Para haber proclamado que “esto se acabó” y anunciar que no iba a dejar pasar ni una a Rajoy se le ha colado nada menos que Rita Barberá. Como resulta imposible que tan atronadora fallera y su fanfarria pasen desapercibidas, lo que hay que concluir es que el Gobierno español en esto de la corrupción dice una cosa y hace la contraria. Más o menos lo mismo que con los impuestos; para cuando Rajoy decía que los iba a bajar, Gollum Montoro ya se frotaba las manos y preparaba un nuevo sablazo.
Damos por supuesto que los votantes del PP, los que hace ya cincuenta días depositaron la papeleta con esas siglas, estaban razonablemente de acuerdo con la gestión que Rajoy ha hecho de la corrupción durante los últimos cuatro años. Supongo que el intercambio de mensajes de apoyo con Luis Bárcenas, las loas a los gobiernos de condenados como Jaume Matas (“quiero un Gobierno con el de Matas”) las muestras públicas de amor al cuentabilletes Alfonso Rus (“¡Te quiero, coño, te quiero!”) y así todo hasta llenar páginas y páginas sonrojantes... supongo, digo, que a los votantes del PP no les ha parecido tan grave como para no votarle.
Con el respeto que merecen esos más de siete millones de votantes, lo que no parece lógico es que a los demás, que son mucho más, también les tenga que parecer suficiente. Por eso y por otras cosas, un pacto con este PP que va a escándalo diario mancha a cualquiera. Incluso a Rivera, que va poniendo como excusa esos siete millones de votantes para buscar un acuerdo con la cúpula. No. Una cosa es el respeto a los votantes y otra el acuerdo con unos dirigentes que están amparando la corrupción.
Sí, ampara la corrupción, en presente del indicativo. Porque tras el paso por las urnas, el PP podía haber adoptado otra actitud, intentar pasar página, aprovechar la relativa absolución que esos votantes le habían otorgado, pero no ha sido así. Insiste en los mismos errores, en proteger a los investigados, en negarse a colaborar con la justicia, en no depurar responsabilidades, en cerrar filas y blindar a Barberá.
Aunque el PP diga lo contrario, la decisión de colocar a Rita Barberá en el Diputación Permanente del Senado es un blindaje de libro. Los senadores de designación autonómica pierden esa condición hasta que se constituya nuevamente el Senado tras las elecciones. Entonces vuelven a acreditarse con un certificado de la correspondiente cámara autonómica. Es decir, en el caso de repetir elecciones y con Rita Barberá sin aforamiento, se abría una ventana para poder incluirla en la lista de investigados en la que están los otros “sesenta” del clan, sus más estrechos colaboradores. Pero no, ahora la cuestión dependería de un suplicatorio que tendría que aprobar una cámara en la que el PP tiene mayoría absoluta.
Si la laxitud del PP con sus casos de corrupción hace, como parece, imposible un acuerdo, aún resulta más incomprensible a qué viene ese encuentro con Pedro Sánchez que anda jugando a ser rey por quince días con una ronda absurda de partidos. Se trata de buscar acuerdos, apoyos suficientes para ser investido presidente y, a ser posible, para gobernar. Pero que casi dos meses después anden entreteniéndose con fotos resulta desesperante.