Aunque ya sepamos que la legislatura que termina en otoño no va a ver una propuesta específica de actualización del autogobierno vasco, lo que queda de ponencia en este ejercicio no tiene por qué ser tiempo muerto.

Las bases de una convergencia de criterios sí pueden establecerse en los meses que restan hasta las elecciones, por mucho que haya quien se empeñe en dar por amortizada la legislatura vasca por el mero hecho de que la española no sea capaz de arrancar. De lo que se va conociendo queda en evidencia que nadie espera a una UPyD que encara su previsible desaparición como fuerza parlamentaria. Su discurso centralista tiene en Ciudadanos un rostro nuevo ante el electorado. Ya no es un interlocutor parlamentario suficientemente representativo como para atender a sus estridencias.

Al PP cada vez se le espera también menos porque, sencillamente, sostiene que el pueblo vasco no existe (Rajoy dixit) y sigue sumido en el pasmo del momento que le está tocando afrontar. El sucursalismo se ha impuesto sobre la posibilidad de definir su propio mensaje en Euskadi, si es que alguna vez fue una opción, y el PP vasco es una fuerza -esta sí representativa de un sector social que debe ser considerado- subsumida a las necesidades que emanan de Madrid. No está para decisiones valientes.

Quedan tres fuerzas que parecen haberse tomado con algo más de seriedad este asunto, aunque la tentación de hacer de este campo escenario de representación de las diferencias es grande. No es que entre PNV, EH Bildu y PSE haya puntos de encuentro tan consistentes que a fecha de hoy superen las diferencias en asuntos centrales como la Seguridad Social o la bilateralidad o el reconocimiento de Euskadi como nación y su derecho a decidir. Pero sí parecen dispuestos a entrar en ese terreno de juego. Sin engañarnos con los plazos y las expectativas, pues las convergencias necesarias para una profundización en el autogobierno vasco de amplio consenso están verdes.

Pero no den puntadas sin hilo. No es gran cosa que hoy el PSE admita el concepto de nación para los vascos mientras no se acompañe del ejercicio de los derechos que implica. Desde luego, hace tiempo que este no es el PSE en el que Redondo Terreros compartía pancarta en favor de la autodeterminación sino el que dejó Patxi López tras evitar siquiera pronunciar las palabras “pueblo vasco” en su juramento como lehendakari en Gernika.

Mientras, la izquierda abertzale debe aclarar si ha cesado su dinámica de todo o nada. De independencia u obstrucción. Y también el PNV deberá medir si lo que se avance ahora se podrá preservar cuando llegue a la Cámara esa nueva izquierda que enuncia el derecho a decidir pero prioriza desbancar al nacionalismo histórico. Porque se puede perder un tiempo precioso hasta que el nuevo actor aprenda que en política se puede ser rival, pero practicarla consiste en hallar socios.