proyecto cívico de derechas en el que todo gira en torno al terrorismo y al nacionalismo. Consideran que ese combate garantiza el triunfo de los valores democráticos y de esta forma se liberan de toda la pesada carga de connivencia con el autoritarismo franquista. Y ahí los intelectuales se dejan instrumentalizar.

Habla de “figurones” en una esfera pública grande. ¿Han acabado siendo ellos más protagonistas que sus ideas?

-Lo que caracteriza al “figurón” es que se funde la personalidad con los argumentos y así se distinguen frente a los demás. Este tipo de personalismo también es dañino para el debate porque al final todo gira en el “o estás conmigo o estás contra mí” y no en torno a la calidad de los argumentos que se ofrecen.

Entre ellos, se jalean y apoyan, lo define usted como una “cultura de amiguetes”?

-Esto se vio claramente en la época más dura del combate ideológico, en los años del plan Ibarretxe, cuando ETA practicaba la socialización del sufrimiento con el asesinato de representantes políticos. Ahí se vio que había un espíritu combativo que muchas veces tenía un elemento sectario de promocionar a los suyos, darles premios, ofrecerles lugares donde publicar sin tener en cuenta la calidad del producto que se estaba promocionando.

Y entre esos grandes popes, alguien con la maestría literaria de Vargas Llosa y a la vez con un discurso político tan superficial como absoluto?

-Soy un fan incondicional de Conversación en la Catedral, está entre uno de los cinco mejores libros que he leído. No sé por qué todo ese talento lo desperdicia de esa forma, su visión es totalmente acartonada, esquemática, simplista de lo que es el liberalismo político y el nacionalismo y lleva años repitiendo los mismos eslóganes porque no me atrevo a llamarlos argumentos. Es chocante tal descompensación entre la calidad de su producción literaria y la pobreza de su análisis político.

Pablo Iglesias tiene un fuerte componente intelectual, su mensaje es rotundo y rezuma moral en su discurso social frente a las élites. ¿Hay que creerle?

-Su discurso grueso sobre la casta política también peca de los mismos defectos que señalo en el libro a propósito de otros. Le tengo respeto y admiración como político, pero estoy poco impresionado por su producción intelectual y académica que está muy por debajo de su talento político.

¿Dónde están los verdaderos opinadores como las referencias intelectuales en España y que sí favorecen el debate público con rigor?

-En internet, en plataformas de análisis político, aunque ahí se peca muchas veces del exceso de apego a los datos y de una reflexión muy cientifista. Es un buen contrapeso al exceso de opinionismo subjetivo que hemos tenido durante tantos años.