Madrid - Dos lecturas cabe hacer de los resultados que cosechó ayer el vencedor de las elecciones generales de 2015. El Partido Popular ha perdido más de sesenta escaños, una absoluta vía de agua, un severo correctivo sustentado en la gestión de la mayoría absoluta que los españoles concedieron a Rajoy hace cuatro años en la esperanza de que superara la crisis económica. El resultado constata que el bipartidismo como mínimo languidece y que se ha cerrado un ciclo en la democracia española del que los conservadores eran los primeros abanderados. Todo eso cierto, pero no es menos cierto que el PP ha obtenido los votos que le concedían las encuestas, y que, dado por hecho el batacazo desde hace un par de años, su evolución a lo largo de la campaña ha sido la más regular de entre todas las formaciones principales, lo que suponía una garantía a la hora de predecir los resultados que las urnas han confirmado.

Mientras Podemos se estrellaba en las encuestas y Ciudadanos amenazaba con convertirse en segunda fuerza política, ambos rondando en torno a un PSOE que reaccionaba con agresividad ante sus propios temores, el PP levitaba varios puntos porcentuales por encima del bien y el mal. El trasatlántico no se ha hundido, y de hecho Mariano Rajoy es el encargado de intentar formar gobierno y así dijo ayer que lo iba a hacer. Sin embargo, ¿puede hacerlo? Con Ciudadanos, que a cuarenta y ocho horas de las elecciones se mostró dispuesto a facilitar su investidura, las cuentas no salen.

Con el resto, mirando a izquierda y derecha del arco parlamentario resultante de las elecciones de ayer, a priori, no surgen eventuales compañeros de viaje para el PP. La resaca de la mayoría absoluta se traduce en que a los nacionalistas de centro y de derecha los costaría entenderse con Rajoy, pero en todo caso no merece la pena elucubrar demasiado sobre estas circunstancias porque ni con apoyo periférico lograría Rajoy alcanzar la mayoría absoluta.

El líder del PP se ha dejado por el camino tres millones de votos y ayer, compareciendo más tarde que ningún ganador de las generales -y acompañado por el exalcalde vitoriano, Javier Maroto-, admitía que en estos cuatro años ha tomado decisiones “que no eran fáciles, y que no le gusta tomar a un gobernante”, y que lo hizo porque creía que “era bueno para el interés general de España”. Y dijo más. Dijo que hay “mucho margen” para crear “muchísimos puestos de trabajo”, y por ello buscará “un gobierno estable con el único objetivo de servir a los intereses generales de todos los españoles. España -añadió- necesita estabilidad, seguridad, certidumbre y confianza”.

Un escaño de última hora le dio, al menos, la mayoría necesaria para quizás ganar una votación, en segunda vuelta, con el apoyo de Ciudadanos.

El mapa sigue siendo azul. Observando el mapa de los ganadores por provincias, parece que nada hubiera cambiado. El PP gana en todas partes -y por eso tiene mayoría absoluta en el Senado- salvo en la mitad occidental de Andalucía y en Badajoz, feudos socialistas. Las excepciones son Cataluña y Euskadi, pero esta vez Podemos gana en Álava, Gipuzkoa, Tarragona y Barcelona.